Reseña del libro “El único indio bueno”, de Stephen Graham Jones
Que conste que, en general, me encantan las novelas de género y bien etiquetadas: los códigos de la ciencia ficción, los engrasados mecanismos narrativos de un thriller, los arrebatos emocionales de un melodrama y, por qué negarlo, hasta el placer culpable de una buena novela romántica que me obligue a leer sin parar hasta descubrir si los protagonistas se casan o no al final. Y no, no solo me encantan los géneros cuando se presentan subvertidos o vueltos del revés como un calcetín, como piensan muchos autores que hacen, creyendo que sus textos son lo más de lo más de la innovación, la gran novela del siglo XXI, the next big thing, cuando, en realidad, lo que sucede es que no han leído lo suficiente como para saber que ESO ya se le había ocurrido antes a otro autor y, por lo general, lo había escrito mucho mejor. Adanes, que son unos adanes.
O sea, que sí, que me gustan las novelas de terror. Siempre y cuando no busquen el susto fácil, no arrojen vísceras al viento sin venir a cuento ni tiren de malos ramplones, mil y una veces leídos.
Por eso, cuando me encuentro ante una novela de género (de terror) como El único indio bueno, de Stepheh Graham Jones, mi alegría es doble. En primer lugar, porque es una muy buena novela (de terror) que satisfará los paladares de todos los que, como yo, nos relamemos con el género y no necesitamos que nos estén inventando la pólvora cada dos por tres. Y segundo, porque, con todo, la novela contiene algunos elementos que la colocan muy por encima de la media de las novelas de terror. No en vano, se ha hecho con el premio Bram Stoker, los Shirley Jackson Awards 2020 y también ha sido finalista del Premio Locus 2021 en la categoría de mejor novela (de terror) y en el World Fantasy Awards 2021 en la categoría de mejor novela.
Antes de continuar, creo que debería contar por encima de qué va la novela: Ricky, Gabe, Lewis y Cassidy son cuatro amigos de la infancia, cuatro indios americanos que, en su madurez, viven atrapados entre una sociedad que los rechaza y las tradiciones anquilosadas de su tribu, que han intentado dejar atrás. Diez años atrás cometieron un sacrilegio contra las leyes de dicha tribu: penetraron en las tierras de caza reservadas a los ancianos de la tribu y aniquilaron tantos ciervos como pudieron. Han pretendido olvidarlo, hasta ahora. Ahora, algo los persigue, los acosa y los masacra, uno a uno. Una venganza de la madre Naturaleza bajo la apariencia de… de… de…
…dejémoslo ahí.
Entre dichos elementos destacados está, sin duda, el contexto donde se desarrolla. Conoceremos gracias a Graham Jones cómo se vive actualmente en las reservas indias, qué desesperanzador es el futuro en ellas para las nuevas generaciones. Sin caer en el discurso panfletario o en la novela de tesis, el autor imbrica muy bien la crítica social en la trama, tejiendo ante nuestros ojos los detalles justos para que nos enteremos del por qué de ciertos modos y ciertos comportamientos que a los lectores se nos pueden antojar muy exóticos.
En este sentido, hablando de tradiciones, resulta que —y esto se apunta en las páginas de agradecimientos finales, corroborado a posteriori por un servidor—, la novela bebe de un mito de los pueblos nativos norteamericanos. Creo que no hago spoiler si solo digo que la portada del libro, editado con exquisitez por La Biblioteca de Carfax, la fina editorial especializada en literatura de terror (sin paréntesis), es, en sí misma, una joya cargada de detalles y símbolos perfectamente identificables a lo largo de la lectura. Como dicho mito.
Otro elemento a destacar: la estructura de la novela, que favorece mucho su lectura. Está dividida en cuatro partes bien diferenciadas, hasta el punto de que podrían leerse cada una de modo independiente pues, en cierto modo, son todas autoconclusivas. Como un relato o una novela breve por cada miembro de la pandilla, con sus puntos de vista particulares que, sin embargo, adquieren un significado global y último cuando las lees todas seguidas.
Otro: el modo de contar, que me ha parecido muy de autor americano (del Norte), de frases contundentes, escasas descripciones y bien de diálogos. A lo que añadiría un ritmo estupendo y una tensión que va incrementándose capítulo a capítulo, como un cántico o un tam tam chamánico, hasta alcanzar un duelo final, que, mire usted por dónde, recuerda mucho al de los Western más clásicos.
Y dos apuntes más a tener muy en cuenta: cuando he dicho esta no es una novela de terror al uso, quizás me haya pasado un poco. Sería más bien, para que nos entendamos, algo así como volver a leer un clásico gótico: no te va a provocar pesadillas ni te va a obligar a tener la luz de la mesilla encendida toda la noche, pero el mal rollo, te pongas como te pongas, te lo va a inyectar en vena. Me ha recordado a, por ejemplo, Maleficio, del rey (Stephen King), o a Siempre hemos vivido en el castillo, de la reina (Shirley Jackson)
Y el último: si te gusta el baloncesto (cosa que a mí, bueno… bah), atención a los pasajes protagonizados por este deporte. Nunca he leído nada igual de ágil. De bueno.
En definitiva, todos estos elementos hacen de la novela un auténtico disfrute, y no solo para declarados amantes del género (de terror), que seguro que también. Mi recomendación, tanto para unos como para otros, es que no duden en hincarle el diente (o el cuerno de seis puntas).