Aranjuez me llevó a este libro. Hace un par de años, de mi visita al Palacio Real, lo que más me sorprendió fue la cantidad de relojes que había en cada una de las majestuosas salas. ¿A qué se debía esa obsesiva colección? Al capricho de un rey que había gobernado el mundo y al desafío de su relojero, que pretendía conseguir que siempre dieran la hora a la vez, en un tiempo en el que los mejores relojes se desajustaban cada quince días.
Después llegué a Toledo, una ciudad llena de leyendas. Allí volví a encontrarme con las huellas de aquel monarca tan poderoso y de su atípico maestro relojero. Carlos V fue, tal vez, el nombre más repetido por los guías en mis sucesivas rutas turísticas, pero el relojero real protagonizaba varias de las historias más curiosas. Por ejemplo, la leyenda del Hombre Palo, que da nombre a una de sus famosas calles, por donde se dice que diariamente pasaba un autómata de madera recolectando limosnas y cuya invención se atribuye a relojero cremonés Juanelo Turriano, también conocido como Giovanni Torriani. Se dice que semejante prodigio, antesala de los robots de hoy en día, fue quemado por la Inquisición, que veía en él la obra del maligno.
Por eso, cuando leí «El relojero de Yuste», el subtítulo de El secreto del emperador, de Amélie de Bourbon Parme, recordé aquel viaje y quise dejarme envolver de nuevo por esa época en la que Occidente se rendía a los pies de un único soberano, Carlos V, mientras que este sucumbía a los artilugios de medición del tiempo creados por su relojero real, Giovanni Torriani.
Hablar de El secreto del emperador es hablar de Carlos V: aparece en cada página y absolutamente todo sucede alrededor de él. Y eso que esta novela no habla de su ascenso y gloria, sino de su retiro: ¿qué llevó al hombre más poderoso del mundo a abdicar y recluirse en el monasterio de Yuste?, ¿por qué su maestro relojero fue uno de los pocos escogidos para acompañarle? El proceso fue largo, no exento de complicaciones y dudas, ya que no resultó sencillo, ni para él ni para quienes le rodeaban, despojarlo de todas las obligaciones y honores de emperador y convertirlo en un simple hombre. Amélie de Bourbon Parme ha conseguido que entendamos un hecho histórico tan infrecuente transmitiendo con una prosa pausada el cansancio del emperador por sus enfermedades y avanzada edad, el hastío por la opulencia que le perseguía en cada uno de sus pasos y la carga que le suponían unas victorias reducidas a pasado. Y también ha hecho que sintamos la misma fascinación que él por los relojes, en los cuales vislumbraba los misterios del espacio y el tiempo que quiso desentrañar hasta sus últimos días.
Tanto la vida como el ocaso voluntario de Carlos V fueron excepcionales. Un hombre entre dos épocas, cautivado por las posibilidades de la relojería renacentista, que pretendía comprender y dominar el tiempo, y bajo el acecho de la oscura Inquisición, que quería paralizarlo. La recta final de su vida, lejos de convertirlo en un simple mortal, dejó en el aire muchos secretos, dando pie a engrandecer aún más su leyenda. De uno de ellos nace este libro y de tantos otros, las historias de Toledo, Aranjuez y el resto de ciudades donde Carlos V dejó su legado.
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