El Señor de las Moscas, de William Golding
El argumento suena a lo serie de Hollywood Lost –o Lost sonaba como El Señor de las Moscas– porque el escenario es una isla desierta. Los personajes son un grupo de niños que se ven destinados a sobrevivir en la isla porque el avión en el que viajan sufre un accidente. Están “los peques”, es decir, los más chicos. Y están las voces principales como las de Jack, Ralph, Piggy, Simon, los mellizos Sam y Eric (Samyeric).
Ante la situación que este grupo de chicos debe enfrentar, buscan establecer reglas para lograr el rescate, la supervivencia y evitar posibles problemas. Una caracola es el elemento supremo que indica el poder: quien la tiene en sus manos, puede hablar. Ralph es elegido jefe, a pesar de Jack que, de todos modos, lidera a los cazadores, los encargados de conseguir comida. Y entre todos, buscarán mantener con vida la hoguera que conforma la herramienta para poder enviar señales y lograr ser rescatados.
Con tanta improvisación, necesaria, es evidente que la diferencia de personalidades traerá problemas. La pérdida del control de la autoridad, el desafío a esta, la violencia desmedida, los efectos de la soledad en la isla que derivan en alucinaciones, el intento desesperado de pensar con racionalidad frente al desvarío.
Como dije, hay muchas interpretaciones de esta novela. Es clara la distinción y la fuerte representación que la personalidad de cada personaje intenta personificar. Está el sabio que es burlado, el que prefiere las reglas y la autoridad para mantener el orden, quien desafía el poder, el violento, los inocentes. Golding no uso truco alguno para dejar bien claro que la historia es una excusa para describir una pequeña sociedad desmadrada.
La historia es muy buena, por supuesto. Un grupo de personas en una isla, luchando por sobrevivir y desnudando las miserias humanas con situaciones extremas. Pero hago una salvedad y es estrictamente personal. No soy una gran amiga de las novelas distópicas. Me parecen brillantes, sí. Pero me han cansado. Para mí no hay nadie como Orwell con Rebelión en la granja o 1984 y todo lo que leo después, ya me parece lo mismo, sin importar quien publicó primero. Para mí, es a quien yo llegué primero. Por eso, Golding me pareció más de lo mismo (vamos, que por eso se trata de una novela distópica) encerrado en una historia distinta. Pero digo, esto es estrictamente relacionado a mis preferencias personales.
Claro, están los clásicos. Y estoy yo, que admito que tanto clásico similar me puede cansar.
Rosario Arán (rosearan@librosyliteratura.es)