Supongo que a todos los locos de Twin Peaks nos debe de pasar (por favor, que no sea solo yo) pero es leer o escuchar a un narrador hablar de Diane, cualquier Diane, y que la mente se nos vaya automáticamente a Diane Evans (papelón de Laura Dern, por cierto). ¿Y por qué cuento esto? Pues en realidad no lo sé, aunque sí es verdad que aquí nos vamos a encontrar a una Diane. Pero poco más. Diciendo “aquí” me refiero a lo que Seix Barral destaca en blanco sobre gran fondo de faja rojo como «La nueva novela del gran maestro de las letras norteamericanas». Qué sencilla cualquier promoción cuando puedes decir esto de tu autor, ¿no? Pero claro, qué menos dirías de Don DeLillo.
El silencio es la nueva novela de este «gran maestro de las letras norteamericanas». Si lees la contraportada te enteras de que DeLillo acabó de escribirla justo cuando explotó la bomba del coronavirus. ¿Es importante saber eso? Sí, porque si no conseguiste salir mínimamente fuerte de los sucesivos confinamientos, es probable que lo que aquí se narra te hunda todavía un poco más en el fango. El contexto es triste (apagón digital en el año 2022), la situación es triste (amigos que quedan para ver la final de la Super Bowl y claro, no va la tele), algo en el libro es triste (¿su brevedad? ¿su forma?). Pero eso sí, lo escribre DeLillo, y eso lo salva, eso te salva.
En El silencio nos encontramos con varios personajes: una pareja, Jim Kripps y Tessa Berens, que hacen París – Nueva York en avión. Van en primera clase, pero eso no cambia su visión pesimista de la vida. El apagón llegará mientras estén en el aire, cosa que afectará al aterrizaje. Al cabo de un rato los veremos siendo llevados a un hospital (nada grave, solo algún golpe).
De mientras conoceremos a otra pareja: Diane Lucas y Max Stenner. Diane será un poco quien se lleve el foco de la tensión narrativa (quizá por eso es tan Diane Evans) y de Max lo que más veremos es cómo su enfado va creciendo a medida que va aumentando la cantidad de whiskey en su vaso. Están en su piso de Manhattan esperando a la pareja de amigos que viene de París. Claro, no hay móviles, con lo cual no saben lo que les ha pasado. Solo saben que llegan tarde y ya sabemos, en la era de lo inmediato, que alguien que llegue tarde sin avisar es motivo de incomodidad y enfado. En ese mismo piso está Martin Dekker, antiguo alumno de Diane (y quizá algo más), que será un poco el Iker Jiménez del elenco. Cerebrito, empollón, conspiranoico. Por tanto, tenemos a dos personas yendo a un hospital (donde de repente acabarán follando), a un hombre pegado a una tele apagada que grita y bebe a partes iguales, a una mujer que lo ve todo desde fuera intentado que su vista no se vaya siempre a su ex alumno, y a un chico más joven que solo dice, siente y piensa que todo está provocado, que todo tiene una causa clara, que todo estaba dicho desde hacía mucho tiempo. Solo os digo que hay un momento en que parece que le haya salido del pecho un ectoplasma de Einstein y hable el alemán por boca de él.
La verdad es que poco más pasa. Los dos amigos acaban llegando y nosotros vamos saltando de problema en problema, de discusión en discusión. El texto cada vez se va haciendo más fragmentario, sobre todo desde que empieza la segunda parte (no os asustéis con lo de segunda parte, el libro tiene poco más de 100 páginas) y nosotros también nos vamos rompiendo cada vez más. Porque parece que esa Tercera Guerra Mundial de la que tanto hablan haya llegado (no olvidemos que cuando pasa el apagón ya ha pasado “nuestra” pandemia), porque no nos paran de repetir cosas como que más que personas somos «esquirlas humanas de una civilización», como que «el mundo lo es todo, el individuo no es nada», como que lo que más merecemos es el silencio.
El Don DeLillo más duro, más pesimista, más breve. Un puñetazo en el estómago cuando aún nos estamos recuperando del anterior. Un libro para seguir hurgando en la herida. Y en eso somos los mejores. Y en eso él es el mejor. Por eso lo llaman/llamamos maestro. Porque lo es.