La bella Venecia amanece cada mañana con los cánticos de los gondoleros que surcan los canales. Ciudad diseñada por y para el arte; pintores de la talla de Tiziano, Tintoretto o Sebastiano del Piombo eligieron esta ciudad como cuna de sus creaciones. También lo fue de la denominada «Escuela veneciana» que inspiró a artistas como Rubens o Velázquez. La bella Venecia, la più bella città (junto a Florencia). Si tan hermosa es esta ciudad no menos lo es la isla de Murano; lugar de ensueño dentro de un sueño. Ahí es donde se ubica esta bonita historia, El soplador de sueños.
Todo aquel turista que haya viajado a Venecia no habrá podido evitar hacer una excursión a la isla de Murano donde poder adquirir uno de sus más importantes objetos de recuerdo: los cristales de Murano. Son muy conocidos los maestros sopladores que hicieron de su oficio una de las más bellas tradiciones italianas. Un arte que llevan desarrollando desde el siglo XII y que a día de hoy sigue gozando de gran prestigio. Por el hecho de ser el modo de ganarse la vida, la rivalidad entre maestros cristaleros era constante y el gremio contaba con ciertas normas internas que solo si estabas dentro de la industria podías conocer.
La historia de este bonito álbum ilustrado narra cómo un misterioso soplador de vidrio se apareció una noche a un pobre chico vagabundo al que le regala una finísima burbuja de vidrio que contiene el más maravilloso de los sueños. De este enigmático encuentro empiezan a circular rumores por la ciudad y todos los niños insomnes de Murano desean tener una burbuja de sueños para poder dormir y soñar con cosas bonitas y mágicas. Pero el misterioso soplador no es nada fácil de localizar y nadie conoce su identidad ni tampoco que él mismo fue también un pobre niño vagabundo que deseaba soñar.
Tocando la vena sensiblera con el pasado y la historia de su personaje protagonista, este bonito cuento, según dicen, para chicos de seis años en adelante —yo tengo treinta y me ha encantado— busca hacer una moraleja sobre cómo resultan de egoístas los adultos cuando ven peligrar sus negocios. Con una narrativa sencilla y unas ilustraciones, a ver cómo lo digo, de exponer en la Galería de los Uffizi en Florencia si fuera necesario. Bueno, igual me he pasado, pero oye, si has estado en esa ciudad últimamente habrás visto que han permitido una tortuga gigante dorada en plena Plaza de la Señoría, así que estas acuarelas, para mi gusto, deberían ser expuestas también. El artista es Thibault Prugne y ha conseguido plasmar con mucha elegancia los canales y recovecos de la isla de Murano. El tamaño del álbum que ha editado Bruño en su colección de cuentos infantiles, en tapa dura y de gran formato, se presta para disfrutar de los dibujos que, a página completa, resultan preciosos cuadros costumbristas venecianos.
Yo que estuve hace poco en Venecia, según leía el cuento me quedaba anonadado en cada página por los buenos recuerdos que me traía. Fue tan súbito el viaje que no tuve tiempo de visitar la isla donde se desarrolla El soplador de sueños, así que la tengo pendiente para una próxima escapada. Baste este álbum, eso sí, para trasladarte a la isla durante su lectura de una forma mágica, del único modo en el que deben ser contados los cuentos. Así, si realmente ha sido contado con ese halo de misterio y fantasía, tal y como ha hecho su autor Bernard Villiot, la magia navegará en góndola por los canales de Murano llevándote a su bellísimo atardecer veneciano. La bella ciudad de los sueños.