El silencio de nuestros amigos, de Mark Long, Jim Demonakos y Nate Powell
La Historia nos enseña que hubo un tiempo en el que las vidas de las personas eran difíciles. Si echáramos la vista atrás continuamente, nos daríamos cuenta de todo lo que se ha conseguido, de todo lo que se ha luchado para llegar al punto en el que estamos. Alguno de esos momentos, de esos instantes en que la vida de los seres humanos tenían la necesidad de cambiar fueron: la abolición de la esclavitud, la posibilidad de que las mujeres votaran, y la integración racial. Es curioso darse cuenta que, en esta última opción, hemos avanzado muchísimo, pero aún nos queda un largo recorrido para comprender que todos somos iguales, por mucho que el color de la piel nos pueda distinguir. El racismo, entendido como el odio inexplicable a otra raza, fue una de las lacras de la sociedad, que mantuvo a muchas personas encarceladas en sus propias casa por el miedo a las miradas, a los gestos, a las palabras, que en innumerables ocasiones hacen más daño que la violencia más explícita. “El silencio de nuestros amigos” es una historia de esa lucha, de una pelea por reconocer los derechos de una parte de la población que se vio señalada, que se vio vejada, que se vio estudiada como si fueran animales, y no las personas que se encontraban debajo del color diferente de la piel. Esta es una historia sobre cómo aquellos que creíamos diferentes, en realidad no lo son en absoluto.
Cuando esta novela gráfica llegó a mis manos, había oído hablar maravillas de ella. No sólo por su creación, que también, sino porque la historia que guardaba en su interior era un impulso a ese tipo de novelas de denuncia que tan pocas veces llegan a nuestras manos. No hay que olvidar que, aunque a nosotros nos parezca algo lejano, el tiempo del racismo estuvo ahí, y no se puede mirar para otro lado. Quizás ese sea el acierto de “El silencio de nuestros amigos” y es que, aunque no lo parezca, leer hoy en día una historia como esta te hace replantearte ideas como que el ser humano todavía tiene mucho que aprender, pensamientos como que después de mucho tiempo se han conseguido innumerables avances, pero que hay que luchar más, mucho más todavía, para que aquellos que son tachados de diferentes, se vean en el mismo prisma que al resto de todos nosotros. Cuando un lector como yo empieza a meterse de lleno en la historia, es curioso cómo puede sorprenderle que alguien vea con malos ojos que una familia, llamémosle “blanca”, y otra familia, llamémosle “negra”, tengan relación, sean amigos, y que la relación sea algo lo suficientemente normal para que la vida siga fluyendo a pesar de las circunstancias. Aunque supongo que, como decía al principio, echando la vista atrás, eso era una excepción que confirmaba una regla que era injusta para las dos partes.
Pero si hay algo que alabar del trabajo de Mark Long, Jim Demonakos y Nate Powell, es su capacidad para dividir su historia en dos ejes muy diferenciados: por un lado, la presentación de las dos familias y de su encuentro para derrocar del trono al racismo y así poder luchar por sus derechos, y por otra, la violencia que, precisamente ese mismo racismo, crea de la nada para acabar dejando en evidencia que el Estado, la justicia de aquella época, que los representantes del orden, suponían una piedra gigante que tenía que ser destruida a toda costa. Y es entonces, cuando las páginas pasan y tú te metes en esta novela gráfica, cuando te cabreas, cuando te enfadas por no poder hablar directamente con los personajes y poder acompañarles en su lucha. Lo que nos hace diferentes no es el color de la piel, sino nuestras ideas, que como una taladradora, deja agujeros que son muy difíciles de rellenar.
Martin Luther King fue uno de los máximos representantes de esta lucha por los derechos universales. Su muerte fue uno de esos momentos históricos que todos los aficionados a no olvidar la Historia recuerdan. Pero quizá, lo que más se recuerda de él, son sus palabras. Y quizá por ello, como termina esta novela gráfica, es como termino yo. Porque no hay mejor resumen para aquello que no debemos olvidar nunca, y que nos recuerda el libro que tengo entre manos: Al final, no recordamos las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos.