Vamos a ver: dado que todo es una sucesión de fantásticos disparates y que “su forma es circular y su naturaleza interminable”, yo creo que para no ponerle a usted el cerebro del revés con esta reseña, si le parece, voy a empezar por el segundo de los libros pero que, en realidad, resulta que es el primero.
Porque sí, lo ha adivinado. Aquí tenemos dos extraordinarias novelas juntas en un mismo libro: El tercer policía y En-nadar-dos-pájaros. Las dos primeras que escribió Flann O’Brien (Brian O’Nolan, para ser exactos) y (dicen los que saben de esto) que son, posiblemente, las dos mejores. El caso es que la idea (también genial y disparatada) de aglutinar en una misma edición dos títulos de esta calidad, tal y como está el percal editorial, se la debemos agradecer (infinitamente) a la gente de Nórdica Libros, pues los dos por uno siempre nos encantan, pero nos gustan mucho más si llevan el sello del señor Flann O’Brien. Por lo tanto, y desde aquí, nuestra enhorabuena y nuestro agradecimiento a la editorial (y por partida doble, claro).
Pero volviendo a esa segunda novela que como le digo es la primera, me gustaría empezar por el título. Porque, dígame. ¿Usted ha visto alguna vez algo parecido? Sinceramente, yo, solo a William Gaddis y a muy pocos más. En-nadar-dos-pájaros. Repito: En-nadar-dos-pájaros. O sea que En-nadar-dos-pájaros, ¿no? De acuerdo. Pues no hay nada más que decir al respecto, salvo ponerse una buena pinta de cerveza negra, abrir la mente y lanzarse a leer esta inclasificable novela como un auténtico poseso.
Y por meterle un poco de chicha wiki al asunto, sepa usted que el libro salió a la venta en 1939, justo cuando los nazis iniciaban sus bombardeos sobre Gran Bretaña y, más concretamente sobre Londres y, más concretamente todavía, sobre el almacén donde se guardaba la totalidad de la primera edición. Finalmente, solo se pudieron vender 240 ejemplares, y no creo yo que Hitler o alguno de sus esbirros se hiciera con uno de ellos precisamente…Como señaló años más tarde el propio O’Brien, ni siquiera Hitler pudo con la novela, sino que fue la novela quien pudo con él.
Y es que En-nadar-dos-pájaros, además de ser tremendamente absurda y alocada, subversiva, irreverente, anarquista y satírica y mordaz, además de no tener ni pies ni cabeza, de esconder una burla y una feroz crítica a la sociedad clerical y moralizante de la Irlanda de la época, de la historia o de la mitología del país, además de lanzarle sus escupitajos a las relaciones de poder que se daban ya en aquellos tiempos en un mundo sociolaboral todavía rudo y tan rural, o reírse de la banalidad de las masas o de la falta de personalidad, además de todo eso y por todo eso, esta subyugante novela es un delicioso y magistral desvarío de gran literatura donde todas estas características, sumadas a su estructura (reconozcamos que complicada pero muy original), y a su estilo narrativo, (sencillo pero nada ortodoxo y en muchas ocasiones lírico y tremendamente profundo y culto) la convierten, sin ningún género de dudas, en una auténtica obra de arte de la literatura europea del siglo XX.
Y es que, verán, estamos ante un libro que contiene tres posibles principios. Tres principios a cada cuál más pintoresco y que se ramifican, a su vez, en no sé cuántas otras historias (al más puro estilo de la tradición irlandesa del Tristan Shandy) y que terminan por entregar al lector los mandos de la narración, el poder para interpretar, para crear una realidad que nadie debería nunca imponernos, ni siquiera cuando leemos. En-nadar-dos-pájaros es un auténtico manual de experimentación y de literatura de vanguardia escrito en una época de destrucción y de retroceso pero que, influenciado indudablemente por la compleja estructura del Ulysses de su buen amigo James Joyce, serviría en el futuro para tantas y tantas cosas. Desde abono para las bases humorísticas de los Monthy Phyton (a quienes Patricio Pron cita en el prólogo) hasta servir, igualmente, de condimento (ya sea técnico o de carácter filosófico) en algunas de las características que son propias de las novelas postmodernas americanas (y también europeas) de mediados de siglo. Se me vienen a la cabeza ejemplos como El Plantador de Tabaco de John Barth, o incluso, ya en las postrimerías de este movimiento, La Broma Infinita de David Foster Wallace, una de las obras más influyentes de la literatura contemporánea y que, por otro lado, parece que nada tiene que ver con ésta y puede que quizá lo tenga mucho. Estoy seguro que En-nadar-dos-pájaros ha tenido un sitio privilegiado entre las lecturas de los escritores más importantes de nuestra contemporaneidad y ojalá lo tenga entre las suyas.
Ahora vendría el momento en el que yo le resumo brevemente la trama (ja,ja,ja, la trama, dice) de la novela. Pero…no. Esta vez no lo haré. Y no lo haré porque eso no importa una mierda tratándose de O’Brien. Y no lo haré porque esta novela es tan increíble que será usted quien decida de qué va en realidad justo cuando termine de leerla. Y es que cuando uno está a punto de entrar a disfrutar de un gran espectáculo como este, no puede venir nadie a decirle qué es lo que se va a encontrar, a romper la magia y el misterio de una primera vez como esta. A tocar las narices, vamos. Lo haré en otras ocasiones, no le quepa duda. Pero hoy no. Solo le recomiendo, eso sí, que se deje llevar y que no juzgue y, por supuesto, que corra ya a su librería más cercana. ¡Corra, joder! ¡Es que no ve al conejo!
Sí, ya termino y quizá se esté preguntando usted qué pasa con la otra novela. Qué pasa con El tercer policía. “Por qué este imbécil de Lalo Cura no me ha contado todavía nada de la otra novela”. De la primera que es la segunda, recuérdelo bien (aunque, finalmente, El tercer policía no se publicó hasta los años sesenta).
Bien, pues le voy a decir algo. Le diré que en la otra novela hay casas dentro de las paredes de las otras casas y le diré que las personas y las bicicletas se funden en uno solo. Le diré que en la otra novela se puede ir en ascensor hasta la eternidad y que allí se pueden coger cosas que uno desee y que la gente tiene diferentes colores según el momento de su nacimiento. Le diré que en la otra novela hay veintinueve cofres hechos todos a mano por uno de los tres policías, pero algunos de ellos son imperceptibles para el ojo humano. En la otra novela hay un asesinato y también se habla clara y llanamente del Ómnium. En la otra, se estira la luz con un rodillo y se embotella la noche, que es solo una especie de ceniza esparcida en un momento determinado y que cubre la luz del día.
Estas (y la mayoría de cosas que le he contado antes) son la otra novela, pero ¿sigue usted pensando que esto del argumento y tal es realmente importante y necesario aquí?
Le confesaré algo: a mí, la otra novela, me ha parecido incluso mejor. ¿Puede usted creerlo? ¡Pues claro que no puede! Porque nada, absolutamente nada, de lo que le he contado es exactamente verdad. Pero qué más da eso.
Que tenga usted una feliz locura.