Reseña del libro “Eliminados”, de Fernando Costilla
Si echamos la vista atrás, pero muy muy atrás, remontándonos hasta aquellos días en los que éramos tiernos infantes, seguramente la mayoría pensaremos que esos eran tiempos mejores, ¿verdad? Es casi seguro que todos coincidiremos (siempre que hayamos nacido en el primer mundo, no hayamos sufrido catástrofes importantes –quedarse huérfanos de padre, madre o ambos, por ejemplo– y hayamos tenido la suerte de vivir en una familia “normal” (y teniendo claro que ninguna lo es), gozando de una relativa estabilidad económica, emocional y de salud)…
Puede que incluso muchos hayamos conocido a temprana edad a las personas que poco a poco se convertirían en los amigos más mejores del mundo y que, incluso con el paso inexorable de los años, sigamos en contacto con ellos y mantengan recíprocamente con nosotros el calificativo de mejores amigos.
Cabe hasta la posibilidad de que hiciéramos juramentos de sangre con una navaja oxidada encontrada en sabe Dios qué vertedero público de fácil acceso, cuando el SIDA aún no era conocido y el tétanos nos la sudaba porque lo ignorábamos totalmente. Juramentos o promesas de esas que son tan peliculeras y en las que el chico promete a la chica que si a los 30 aún no se han casado pues ya se casarán entre ellos, o la de reunirse cuando haga falta para volver a matar a algún payaso cabrón que encarne nuestros miedos… Ya sabéis, las típicas promesas salidas de lo más profundo de la inocencia e ingenuidad infantil.
Si echamos la vista atrás, todo tendrá un cierto poso de nostalgia, y ese poso va aumentando a medida que vamos decrepitando. Esa es la sensación que he tenido al leer Eliminados. Si en los primeros años, cuando se forma el grupo de amigos, el tono es más aventurero, más de crónica infantil y adolescente, más de sueños de futuro, más relajado (el colegio, los partidos en el recreo, la catequesis, el judo, el porno del Rastro, la música, la Súper Pop, viajar a Nueva York…) con el fluir de los años el matiz se recrudece, los sueños parecen estancarse y la vida muestra su verdadera cara.
Eliminados cuenta con un narrador omnisciente en 4 x 4 : mediante cuatro puntos de vista que van alternándose tanto entre ellos como temporalmente a lo largo de periodos de cuatro en cuatro años, coincidiendo con los años en los que toca Mundial de fútbol, y que sirven para conocer la situación de cada uno de los protagonistas (Javi, Toño, Charli y Rocío). Estos cuatro, hicieron de pequeños la promesa de reunirse para ver los partidos de España en los mundiales.
“–A partir de hoy, da igual dónde estemos, cuando llegue el Mundial nos juntamos para ver los partidos de la selección. ¿De acuerdo?
–Pero…
–Nada de peros. Pon tu mano aquí encima.
–¿Te refieres al próximo Mundial?
–Me refiero a todos los mundiales. Hasta que ganemos.”
Eliminados es uno de esos libros que tanto gusta porque cuentan eso que los yanquis llaman slice of life, o sea, trocitos de vidas cotidianas, sin la típica estructura de intro, nudo y desenlace, porque es eso, trozos de vidas. Es como si te da por seguir a tu vecino un día y cuentas lo que hace. Puede que no haya hecho nada mencionable, la compra y poco más, o que ni tan siquiera haya salido de casa. El día anterior fue otro día y el siguiente ídem. Nada épico, nada destacable, pero así son la mayor parte de los días de nuestras vidas y las de aquellos a los que conocemos, ¿no? Luego ya entra en juego la pericia del autor para que lo que nos cuente, a pesar de carecer de esa épica, nos lo transmita de forma atractiva y gustosa de leer. Y eso lo cumple.
En resumen, Eliminados no es un gran libro, pero es un buen álbum de fotos bien ambientadas temporalmente; no es un libro excepcional, sino universal y no es un Cien años de soledad, pero es un más que digno retrato generacional sobre la amistad.