Cuando uno ha hecho un muy buen libro (sobre todo en un género tan difícil, estereotipado y aparentemente con unas reglas tan marcadas como lo están en el negro –aunque te las puedas saltar o le des nuevos y originales enfoques–), ha tenido una gran acogida por la crítica especializada y por el público lector, y quiere seguir escribiendo dentro del mismo género (o incluso en otro) es inevitable sentir una presión y un miedo a no saber mantener el nivel. Sobre todo si el libro que tan bien fue acogido fue el primero. Uno puede verse tentado a pensar de sí mismo que en parte pudo tener un golpe de suerte, que le puso tanto tiempo, mimo, esmero y dedicación que se ha vaciado y ya no hay nada más qué contar.
No es el caso de Laura Gomara, en adelante la Gomara, pues así le gusta ser llamada (como si habláramos de la Christie, la Barlett, la Leon o la Highsmith, por ejemplo). Su primera novela, Vienen mal dadas, me sorprendió para bien por el tono de su protagonista, por lo bien narrado de la trama y por la radiografía de una sociedad-jungla egocéntrica que se dirigía en plena crisis económica a su autodestrucción.
Puedo decir con orgullo que, gracias a lo que Lupin III me enseñó sobre cajas fuertes, he sido uno de los privilegiados que han tenido acceso a las galeradas (sin corregir) de En la sangre, las cuales erróneamente se creían a buen recaudo en una de dichas cajas, mal disimulada tras un falso cuadro de Monet, en la residencia de la prestigiosa editora Elena Montsiol.
Si en la primera novela de la Gomara se respiraba, ya lo comenté, un miedo realista a la pobreza, al vernos desahuciados, en la calle, pidiendo limosna; aquí tenemos otro tipo de pobreza. No a perderlo todo, pero sí lo suficiente, lo poco que tenemos, para lograr alcanzar nuestro sueño de una vida mejor, de emprender un negocio o de mejorar de alguna forma nuestra situación; a perder lo suficiente como para desestabilizar toda una vida que creíamos bien encauzada a pesar de tener una base algo endeble.
Eva es una ratera. Una carterista que roba tanto en el metro, como en la calle o en pisos turísticos en los que sabe que puede sacar tajada. Tiene dos carreras, estilo e inteligencia, pero no quiere un trabajo “normal”. Es así. Lo lleva en la sangre, de la misma manera que su enfermedad, la que parece que va a acabar más pronto que tarde con su vida. Y le gusta. El subidón que consigue es mejor que cualquier droga, mejor que el sexo… Conoce las formas, los mejores momentos, los lugares oportunos, lo que puede sacar por el iphone que asoma de un bolso, o por el Kindle descuidado sobre la mesa de una terraza en la calle. Identifica las marcas “pijipis” y las tasa al momento.
“Solo lo hago en el transporte público en caso de necesidad o si no puedo contener el impulso, como esta mañana. Y, cuando lo hago, prefiero los viernes y sábados por la tarde, con los trenes a rebosar de grupitos que han ido de compras. Incluso las madrugadas, en las que los cincuentones se me arriman y casi me regalan la cartera que asoma del bolsillo trasero del pantalón”.
En Vienen mal dadas la protagonista, una antimujer fatal, comenzaba hundida en la miseria y por un golpe del destino al finalizar la historia veía su vida sino arreglada, en mejor situación que al comienzo. En En la sangre es justo al contrario. La situación más o menos desahogada de la protagonista se va al garete cuando el joyero al que suele acudir le chantajea para que haga un trabajo para él. Además, por circunstancias de la trama, Eva se ve obligada a volver a vivir en la casa de sus padres e incluso volverá a frecuentar a un antiguo ¿novio?/¿amor?/¿pareja?, Oleg, el cual tampoco es precisamente trigo limpio.
Sin embargo, a diferencia de Ruth Santana, Eva sí es una mujer fatal. No una al tipo, y eso es una baza en favor de la autora, pero sí una dueña de sus decisiones, aciertos y errores, a la que vemos moverse, mojarse, trabajar, mancharse las manos… Y además, es la voz que nos va a narrar la(s) historia(s) de ella y de Oleg.
Gomara relata de forma natural y realista la vuelta al hogar y la problemática de la convivencia de Eva con sus padres, haciendo hincapié en los conflictos que surgen y que parecen volver a sucederse con una madre que todavía la trata como si fuera una niña y a la que nuestra protagonista acusa de haberle robado su infancia.
–Vámonos un par de días –dice él.
–¿Adónde?
–Lejos.
–¿Solo un par de días?
–No, para siempre.
–¿Lo dices en serio?
–No.
Pero no se detiene ahí, ya que en las 331 páginas de esta novela, tenemos tiempo de asistir a una radiografía de nuestro tiempo. Unos tiempos estos en los que la amistad se rige por mensajes en grupos de Whatsapp, postureo y fotos en Instagram y otras menciones en redes sociales, en donde la gente sigue preocupada por aparentar que le va bien, donde las clases sociales siguen luchando entre ellas sin saberlo y en donde cada uno tiene que sacarse las castañas del fuego, más aún si tienes que convivir con una enfermedad mortal.
Y a todo esto hay que añadir la trama mafiosa de Oleg…
En la sangre se lee con ganas, los personajes están tan bien perfilados que te los puedes imaginar perfectamente, entiendes sus dilemas, sus problemas y, lo mejor de todo es que no sabes si te caen bien o no. Porque en el fondo, la pareja protagonista, es una pareja de cabrones con los que prefieres no tener que cruzarte en su vida “laboral”, pero te pones en su piel, y la autora sabe hacer que te vistas de ellos, y que seas capaz de entenderlos. Eso tiene mucho mérito, y, para rematar, la historia está bien tramada de principio a fin, mejor narrada y finiquitada.
Hay que ser muy buena y tener mucha clase para saber mezclar todo esto bien y que no te salga un coctel demasiado aguado o demasiado fuerte y la Gomara ha demostrado saber elegir los ingredientes y las cantidades para que el resultado sea perfecto.
Se nota que Gomara ha mamado del noir desde que tiene uso de razón y esta segunda novela es la prueba de que la anterior no fue fruto de la suerte del principiante. Pero, sobre todo, se nota que se desenvuelve con soltura y que está impaciente por regurgitar su bagaje soltando sobre el papel todo lo que su cabeza quiera parir.
En la sangre no es una novela negra más. Es la novela negra que acaba de definir el estilo y voz propia de una autora que promete darnos muchas más alegrías literarias. Una novela original, fresca, desenfadada pero a la vez respetuosa con los clásicos. Una puta pasada. La obra de una autora por la que, si el mundo fuera un lugar justo, las editoriales deberían estar ofreciéndole a ciegas contratos para un tercer libro.
Y yo estaré esperando para leerla.
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