El género histórico–romántico (a falta de un concepto más preciso) vive buenos tiempos. Se trata de un modelo narrativo cuya mayor baza es su facilidad para conseguir la complicidad y la implicación del lector (o televidente, ya que este género se está cultivando en televisión de modo muy fecundo y con éxito, además), ya que cuenta con un argumento particular, centrado de preferencia en un conjunto de personajes a los que se sigue de forma moderadamente igualitaria aunque con protagonismo de uno o dos de ellos, y un argumento general, la historia que verdaderamente se quiere contar y que toca ámbitos más amplios y, quizá, menos atractivos para el lector no especialmente interesado en el género histórico y que busca que le cuenten una historia ficticia con personajes imaginarios y con sentimientos, sucesos y episodios de corte más humano o intimista.
Con frecuencia, aunque no siempre, este género híbrido se apoya, además, en una vertiente marcadamente romántica, interesándose por las relaciones amorosas de los protagonistas, que pueden escorar levemente, además, hacia el subgénero melodramático. Este tipo de narración es la que ha utilizado la autora de El tiempo de la luz, Silvia Tarragó, para contarnos la historia que, es de suponer, verdaderamente la apasionaba: la de la llamada Avenida de la Luz de Barcelona, una galería comercial subterránea -al parecer, la primera de este tipo que se hizo en Europa- que estuvo abierta, con desigual suerte según la época, desde 1940 hasta 1990.
Para contarnos que existió esa edificación y lo que fue de ella, Silvia Tarragó imagina y coloca en ella a unos personajes, adolescentes cuando empieza la historia y, significativamente, se inaugura la galería comercial, y cuya vida pasa por sus episodios más importantes ya sea en la misma galería, ya sea simbólicamente de forma conexa a ella. Así, la protagonista principal, Julia, es una muchacha recién llegada a Barcelona para hacer fortuna y ayudar económicamente a su familia; quien se convertirá en su mejor amiga es Rosita, hija de un repostero establecido precisamente en la Avenida; y otro personaje importante será Coral, cuya familia regenta una perfumería en la misma ubicación. En torno a ellas gravitarán otros personajes, y todos ellos nos contarán, a pinceladas -algo más exhaustivo y detallado no habría casado bien con el género de la novela, haciendo ésta ilegible-, la historia de la Avenida de la Luz y de la España de 1940 a 1990. Hay muchas alusiones al franquismo y sus consecuencias, pero, sobre todo, donde acierta la autora es al pintar un somero retrato impresionista de los usos sociales y de las mentalidades de los españoles de todas esas décadas y de cómo éstos van fluctuando en consonancia con los cambios políticos, los acontecimientos históricos en un contexto más amplio, como por ejemplo la 2ª Guerra Mundial o Mayo del 68, y los avances que se dan en materia de leyes, modas o usanzas. Retrato que, si bien a veces está realizado a brochazos y no deja lugar a los detalles ni a las anécdotas, resulta sin embargo bastante concordante con lo que podemos conocer de la realidad de aquellas décadas por otras fuentes. El testimonio de algunos capítulos de la historia -caso de Mayo del 68, sin ir más lejos- parece algo idealizado y más fiel a la visión de clases sociales acomodadas que a la muchedumbre de hijos de clase trabajadora que vivieron aquellos tiempos, pero aun así, no se puede negar que es también una visión real para parte de la sociedad.
El lenguaje y el estilo de El tiempo de la luz resuenan, en muchos pasajes, con ecos de la novela más decididamente romántica, sin caer ni en lo sórdido y vulgar, ni en lo empalagoso, cosa que hace que los capítulos que describen sentimientos e idilios sean especialmente logrados, y , seguramente, gratos de leer para los aficionados a ese género. Silvia Tarragó maneja especialmente bien, asimismo, la descripción de los sentimientos y la explicación racional que de éstos se puede hacer a veces una persona. Consigue meterse muy bien en el pellejo de su protagonista, Julia, quien debate consigo misma muchas veces sobre lo que siente, y Silvia Tarragó expresa con peculiar elegancia y precisión los recovecos que a veces muestran y ocultan los sentimientos. Así, podemos adivinar exactamente qué siente por cada uno de los personajes con los que se relaciona, especialmente con aquellos a quienes ama, y, lo que es más interesante y original, podemos adivinar por qué siente así. La descripción de los sentimientos amorosos es rica, huyendo de tópicos y prefiriendo describir con dos frases lo que con una sola podría no hallar suficiente explicación y profundidad.
El tiempo de la luz es una novela que combina con tino aliento historiográfico, romanticismo y el suspense derivado no de una investigación policíaca, sino de los giros y revueltas que a veces da la vida y que depararán sorpresas a los protagonistas de la novela así como al lector.