Hay que ver lo curioso que es el tiempo. Vivimos en el presente pero muy pocas veces nos centramos en él. A unos les invade la nostalgia del pasado y prefieren vivir con la mente en tiempos mejores o peores pero que, queramos o no, jamás volverán. Y otros tratan de dilucidar qué les deparará el futuro y elaboran sus propias teorías en la mente, y eso, queridos lectores, es algo muy peligroso.
Tanto si nos da por vivir en el pasado como en el futuro, corremos el riesgo de perdernos lo que de verdad importa: nuestra propia vida.
No os asustéis, no me pongo filosófica porque yo esté pasando por algo que me haya hecho pensar de esta forma, ni me he tomado una botella de vino —cosa que, como todos sabemos, nos pone a filosofar sobre temas bien variados—. Todo esto viene porque el libro del que vengo a hablaros hoy trata un poco sobre esto.
El libro en cuestión es El signo del dibujante y está escrito por Montserrat Rosés. Y cuento todo esto del principio porque es precisamente lo que pasa. Veréis, la protagonista de esta historia conoce a un hombre, un pintor. No sabemos su nombre ni sabemos casi nada más de él. Todo apunta a que vamos a tener una historia cuando menos interesantísima donde ella y él serán los protagonistas. Pero, de repente, algo se interpone en ese presente. Algo que hace que ella tenga que centrar todas sus energías en el pasado, concretamente en el de sus padres. Un hallazgo que la hará investigar e indagar por la Provenza hasta dar con la explicación que está buscando.
Por eso me ha dado por pensar en esta reflexión, porque he tenido la sensación de que tenía delante una historia muy nostálgica donde la protagonista se está perdiendo su propia vida para darle un sentido y una explicación al pasado. Y eso es lo que hace de este libro una novela interesante, porque el lector va viendo cómo todo pasa por delante de ella sin que haga nada por aferrarse al presente. Ella sigue investigando, sigue obsesionada con encontrar esa respuesta. No os diré si la encuentra, si halla lo que busca, si decide volver al presente o si todo esto le pasa factura. No os contaré nada más porque ese es el espíritu de esta novela, la magia que se esconde dentro de esa portada tan sugerente.
Tengo ante mí una novela corta (unas cien páginas) que se lee rápidamente y con fluidez. A pesar de no encontrar casi diálogos, eso no quita para que esta rapidez siga presente. La historia está contada en primera persona por la protagonista, por lo que me ha resultado muy sencillo empatizar con ella y entender lo que pasaba por su mente. Nos lo cuenta todo: cómo se siente, qué piensa, qué va a hacer, cómo le está afectando la situación que está viviendo. Y eso al final siempre es un punto positivo, porque el lector conecta con el libro en las primeras páginas. Como digo, la ausencia de diálogos —en realidad sí que hay, pero poquitos—, no es un impedimento para que la novela se lea con agilidad. Esto lo recalco porque me he encontrado con muchas novelas que, al no utilizar casi diálogos, se centran demasiado en dar datos que al lector no le interesan o que acaba por hacer de la historia algo farragoso. En este caso no es así, ya que al meternos de lleno en la mente de la protagonista, no necesitamos conversaciones para que todo fluya.
El personaje principal es muy importante, claro está, pero en ocasiones se retira del mapa para que podamos centrarnos en otros personajes secundarios que van apareciendo y que tienen sus momentos de gloria en la novela. Tengo que destacar el papel de Elsa, una anciana que tiene mucho que decir en esta historia, y que, pese a su breve aparición, es el personaje que más me ha gustado. Tal vez por su forma de sentir las cosas, por su forma de ser o por su caracterización, pero ha conseguido conectar conmigo y he comprendido su tesitura perfectamente.
En definitiva, El signo del dibujante me ha sorprendido bastante. Precisamente por lo que os comentaba al principio: pensaba que me iba a encontrar una historia de amor —no nos olvidemos de que la hay—, pero me he encontrado con algo que va mucho más allá. La forma de indagar de la protagonista en el pasado ha hecho que me quedara hasta el final, para saber cómo reaccionaría cuando descubriera toda la verdad, para saber si se arrepentía de haber dejado de vivir el presente o para, simplemente, saber cómo terminaba todo.
Pero supongo que hay historias que jamás terminan. Y eso es lo que me ha pasado con la novela de Montserrat Rosés. No es que no nos dé un final, sino que, después de leerlo, mi mente se ha quedado dando vueltas para encontrarle un sentido a todo lo que me ha contado. Y eso es lo que más me ha gustado del libro, el saber que la autora ha jugado un poco con mi mente y que me ha llevado por los derroteros que ella quería. Supongo que no solamente es decisión de uno si viaja al pasado o se queda en el presente.
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