En la piel del otro, de Maria Barbal
El recuerdo de una noticia que en su día me llamó la atención, el descubrimiento de la impostura de Enric Marco, quien llegó a presidir Amical Mathausen sin haber estado preso en campo de concentración alguno, me llevó a interesarme por esta novela, En la piel del otro, que se inspira en ese caso. Quería comprender aquel caso y desde siempre he sostenido que si alguna herramienta permite conocer a fondo un comportamiento humano es la ficción. María Barbal construye una brillante ficción inspirada en aquel caso y se introduce (y nos introduce) en la piel de Ramona Marquès, quien llega a presidir una asociación de víctimas del franquismo, Memoria y libertad, sin ser ella misma represaliada ni víctima en mayor grado de lo que lo pudiera considerarse cualquier otro ciudadano que viviera aquella realidad. Y no cabe duda que uno llega a comprender el lento proceso mental que hace que a Ramona la mentira no sólo le parezca legítima sino que la vea incluso lógica y que ella no sólo no la vea como algo que merezca reproche alguno, sino que muy al contrario no entiende que no sea motivo de agradecimiento. Es un personaje de personalidad complicada, con más ambición que escrúpulos y más inteligencia que remilgos, pero su compromiso y su entrega a la causa, que son reales, quedan sin el premio que cree merecer por lo que ella considera que es simplemente hacer bien su trabajo: identificarse hasta tal punto con los padecimientos de los represaliados que se apropia de sus vidas. Aunque se apropia de una en concreto a la que trata de suplantar más allá de las funciones de su cargo y las experiencias que utiliza en sus conferencias, y tal vez en ello es donde se ve la verdadera dimensión del engaño, la que ella es incapaz de ver.
En realidad, la motivación de Ramona es el amor, el roto que ella padece por alguien a quien cree muerto por sus ideas en la frontera con Francia, y el que en forma de admiración siente por el presidente de la asociación, y la inspiración de Maria Barbal no es tanto la mentira que, de diversas maneras, llega a convertirse en el centro de la vida de Ramona, sino la verdad, la vida extraordinariamente real que dibuja la autora no sólo de su personaje protagonista, sino de todos los demás que aparecen de forma equilibrada y natural a lo largo del relato. Porque una vida no es real sin las vidas de quienes la comparten.
En la vejez, de nuevo en Reus, reflexionaría sobre el pasado y seguiría creyendo que, si esa época hubiera durado más, Ramona habría sido otra, se habría forjado su propia vida por un camino discreto, pero sería más feliz. ¿Quién era el escribano de los libros de las personas?¿La familia?¿Los acontecimientos históricos?¿Uno mismo?
En la piel del otro es una novela de gran intuición psicológica en la construcción de los personajes, pero sobre todo me parece una novela de gran sensibilidad. La vida de Ramona Marquès es, efectivamente, una experiencia extraordinaria en tanto que poco habitual, pero la de los demás personajes es la normal de las muchas personas que vivieron aquella época y que sin duda se reconocerían en esos personajes y es el talento de María Barbal lo que las convierte en un acontecimiento literario.
Se le había colado en la cabeza una idea ociosa que vaga por el mundo y se detiene de vez en cuando junto al oído de una persona para decirle que todos los pasos importantes que ha dado en la vida han sido otros tantos errores.
Hay de tanto en tanto en En la piel del otro destellos de gran belleza, imágenes de intensidad y vocación poética que iluminan una historia de por sí sensible con pinceladas que, si se me permite el atrevimiento de parafrasear a Maria Barbal, dejan al lector pellizcos de belleza en el alma de los ojos. El mérito de la autora es lograr que como lectores nos metamos también en la piel de los personajes y los comprendamos, pero sin condescendencia. Ramona miente porque se hace pasar por la víctima que no es, pero al fin y al cabo y sin justificar lo injustificable, a su manera sí que lo fue porque si bien no pasó por un campo, no perdió a ningún familiar ni fue encarcelada por sus ideas sí que perdió algo en la confrontación porque fue su capacidad de amar la que se convirtió en víctima colateral de la lucha por la libertad. Culpable, sí, pero no la única.
Andrés Barrero
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