Este mes de agosto se ha cumplido un año de la muerte del escritor Rafael Chirbes. El autor valenciano murió a los 66 años a causa de un cáncer de pulmón fulminante y nos dejó a todos un poquito más huérfanos. Digo un poquito porque todavía nos acompañan muchos referentes –que cada uno piense en los suyos– de esta gran familia que es la literatura.
Chirbes dejó escritas diez novelas y diversos libros de ensayos. Entre las primeras se encuentra el libro que nos ocupa hoy, En la orilla. Esta fue la última novela publicada en vida del escritor y ha sido bautizada por la crítica como “la gran novela de la crisis”, esa caída en picado que se inició en 2008 y en la que seguimos todavía hoy. Aunque a Chirbes no le apasionaba esa calificación, En la orilla encaja muy bien en la etiqueta. La novela fue escrita durante los primeros años de crisis y vio la luz en 2013 y, por lo tanto, refleja el gran choque y el inicio del hundimiento de la vida de muchas personas en España. También el grado de mercantilismo caníbal de los que acumularon capital a costa de otros y, cuando vinieron mal dadas, huyeron con todo lo que pudieron reunir. Durante la lectura me he preguntado varias veces qué habría escrito Chirbes sobre lo que pasó después, durante 2013, 2014 o 2015.
Como podéis imaginar por el tema que trata, En la orilla es una novela dura, incómoda, escrita con mucha lucidez y un poco de mala leche. Todos esos ingredientes son básicos para tratar la historia con realismo, para hacer que el lector –y esto es algo que seguro que os sucederá si la leéis– vea su mundo, su barrio o su casa reflejados en muchas de las situaciones que cuenta Chirbes.
La novela se sitúa en diciembre del año 2010. La burbuja inmobiliaria ha estallado. Todas las obras del país están paralizadas y las sombras de las grúas y los esqueletos de hormigón de miles de construcciones amenazan a una población con más del 20% de paro. El retrato de esta crisis se cuenta desde el punto de vista de Esteban, un carpintero arruinado por culpa de una estafa, pero que tampoco es ningún santo. Es un pobre infeliz que da voz a toda una generación. Esteban es cordial, paternal, ruin, está resentido. Ha tenido una vida triste en la carpintería de su padre, un antiguo republicano que se arrepintió de no morir en la Guerra Civil y que ha sobrevivido a toda su familia. Esteban, con más de setenta años, cuida de su padre dependiente y se arrepiente de todo lo que no llegó a hacer. De las vidas que no tuvo y de todo lo que le ha tocado tragar en los últimos años que le quedan de vida. Porque Esteban lo ha perdido todo: la carpintería, la casa, los terrenos, el coche, los platos en los que come. Y piensa que está viejo para estas cosas, para un desahucio, para que le arranquen las migajas que le quedan de vida.
Pero la novela no se queda ahí, en los ojos de Esteban. Aunque su historia es la que predomina sobre las demás, presenciamos otras voces, otras narraciones. La de los trabajadores que el propio Esteban ha dejado en la estacada, la de sus familias y finalmente la del constructor que les ha traicionado y ha huido con todo el dinero que ha podido arramblar. En gran parte, el dinero del viejo Esteban y de su padre, todavía más viejo.
En la orilla entreteje voces y personajes, pero nunca se mueve de la costa valenciana, de Olba y Misent. Esos son los puntos fijos, concretamente el pantano de Olba, que engarzan toda la novela y también otras obras de Chirbes, como Crematorio. En la orilla, como Cien años de soledad de García-Márquez o Santuario de Faulkner, presenta una geografía propia, compuesta por esos dos lugares: Olba, el pequeño pueblo de las marismas, y Misent, el pueblo de éxito, costero, más sofisticado, más turístico, más caro. Ninguna de esas dos localidades existe sobre el mapa, pero sí en la cabeza de todos los que vivimos en la costa mediterránea, que no podremos evitar identificar Olba o Misent –o ambos– con decenas de localidades que conocemos bien.
En la orilla es una novela dura y fascinante al mismo tiempo. Como cuando pasas junto a un accidente en la carretera, no puedes dejar de mirar, de leer, sabiendo que, si no te tocó a ti pasar por las situaciones más duras que se entrevén en la obra, fue por pura suerte, porque naciste en otro lugar, porque tomaste, siempre a tientas, un camino que te mantuvo algo más resguardado de la tormenta.
También es un retrato de un país de caraduras, trileros y personajes sin escrúpulos. Tipos que cogieron el dinero y corrieron hasta perder el aliento –aunque para entonces ya estaban en Suiza— y que, además, querían hacer sentir culpable de su gran estafa a todos los demás.
Quiero cerrar esta reseña pidiéndoos que no dejéis de leer a Chirbes. Aunque sea duro, aunque haga que sea un poquito más difícil levantarse por las mañanas e incluso mirarse al espejo. Porque es bien sabido que la verdad duele.