Guerra total. Dos palabras que unidas muestran similar contundencia a la de un hacha cayendo sobre un cuello. Sangre, muerte, pérdida, destrucción y sufrimiento. Pero también el alivio del que sobrevive. “Sigo vivo”. O la búsqueda de culpa, de ese mismo superviviente, por haber realizado tareas de dudosa moralidad. “¿Por qué lo hago?” ¿Arrepentimiento? No, eso, casi nunca. Pues no hay tiempo para ello, ya que cada uno, cada soldado, cada persona, libra una lucha; no solo interna, intentando averiguar qué les ha llevado hasta ese punto exacto y por qué hacen lo que hacen, sino también contra enemigos tangibles que de un mandoble les pueden borrar de la existencia. Supervivencia y guerra total es lo que encontraremos en El último argumento de los reyes, el libro que cierra la trilogía de La Primera Ley; el brutal y oscuro desenlace de ese mundo en donde no hay buenos ni malos, no hay héroes ni villanos, no hay ángeles ni demonios; solo hay vencedores y vencidos, vivos y muertos. “Solo hay una diferencia entre la guerra y el asesinato: el número de muertos”. Y, en esta última entrega, la mayoría de los personajes que empezamos a conocer en La voz de la espadas descubrirán que, como dice el proverbio, hay que tener cuidado con lo que se desea, pues el destino (o un mago) puede llevarte a conseguir esos sueños, pero de la forma más retorcida posible.
Si Joe Abercrombie hay algo que sabe hacer muy bien es centrar toda la atención en sus personajes, sus creaciones. La acción desaparece y es entonces cuando surgen Logen Nuevededos, o Jezal dan Luthar, o Sand dan Golkta, o cualquiera de los maravillosos peones que Abercrombie coloca, de forma metódica, sobre su enorme tablero de juego. La historia de esos personajes, lo que piensan, lo que sienten, lo que desean, se vuelve más importante que, en ocasiones, lo que les rodea o toda esa acción desenfrenada que se lleva a cabo en este libro: batallas épicas por doquier (incluyendo apoteósicos enfrentamientos entre magos que incumplen todas la leyes); atroces y sangrientas escaramuzas; o la confusión de la batalla, que Logen Nuevededos vive en sus propias carnes, en uno de los capítulos más opresivos del libro, en donde amigos y enemigos se confunden por la gracia del todopoderoso Sanguinario. Sí, los personajes son su fuerte. No hay más que ver como, por ejemplo, Collem West empezaba siendo un secundario y a estas alturas se convierte en un personaje esencial (carismático sobre todo por su estoicidad y humanidad) para la trama, y para los planes del paciente e insidioso Bayaz. “La paciencia puede ser un arma temible”. Ese mago que, a estas alturas, y tras el fiasco de viaje en Antes de que los cuelguen, ya no tiene reparos en mostrarse tal y como es y cruza la línea divisoria que separa el bien y el mal una y otra vez (¿y quién no lo hace?), por el bien de su nación y de sus propios intereses, llevando a pensar al lector que posiblemente se ha equivocado de bando y se halla codo con codo con los malos; sufriendo por ellos, divirtiéndose con ellos, haciéndose amigo de ellos y, por supuesto, hasta amándolos. Crummock, el norteño que se une a las filas de Logen para acabar con Bethod, ese chiflado, que consigue arrancar carcajadas al lector, que arrastra a la guerra a sus hijos pequeños que a duras penas pueden alzar el arma que portan, es otro ejemplo de cómo Joe Abercrombie teje personalidades; incluso si ésta pertenece a un simple secundario.
Pero aunque Joe Abercrombie pone especial énfasis en ahondar en la pisque de sus personajes, en El último argumento de los reyes también existe una atractiva trama que esta vez sí (y si lo echabais de menos en las dos primeras entregas) está plagada de gloriosas batallas. En algunos tramos sin descanso y llegando, si no se digieren bien, a empachar. Por suerte tenemos a Golkta que, aunque también nos dará una ración de sangre, destripamiento y muertes, mediante su talento torturador, nos llevará a su sombrío y sucio universo de intrigas palaciegas, mostrándonos, en última instancia, que el capitalismo tiene un gran peso en toda la historia. “Los hombres poderosos no sólo tienen poderosos amigos, sino también poderosos enemigos”.
Al final, en El último argumento de los reyes, casi ninguna trama queda cerrada al ciento por cien y los desenlaces, dignos de la mente retorcida del autor, son como una agresiva somanta de palos para todo aquel lector ingenuo que a estas alturas aún esperaba oír la tan azucarada expresión de: y fueron felices y comieron perdices. ¡Y qué esperabais, es Joe Abercrombie! Así es la sucia y rastrera vida. Y eso solo nos lleva a dos formas de interpretar este hecho: o Joe Abercrombie solo ha querido mostrarnos un slice of life de ese puñado de habitantes de Midderland (cómo se iniciaba un conflicto, su desarrollo y su final) o simplemente deja la puerta abierta para revisitar este fantástico oscuro y violento mundo. De hecho no es ningún secreto que está enfrascado en una nueva trilogía. Así pues, y tras haber disfrutado como hacía mucho que no lo hacía, solo queda desear que nuestros personajes favoritos vuelvan, y si no es el caso, solo resta darles las gracias por todos esos buenos, malos y terribles (en el mejor sentido de la palabra, si es que lo hay) momentos que nos han hecho vivir. “Lo que cuenta no es cómo mueres, sino cómo has vivido”.