Yo no sé las películas que me monto en la cabeza cuando veo la portada de un libro y leo, así por encima, su sinopsis. ¿No os ocurre? Os imagináis vuestra propia historia y según vais leyendo el libro descubrís que habéis acertado o que, todo lo contrario, el libro no tiene nada que ver con lo que vosotros habíais pensado. Pues eso es lo que me ha pasado a mí con este libro, que no tiene nada que ver con lo que yo me había imaginado a través de la portada y lo poco que había leído sobre él. Cualquier día de estos me dan un Óscar.
No sé, una ve un caballo galopando, lee un título tan sugerente como El verano infinito, lee sobre largos días de verano y dos chicos enamorados y se imagina una historia lenta, dulce y muy de sobremesa y café. Pero claro, si a mí esas historias no me van demasiado, ¿por qué entonces elegí este libro? Pues debe ser el sexto sentido literario que he desarrollado a lo largo de tantas lecturas. Algo tenía el libro que me llamaba la atención. Y al acabarlo, puedo decir que no me equivoqué al elegirlo. El verano infinito no es un libro cualquiera.
Para empezar diré que en estado de reposo mis pulsaciones están normalmente entre los noventa-noventa y cinco (estoy para hacer el Tour de Francia, ¿eh?). Pues que sepáis que durante toda la lectura de este libro creo que no deben haber bajado de cien. Lo cual es muy malo para mi corazón, pero en cierto modo, muy interesante para mi cabeza. Y es que aunque el título nos sugiera calma, este libro es una bala. Hacía tiempo que no me encontraba con un autor con una prosa tan rápida como la de Madame Nielsen, capaz de encadenar frases y frases sin un punto durante páginas, al más puro estilo Kerouac en Maggie Cassidy. Pero aunque sea una lectura rápida, la autora no deja que te pierdas. Es más, tú aumentas tu ritmo para acercarte al de la historia. Ya os digo, yo estoy cardiaca.
Y no es sólo cómo lo cuenta la autora, sino todo lo que cuenta en esta pequeña pero intensa novela. Hay una chica, de unos diecisiete años, una madre distante pero comedida, un padrastro sumamente celoso y dos niños pequeños. Y entonces el hastío, la sospecha y el abandono. Cuando el padrastro abandona definitivamente el hogar, cuando decide marcharse y dejar atrás a su mujer y a los niños, es cuando comienza la verdadera historia, cuando todos empiezan a vivir el verano de sus vidas, el verano infinito.
La casa, una granja a las afueras de la ciudad, se convierte entonces en una especie de albergue por donde empiezan a desfilar los personajes más extravagantes que formarán parte de ese verano infinito. Está el chico joven, novio de la hija, que pasa los días en aquella casa de campo. Hay otro joven desgarbado, alto y rubio, amigo de la chica, que también pasa sus días, sin hacer nada, en la casa.
Más tarde vendrán dos portugueses, y uno de ellos, el jovencísimo artista, se convertirá en amante de la madre. Y todos ellos conforman ese verano atemporal, unos días en los que la nada se apodera de todo. Sin que transcurra nada especial, la vida misma ocurre ese verano. El dolor, la juventud, el desarraigo y el amor se mezclan en estos días. Y el destino, siempre presente, de todos los personajes.
El verano infinito es una novela difícil, no os voy a engañar. Y aunque mi ritmo cardiaco haya estado acelerado durante toda la lectura, ya os digo que es buena señal. Me parece una propuesta atípica, interesante y conmovedora. Todo un acierto.