Hay nombres de autores que se han transformado en adjetivos, un logro al alcance de pocos. Es el caso de Dante (dantesco), el marqués de Sade (sadismo), Orwell (orwelliano) y, por supuesto, Kafka (kafkiano). Según la RAE, kafkiano hace referencia a esas situaciones absurdas y angustiosas, como las derivadas de la burocracia o la justicia que describía Franz Kafka. Quién le iba a decir a él que el destino de su legado literario sería aún más kafkiano que sus historias. De eso trata El último proceso de Kafka, el ensayo con tintes biográficos escrito Benjamin Balint.
Más de una vez he debatido con fanáticos de Kafka sobre su última voluntad. Para quien no lo sepa, Kafka, gravemente enfermo de tuberculosis, le pidió a su amigo Max Brod que quemara todos sus textos —que consideraba obras fallidas— en cuanto falleciera. Brod, por supuesto, no lo hizo. ¿Estuvo bien o estuvo mal? Que cada cual lo juzgue, sobre todo tras leer este ensayo, que aporta muchos datos respecto al trato que Brod dio a esos escritos, literarios y personales. Pero de lo que no cabe duda es que, gracias a él, hoy en día disfrutamos de las obras de Kafka. Como demuestran las más de trescientas páginas de El último proceso de Kafka, de Benjamin Balint, la historia del legado no quedó en una simple anécdota.
Max Brod dedicó su vida a canonizar a su fallecido amigo como el más profético y perturbador cronista del siglo XX, y lo consiguió, vaya si lo consiguió. A su muerte, en 1968, legó todos los textos salvados de la quema (y otros tantos que sustrajo del despacho de Kafka) a Esther Hoffe, su secretaria, con la que mantenía una relación muy especial. Y cuando ella falleció, en 2007, se los dejó en herencia a sus dos hijas. Fue una de ellas, Eva Hoffe, la que se las tuvo que ver con Israel y Alemania, los dos países que reclamaron para sí el legado literario de Franz Kafka.
¿A quién pertenecía Franz Kafka? ¿A las Hoffe, en quienes confió Max Brod? ¿A la Biblioteca Nacional de Jerusalén, que quería erigirlo como símbolo de sionismo? ¿O al Archivo de Literatura Alemana de Marbach, que pretendía redimirse así del trato dispensado a los judíos? Con una documentación exhaustiva (las notas y bibliografía ocupan casi un centenar de páginas), Benjamin Balint nos muestra los intereses y procederes de cada una de las partes, intercalando las fases del juicio de 2016 con capítulos dedicados a las biografías de Franz Kafka, Max Brod y su larga amistad.
Pese a que algunas partes se me hicieron densas (incluso reiterativas), El último proceso de Kafka me parece un buen libro para conocer todas las dimensiones de un juicio tan complejo. En él no solo se enfrentaban los derechos de la propiedad privada con los intereses públicos de dos países, sino que se ponía sobre la mesa que el valor de un bien cultural era superior a cualquier derecho ético y de propiedad, lo que justificaba desobedecer al propio creador.
Si queréis conocer cuál fue el veredicto de este controvertido juicio y por qué, tendréis que leer El último proceso de Kafka, pero el juicio simbólico quedará en vuestra mano.