Reseña del libro “El sombrero del mago”, de Tove Jansson
Siento que acabo de llegar de un viaje por el espacio y el tiempo. Sin pedirlo ni prevenirlo, El sombrero del mago de Tove Jansson me ha sacado de la rutina para guiarme, de forma muy cordial, entre recuerdos de infancia que creía olvidados. Llenos de aventura y fantasía. Más que recuerdos son sensaciones, porque nunca antes había leído nada de los Mumin a pesar de ser un clásico. Por eso no logro entender cómo es posible que esta lectura se haya filtrado hasta las raíces mismas de mis inicios en el mundo de las letras. Los mismos que crearon una alianza de por vida. Algo así solo podría suceder con el libro adecuado. De esto Salamandra sabe mucho.
Los Mumin son los trol más antitrol que puedas encontrar. Resulta curioso teniendo en cuenta que tanto el ser mitológico clásico como la autora tienen origen escandinavo. Es como si Tove Jansson, en plena revolución, hubiese decidido sacarlos de una realidad alternativa, al estilo del «yo bueno» y el «yo malo» del otro lado del espejo. Y no solo porque los Mumin sean de los que te ponen un plato en la mesa antes de saber siquiera si tienes intención de quedarte, también por su aspecto de peluche de feria achuchable, como una oveja-vaca compuesta de nubes esponjosas. La reseñista Rakel Hernández acertó a describirlos como «hipopótamos blancos» en La llegada del cometa. Y no se lo discuto. Estos peculiares personajes tienen un estilo de vida gregario, familiar. Comparten casa con huéspedes de otros orígenes, e incluso otros animales, con los que conviven e hibernan en la época más fría del año. En general, llevan un estilo de vida tranquilo y estrechamente ligado a la naturaleza en el maravilloso Valle de los Mumin. Tranquilo, al menos, hasta que las aventuras llaman a su puerta.
En El sombrero del mago, el joven Mumin y sus amigos con nombres de estornudo —«Snufkin, Snork, Sniff…»—, recién salidos de la hibernación, encuentran un sombrero elegante en uno de sus paseos y se lo llevan a casa. A partir de ahí comienzan a ocurrir cosas que no se explican, creando escenarios divertidos llenos de inocencia que les harán vivir una aventura tras otra. Lo que no saben es que ese sombrero pertenece a un misterioso mago que viaja por el mundo —y más allá de este—, surcando los cielos con su pantera negra, buscando algo que lleva mucho tiempo anhelando. Y no es el sombrero. ¿Lo encontrará?
El mundo de los Mumin tiene de todo: valle, bosque, río, montaña, playa, cueva, mar ¡y hasta su propia isla llena de seres extraños! Aunque no sorprende tanto por su estructura como por una imaginación única que no sigue ningún canon. Algo que me ha llamado mucho la atención es que niños y adultos, sean familiares o no, participan en los acontecimientos por igual y su voz tiene el mismo valor. De manera que todos puedan expresar sus pesares, sus alegrías y sobre todo su opinión y llegar a una solución sin que nadie se imponga. Incluso teniendo personajes gruñones como el filósofo, tristones como el coleccionista convertido en botánico ¡y un juicio por robo que no tiene desperdicio! Gracias a ello destacan nuevos puntos de vista, poco habituales, con tendencia a resaltar el lado positivo de la vida. Entre el humor blanco y las suaves ironías existe algún que otro «zasca» que no solo apreciará el lector juvenil; con reflexiones comparables a lo que ocurre con las preguntas existenciales de El Principito, que no distinguen de edad.
Hay reflexiones, pero también mucha acción llena de ocurrencias. Mumin y compañía se enfrentan a situaciones que me han hecho recordar aquellas vacaciones y lecturas de verano, cuando tanto en la vida real como en la ficticia vivía escenarios emocionantes, del tipo que los adultos no se podían enterar (seguro que lo sabían), pero que en el fondo no tenían ningún tipo de malicia. Y es que ante todo se manejan en el respeto.
Que El sombrero del mago haya envejecido tan bien desde su primera publicación en 1948 es un alago en sí mismo. De hecho, y a pesar de haber títulos anteriores, fue este libro el que abrió a la familia Mumin el camino internacional y su adaptación a otros formatos. En este caso se trata de una versión novelada con ilustraciones, pero también se puede encontrar a modo de viñetas en Mumin. Las tiras completas de Tove Jansson 1, también de Salamandra. Sea cual sea el medio, estos seres esponjosos de ojos diminutos me han devuelto por unas horas parte de mi infancia, ¿quién decía que no se podía recuperar? Será que es verdad que el espíritu no envejece, solo olvida hasta que se lo recuerdan.