Ella, Drácula

Ella, Drácula, de Javier García Sánchez

Ella DraculaHablo mucho, demasiado incluso, de mis autores fetiches. Y es curioso porque, de un tiempo a esta parte, sólo he hablado en una ocasión de Javier García Sánchez, un autor poco conocido en el país, o al menos no en los círculos donde todo es boato y fuegos artificiales, y nos regala en ocasiones, pocas, muy pocas me atrevería a decir, historias que llegan a un rincón al que es muy difícil que consigan llegar los autores. Él consigue abrirse paso por un camino que en la vida, cuando leemos, se nos antoja casi como un regalo, como uno de esos presentes envuelto en papel de regalo y que necesitamos descubrir con todo ese entusiasmo que sólo dan las grandes historias que, de vez en cuando, llegan para quedarse. En el terreno de la literatura, abonado en ocasiones por minas que nos explotan en la misma cara, es una satisfacción encontrarse con historias que, a pesar de parecer riscos escarpados, nos llevan de la mano para que podamos apoyarnos como debemos por los salientes que la vida nos regala. Hablo, ya lo he dicho, mucho, demasiado, de mis autores fetiches. Pero eso no implica que no se lo merezcan, que no haya una razón poderosa para que yo hable y hable y no me canse. Porque lo que aquí traigo hoy es una historia que, a pesar de haber sido leído hará hoy ocho años, sigue tan vigente y tan fuerte en mi cabeza que es imposible que se vaya de mi mente. Porque bastó una palabra, bastó un nombre, para hacer que el mundo se detuviera y cayeran todas las barreras que se habían creado cuando la literatura no conseguía salvar la desazón de estar creciendo a una rapidez que no debía ser. La magia de este autor es lograr, con el noble arte de enlazar frases, crear una historia que describe el alma humana, la oscuridad que reina en su interior, y todo con un simple personaje.

Erzsébet Bathory puede no ser una persona que os llame la atención en un primer momento. Pero si os dijera que el título de esta obra, Ella, Drácula, tiene mucho que ver con el apodo que le pusieron todos aquellos habitantes que la conocían a lo largo y ancho de parajes inhóspitos de Rumanía, os podéis hacer una idea de qué nos vamos a encontrar. Conocida como La condesa sangrienta entraremos de lleno en este mundo de horror y perversión, de la mano de Javier García Sánchez, en un relato escalofriante de cómo una mujer se convirtió en el terror en estado puro, en una ávida consumidora de sangre, en una mente pervertida por el deseo de mantener su juventud hasta la eternidad, consiguiendo que su leyenda se expandiera hasta todos los confines del mundo, en una especie de negrura que acabó por completar un círculo, una especie de mundo en el que no hay sitio para el descanso, para la falta de dolor. Ella, la mujer que descubrimos en las páginas de esta historia, fue real, existió, y precisamente por eso, uno empieza a estremecerse, a sentir que su cuerpo tiembla ante la verdadera naturaleza del mal, del horror, del terror. Porque hay mentes que ya asustaban, que la realidad creaba mucho más allá de los cuentos con madrastras o lobos que querían comernos. Una lúcida imagen de sangre y arrebato por una idea que convierte la necesidad de belleza en crímenes atroces que, ahora sí, se conocen.

Javier García Sánchez siempre me ha impresionado. Escribe como una especie de dios plantado en la tierra, que crece y se enraiza en el mundo con cada palabra que une a otra palabra, y con Ella, Drácula demuestra que hay terrores que siempre nos obsesionarán, que siempre serán objeto de estudio, de visiones que llevarse a las pesadillas, a los recuerdos, porque lo que aquí se cuenta puede no parecer una biografía, pero en realidad sí lo es, o al menos una novelada, en la que el autor echa los restos y se convierte en un maestro de maestros, en un constructor, un arquitecto del horror, del terror clásico, en un heredero del Stoker más conocido o una nueva voz que nunca quisiéramos que se apagara. Yo he rendido siempre pleitesía a este autor, ya desde que una de sus novelas cayó en mis manos y me cambió la vida. La cambió, la desestabilizó, la volvió del revés, y convirtió lo que en previsión debía ser algo diferente, en un vacío que querer llenar con algo que fuera lo mismo. Pero todavía no ha llegado nada que lo empañe. Esta novela, que leí tiempo después, refuerza mi teoría de que lo que hace con las palabras el autor no es normal, no es de este mundo, es de otro donde los hombres se merecían el nombre de escritor y no se divagaba tanto sobre cómo las cosas han cambiado. Hoy traigo a un grande, que hace que me sienta pequeño. Pero con el que disfruto desde la primera letra hasta la última.

 

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