Reseña del libro “El verano que nos queda”, de Giulia Baldelli
Hay algo especial en las novelas que transcurren en verano, no sé si será casualidad, pero algunas de mis novelas favoritas tienen lugar durante esta estación: Llámame por tú nombre o Agua salada, son algunos ejemplos. La verdad, es que todas ellas comparten ese recorrido por los veranos de la infancia, ese volver atrás, a las raíces de donde todo surge, al inicio de algo que quizá nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida, esa iniciación y ese paso a la vida adulta. Y esas novelas nos hacen volver a las tardes en el pueblo, a los paseos en bici, a los rayos de sol que caen implacables y nos calientan la piel, a la casa de la infancia, a nuestra familia, al pasar del tiempo que parece volverse infinito, a nuestro primer amor. Por eso son especiales, porque de algún modo nos reconocemos en ellas.
En el verano de 1991, Giulia conoce a Cristi, la primera una niña despierta, observadora y racional. Cristi, sin embargo, es un ser indómito y libre y eso es lo que atrae a Giulia desde un primer momento. A partir de aquí, ambas comenzarán a compartir los veranos en un pequeño pueblo de Italia, sobre todo, porque a Giulia se le encomienda la tarea de cuidar y vigilar a Cristi, cuya madre, Lilli, la deposita puntualmente cada verano en la casa de su abuela, como si la niña fuera una especie de paquete. La vida de Cristi, esta marcada por las ausencias, por la de su padre primero y por esa intermitencia en la presencia de su madre en su vida. Pero esta no es una historia de dos sino de tres, ya que todo cambia cuando al pueblo llega Mattia, un muchacho que siente la misma fascinación que Giulia por Cristi. A partir de aquí, los juegos junto al río van a estar teñidos por los celos, la envidia y el intento de alcanzar algo que se escurre entre los dedos como el agua.
Llegados al umbral de la adolescencia los tres se separan, hasta que al cabo de diez años Cristi vuelve a irrumpir en la vida de Giulia arrasándolo todo y dando forma a unos sentimientos que tal vez, en su niñez no habían sabido interpretar del todo. Pero, como os dije, esta es una historia de tres y en cierto momento la figura de Mattia vuelve a sus vidas a romper el equilibrio y a revolver los sentimientos.
La historia del verano que nos queda comienza en 1991, en la infancia de Giulia, Cristi y Mattia. Pero la voz que nos acompaña, que narra lo ocurrido es la de Giulia que lo hace ya desde sus sesenta años, haciendo un recorrido por la vida de sus tres protagonistas, relatando sus encuentros y desencuentros durante décadas. Desde que eran niños y jugaban en el río hasta que los tres se convirtieron en adultos.
Cuando Giulia y Cristi se conocen, ambas toman conciencia de que hay algo que las une, existe algo que no saben nombrar que tira de una hacia la otra y las hace atraerse y encontrarse siempre. Ya de mayores, dan rienda suelta a ese sentimiento y algo que me ha cautivado de el verano que nos queda, es ese amor que se da entre los protagonistas y que sobrevuela libre, libre de etiquetas, libre de géneros, libre de juicios.
Giulia Baldelli nos habla en su obra de esas relaciones que, aunque sepamos que nos hacen daño no queremos, o no tenemos voluntad para escapar de ellas, nos rendimos a ese amor sin ser capaces de negarle nada. La infancia esta muy presente a lo largo de la novela, como un lugar de arraigo, de pertenencia, la casa de la infancia de Giulia como fuerza centrípeta que la mantiene unida a esa época a la que quiere regresar y recuperar a toda costa. También en la novela está presente el poder corrupto del dinero que piensa que todo lo puede comprar. Y las ausencias, el verano que nos queda, esta definido por ellas, la del padre de Cristi, la de su madre, la de algún miembro de ese triangulo (Cristi, Giulia, Mattia), durante meses, años o incluso décadas.
Hay novelas que son especiales no solo por su historia, sino por su voz narrativa, esa voz que nos acompaña en la lectura, que nos susurra y nos cuenta lo que va pasando. Esta novela es realmente bonita, realmente especial no solo porque ocurre en verano, no solo porque te traslada a tu niñez y te hace sentir el calor del sol de una tarde tórrida, no solo por la fuerza y belleza de sus personajes sino también por su voz, una de esas que atrapa y por la que te dejas mecer y llevar hasta la conclusión de la misma.