Leer este libro no ha sido nada fácil. De hecho, ha sido bastante más difícil de lo que pensaba. Leerlo ha supuesto un cara a cara conmigo misma, con quien escribe esto a sus treinta y cuatro años y con quien era yo hace diez años. Y ese cara a cara ha sido doloroso y bastante desalentador, no os voy a mentir. Pero al mismo tiempo, enfrentarme a mí misma ha resultado, gracias a este libro, una especie de bálsamo porque me he dado cuenta de que no estoy sola. Desafortunadamente, somos tantas las mujeres que nos sentimos identificadas con las palabras de Noemí en El vientre vacío que, de algún modo, la autora ha conseguido con este libro que nos sintamos menos solas y que seamos capaces de alzar, por fin, nuestras voces.
Pertenezco a esa generación nacida en los ochenta que vivió en primera persona los comienzos de esta crisis económica en la que aún estamos inmersos y que parece no tener fin. Una generación más preparada que cualquiera y que, sin embargo, se ha topado con todas las trabas posibles a la hora de encontrar su propio bienestar. No había trabajo y sigue sin haberlo. Con suerte, mucha suerte, podías acceder a un trabajo temporal, mal pagado, sin ninguna garantía y sin proyección de futuro. ¿Os suena? Sí, siguiendo lo mismo hoy en día. En estas condiciones, como sabéis, es muy difícil lograr emanciparse del grupo familiar, alquilar un piso digno, vivir la vida que nos correspondería. Y, por supuesto, la idea central de El vientre vacío: es tremendamente difícil poder ser madre en estas condiciones.
Según datos extraídos del libro, la edad ideal para ser madre en España está en 27,3 años. Sin embargo, en este país, ya hay más madres de 40 que de 25. La pregunta no es si querían o no ser madre a los 25, la pregunta es si tenían opción de elegir. Un país, cuya tasa demográfica va en picado, y que no se preocupa por el bienestar de sus ciudadanos es un país abocado al fracaso. ¿Puede esa mujer de 25 años elegir ser madre con trabajos temporales, con inseguridad laboral, sin poder emanciparse porque no puede pagar un alquiler digno, sin poder pensar en un futuro que se prolongue más allá de los tres meses?
Y sin embargo, todo este tiempo, nos han estado mintiendo. Nos han contado una mentira muy gorda. Necesitamos más nacimientos, necesitamos más mano de obra, más trabajadores que garanticen las pensiones, pero… ¿es siquiera viable traer nuevas vidas en un país que prioriza lo precario, lo fácil, lo inhumano, que no sabe nada de conciliación familiar y laboral?
No. Así no se puede. Es tremendamente difícil el hecho de poder elegir ser madre joven aquí porque no tenemos apenas otra opción. Y ya no es solo que las mujeres hayamos decidido anteponer nuestros estudios y nuestra vida profesional a la maternidad hasta encontrar la estabilidad necesaria para poder traer un nuevo ser a este mundo sin depender de nadie (ni siquiera de un hipotético padre de nuestros hijos), es que no nos han dejado elegir. Cito del libro: “Encontramos una fecundidad más alta en aquellos países que han desarrollado políticas sociales enfocadas a facilitar la emancipación de los jóvenes, así como a redistribuir la responsabilidad de la crianza entre las familias y el Estado, también entre ambos progenitores de manera equitativa.”
En España todas estas prestaciones y ayudas tan necesarias están dentro de las más bajas de toda Europa. La consecuencia es que estamos ante una generación de mujeres, como dice la autora, que vive en condiciones precarias y que, por ende, no puede ni plantearse el hecho de ser madres, al menos no ahora, al menos no en estas condiciones.
El negocio que existe hoy en día en torno a la maternidad me pone los pelos de punta. Vuelvo a citar del libro: “A día de hoy, cuando mejor nos reproducimos es hasta los 35. Entonces, ¿por qué estamos pidiendo esos diez años de plus?, ¿de dónde han salido, a costa de qué y quién se está beneficiando?, ¿por qué estamos como intentando negar esa realidad y además, dejándola en manos de la industria privada?”
Podría pasarme la reseña entera citando fragmentos del libro, la verdad, pero creo que es bastante mejor que leáis El vientre vacío y todos los relatos de las mujeres con las que Noemí ha charlado. Leer a la propia Noemí, en primera persona y leer también las historias de esas mujeres es escalofriante, pero necesario. Un libro como este era, sin duda, necesario y yo no tengo más que palabras de agradecimiento para Noemí y todas esas mujeres que me han hecho enfrentarme a mí misma, sí, pero que también me han tendido sus manos.