Así fue cómo conocí por primera vez a Ken Liu. En las distancias cortas, a través de sus cuentos. Luego llegó la saga aún inconclusa de La gracia de los reyes, cuya reseña yo mismo realicé hace un tiempo. Pero fueron sus historias cortas el principio de todo. La primera vez que oí el nombre del autor era por asociación a un cuento que ganó cada maldito premio que otorgaban al género fantástico. Un cuento sobre origamis con vida y la integración de un chico de origen chino en la bendita América. Cuando pude leer la traducción al castellano de dicho cuento, supe a qué se debía tanto alboroto. Entendí perfectamente qué era lo que movía a todo el mundo a hablar de dicho relato. Las emociones saltaban vivas en la hoja como si estuviera viva, como si el autor tuviera el mismo don que la madre del protagonista, y pudiera darle vida a algo inerte como son las palabras impresas. Aquella historia fue, es y será su buque insignia. De hecho, El zoo de papel es el título de aquel cuento inolvidable y también el de esta antología de quince relatos que, a mí parecer, es donde el autor brilla con más fuerza. Porque lo que uno descubre tras gastar el tiempo entre estas páginas es que el cuento de los origamis no era el plato fuerte, sino el entremés que se usa en los banquetes para ir haciendo boca.
La capacidad para asombrar con elementos recurrentes es algo que me empuja a seguir recomendando a Ken Liu. Aquí hay viajes en el tiempo y criaturas cambiaformas. Hay odiseas espaciales y conspiraciones privadas de control y seguimiento. Sin embargo, parece que no haya leído un relato de ciencia ficción o fantasía en mi vida. Siempre hay una vuelta de tuerca, una emoción agazapada que me acaba llevando de la mano a la sorpresa. A la sonrisa que acompaña esos puntos finales que no veías venir. Si tengo que destacar este planteamiento en alguno de sus cuentos es en Como anillo al dedo donde una empresa aboga por facilitar el acceso a la información siempre y cuando dejemos todas las puertas de nuestra vida abiertas. O en Cambio de estado cuyo tramo final otorga un nuevo sentido a toda la historia, incitándote a la relectura. Sin embargo, hay incluso un Ken Liu que me gusta más que éste. El tradicionalista. Aquel que utiliza la empatía con el lector para llegar a los más bellos pasajes que puede ofrecer esta colección. No hablaré más de El zoo de papel puesto que creo haber dicho ya demasiado. Pero sí me gustaría lanzarme con Mono no aware, expresión japonesa que viene a decir que nuestro tiempo es finito y que todo pasa para dejar lugar a otra cosa. En este relato el único superviviente japonés de una catástrofe mundial viaja por el espacio mientras desentraña su pasado, sus raíces y la importancia que tenemos como conjunto y no como individuos aislados. Y es en este tipo de momentos donde el lector pasa por emociones que no suele ofrecérseles en este genero. Uno trasciende el cuento y logra entender el mensaje que subyace, que la mayor parte de las veces poco tiene que ver con avances tecnológicos o trucos de magia.
No quería dejarme en el tintero los juegos de estilo que prevalecen en algunos de estos cuentos. Ken Liu sabe utilizar muy bien las herramientas de su oficio y se permite lujos formales que le dan a algunas de sus historias el aire de otra cosa. Citar por ejemplo Acerca de las costumbres de elaboración de libros en determinadas especies o Manual corporativo ilustrado de sistemas cognitivos para lectores avanzados es obligatorio y necesario. Ambos cuentos, sutilmente relacionados entre sí, nos explican las estructuras mentales de otras especies inteligentes que habitan ahí fuera. Si bien estos relatos carecen de una narrativa típica –sobre todo el primero- persisten en el recuerdo debido a la inventiva de su propuesta y al multiperspectivismo fantástico que ofrecen. Todo un alarde de imaginación desbocada por parte del señor Liu.
No quería acabar esta reseña sin hablar de dos cuentos que me han dejado torcido en el asiento mientras los leía. El maestro de litigios y el rey mono y El hombre que puso fin a la historia: documental. En ambos casos, la clave de fantasía es una mera excusa para hacer algo mucho más importante: denunciar ciertos hechos históricos sufridos por el pueblo chino y cuyo conocimiento en Occidente es reducido o insignificante. Quiero centrarme sobre todo en el segundo relato, donde se habla de forma profunda sobre el Escuadrón 731 y los abusos cometidos por parte de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. La novela corta sobrecoge y, aviso para navegantes, no es apta para todos los públicos debido al a dureza de algunos de sus pasajes. Sin embargo, es de obligatoria lectura. Puedo decir que frente a los otros cuentos que te emocionan o te divierten, éste en concreto te ilustra, te enseña y te enfrenta a tu propia ignorancia. La repercusión social de este documental escrito acaba saliéndose del libro y cobra vigencia sobre asuntos de los que hoy en día aún se habla. Hablo de fosas comunes, hablo de desparecidos, hablo de la importancia que dejamos de darle a la Historia obligándola a manifestarse una y otra vez.
Los cuentos de Ken Liu tienen una temática muy concreta. La inmigración o la capacidad de adaptarse a lo nuevo. La denuncia o la lucha contra los derechos humanos. El olvido o la fuerza de voluntad de algunos pocos que nos exhortan a recordar. Sí, parece mentira que todo esto vaya asociado a cuentos de fantasía o ciencia ficción. Pero si algo aprendes con El zoo de papel es a salirte del paradigma manoseado que tienes del mundo y de tu realidad. Porque suceden tantas cosas para las que no tenemos nombres y todas ellas están esperando una oportunidad para presentarse en tu puerta y sacarte de tu pequeña zona de confort.