Emaús, de Alessandro Baricco
Alguien me lo dijo una vez: todos los extremos (y excesos) son malos. Esta certeza bien nos la demuestra Alessandro Baricco en el último de sus libros, Emaús. Más concretamente, el autor nos habla de las consecuencias que puede tener una educación excesivamente religiosa y puritana, basada en la obediencia, el miedo al pecado y la culpabilidad. Todo ello tomando como punto de partida sus propias vivencias y recuerdos de cuando él era joven, allá por los años setenta, época en la que también está ambientada la novela. Y es precisamente lo autobiográfico de la obra lo que ha hecho que para Baricco fuese la más complicada de escribir, tal y como ha confesado en varias entrevistas.
También, supongo, es lo que la hace tan diferente de las dos anteriores suyas que leí, Seda y Novecento: Emaús es sin duda una historia tangible que, ficticia o no, a todos nos puede resultar posible. Las anteriores, en cambio, tienen un aire de misticismo e irrealidad palpable, como de cuento infantil. Es pensar en ellas e imaginarlas en una burbuja a través de la que podemos ver y apreciar, pero no tocar; historias románticas –en el sentido más amplio de la palabra- que no están a nuestro alcance, que no están ni estarán en nuestras vidas reales y que no son, por tanto, de nuestro mundo. Emaús, sí; Emaús es nuestro mundo.
El Santo, Luca, Bobby y el narrador son en esta novela los títeres principales. Será a través de ellos que el autor nos hará saber hasta qué punto la Iglesia y sus dogmas pueden afectar en la vida de las personas.
Al principio del libro, los jóvenes protagonistas se nos muestran como chicos de bien, que dirían. Gente responsable, educada, solidaria y caritativa… Pero ante todo creyentes, un atributo que para el narrador es suficiente para diferenciar la gente en dos clases: ellos, los que tienen Fe, y los otros, con los que evitan tener cualquier tipo de relación, puesto que ellos “no son morales, no son prudentes, no sienten vergüenza”. Gracias al protagonista, ese narrador cuyo nombre desconocemos, el mundo de los primeros se nos retrata con una precisión clara e impactante. Para ellos no hay más verdad que la suya, creen poseer el conocimiento de lo que está bien y lo que está mal, y piensan que, en caso de pecar, sólo Dios sabrá perdonarlos. Desde su perspectiva, su estilo de vida, el de sus padres y abuelos, es el modelo ejemplar, el que todos deberían seguir.
Sin embargo esa convicción no les durará demasiado: el hecho de ser jóvenes y sobre todo la presencia de Andre harán que los esquemas de los cuatro amigos empiecen a resquebrajarse poco a poco. Ella, Andre, pertenece a ese otro grupo de gente, el de los laicos. Pero incluso entre ellos la chica es especial, guapa (guapísima) y totalmente indiferente a cualquier límite o restricción. Con un pasado —y probablemente también un futuro— que se intuye oscuro y una actitud rebelde y autosuficiente, Andre es además una chica misteriosa y atrayente, muy atrayente. Tanto es así que es el punto de mira evidente de todos los que la rodean, incluso de aquellos que apenas la conocen.
Ella representará la perdición de los protagonistas. Su atracción por ella llevará a los chicos, cada uno a su ritmo y manera, al descubrimiento de lo que es en realidad la amistad, el mal, el sexo… la vida. Poco a poco comenzarán a replantearse las cosas, a preguntarse sobre lo acertado de sus acciones, sobre la hipocresía que su entorno. Así hasta acabar descubriendo que lo que hasta ahora ellos habían creído como el único camino correcto no es más que una farsa, una nebulosa que los cegaba y aislaba de la verdad. Algo así como en Emaús, el relato narrado en el evangelio de San Lucas en el que dos de los discípulos de Jesucristo no son capaces de reconocer a su Dios hasta después de haber desaparecido de su lado, momento en el que se preguntan, incrédulos, cómo ha ocurrido, cómo han podido estar tan ciegos.
Con este libro, uno lee y lee y no tiene la sensación de ser espectador de una historia; es más bien como si alguien tratase de explicarte algo de vital importancia a través del ejemplo y la sabiduría que otorga la experiencia. Y es que, en efecto, y como ya decía al principio de este comentario, Baricco intenta enseñarnos lo que él ya aprendió años atrás. Por eso, la evolución de los protagonistas, contada muy sutil y brillantemente, y el particular desenlace de cada uno de ellos es para mí lo mejor de la obra, lo que justifica todo lo demás.
En cuanto a la escritura, qué puedo decirles. Ya sabemos que Alessandro Baricco es un tanto especial y que tiene su particular forma de escribir y narrar, algo que, lejos de ser un impedimento, ha logrado fascinar a millones de lectores. También a mí. Sin embargo debo confesar que en esta ocasión su uso desmedido, injustificado y, si me lo permiten, también incorrecto de los guiones incisivos me ha molestado, y mucho. Es lo que único que ha impedido que no acabase de disfrutar de la lectura, sobre todo al principio. Pero supongo que ésa es una valoración muy personal, y que donde yo veo un fallo otros verán maestría.
En cualquier caso les recomiendo la lectura, por supuesto. Es un buen libro que les hará descubrir unas realidades que quizá no conocemos o ante las que preferimos cerrar los ojos, pero que sobre todo les hará reflexionar.
“Más lejos, más allá de nuestras costumbres, en un hiperespacio del que no sabemos nada, están esos otros, figuras en el horizonte. Lo que salta a la vista es que no creen –aparentemente no creen en nada. Pero también cierta desidia ante el dinero, reflejos brillantes de sus objetos y de sus gestos, la luz. Lo más probable es que, simplemente, sean ricos –y nuestra mirada es la mirada desde debajo de toda burguesía sorprendida en el esfuerzo de su ascensión –miradas desde la penumbra. No sé. Pero percibimos claramente que en ellos, padres e hijos, la química de la vida no produce fórmulas exactas sino espectaculares arabescos, como si hubiera olvidado su función reguladora –ciencia ebria. La consecuencia que se deriva de ello son existencias que no comprendemos –escrituras cuya clave se ha perdido.
No sé, no sé. Por lo que dices es una novela con los tópicos de siempre. No se le ve mucha originalidad… Saludos
La frase del comienzo de tu bella reseña es la que considero “de cabecera” todo extremo es malo y como adulador de esa frase, no debo dejar de leer este libro; además, este autor, me encanta, ya que leí de él Seda, y me la pasé genial! saludos!
Me encanta este autor y por tu reseña, me aparece interesante pero tu comentario sobre los guiones excesivos y la cita en la que yo misma lo compruebo, me hacen entrar las dudas.