Me encantan las leyendas. Reconozco que las que tienen un toque mágico son mis preferidas, aunque siempre me pregunto qué verdad se esconde tras ellas. Porque en toda leyenda hay algo de verdad, eso es así: un misterio, un miedo, una tragedia, que la gente transforma en relatos para tratar de darle un sentido o una respuesta. Esa difusa línea entre invención y realidad es lo que hace que estas historias sean tan atractivas y se vayan transmitiendo de generación en generación, evolucionando con el paso del tiempo y hasta bifurcándose en versiones diferentes, según la época y el lugar. Y en esa difusa línea es donde Mónica López del Consuelo se ha movido para crear la colección de cuentos integrados que componen El valle de los espejos perdidos.
Mónica López del Consuelo nos presenta un pueblo imaginario, Valdespejo, donde un grupo de personajes anónimos se retan a contar historias imposibles que hayan sucedido en realidad, para entretenerse durante una tarde de lluvia. Así salen a relucir mitos, rumores y folclore del pueblo de Valdespejo. Historias de fantasmas, de gatas que hablan, de traiciones entre amantes, de sueños que arden, de hombres que se vuelven locos, de vírgenes enlutadas que se pasean por los velatorios, de viejecitas que ven a los muertos, de seres mitológicos que condenan a los incautos… Leyendas que escapan a toda lógica hasta que alguno de los personajes las desmonta contando lo que supuestamente sucedió en realidad.
En El valle de los espejos perdidos, Mónica López del Consuelo demuestra sus dotes de trovadora. Se mueve con la misma soltura en el realismo mágico, en el surrealismo y en la fantasía que en el neo noir, y sabe cuándo aderezar la historia con una escena de erotismo o escoger el momento apropiado para introducir un mensaje feminista. Se nota que ha aprendido de las mejores, pues ha asistido a clases de técnicas de escritura de Silvia Adela Kohan, ahí es nada. El resultado es una colección bien equilibrada, donde todos los cuentos tienen su encanto: unas veces, porque resultan tristes pero tiernos (sensación a la que contribuyen las ilustraciones que acompañan el texto, creadas por Emilio Díaz Estepa); otras, porque directamente se adentran en el lado oscuro del ser humano, lo que siempre resulta interesante. Y como guiño metaliterario, Mónica López del Consuelo deja un espejo en cada cuento para que, una vez terminada la lectura, no volvamos a mirar ese objeto con los mismos ojos.
¿Todas las historias imposibles tienen una explicación racional detrás? ¿Cómo se convierten las miserias humanas en cuentos fantásticos? Esas son las preguntas que nos surgen al leer El valle de los espejos perdidos, pues recordamos otras historias de ese tipo, que todos conocemos, para buscarles las vueltas. Aunque a mí las leyendas de Valdespejo me han demostrado que más de una vez merece la pena creerse la versión fantasiosa, pero allá cada cual. En la mano de los lectores de El valle de los espejos perdidos está decidir en qué lado del espejo prefieren quedarse.
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