La tercera novela de Lauren Groff arriesga y se interna en un territorio literario tan desconocido como evitado: el matrimonio. Que podríamos llamar también el amor duradero, la estabilidad emocional, la habitación con vistas fijas al paso inexorable del tiempo. Y en este caso nos equivocaríamos con cualquiera de estos últimos tres calificativos: si algo no es el matrimonio, según En manos de las Furias, es estable emocionalmente, duradero e inmutable. Como cualquier ser vivo que late, se transforma y evoluciona, el matrimonio de Lotto y Mathilde, los protagonistas, es voluble y caprichoso: crece desaforadamente al principio, arrollando todo a su paso, y después da estirones cuando menos se espera, pero también se encoje con el frío y con las malas noticias. Y, sobre todo, se ve distinto según el lado desde el que se mire.
Lotto Satterwhite se convierte en dramaturgo cuando la novela se pone seria. Antes es unas cuantas cosas, o ninguna, porque se puede permitir el lujo de ser todo eso ya que nace rico y dotado de un magnetismo fuera de lo común, que Groff sabe transmitir. En mi caso, tardé pocas páginas en sentir por él esa mezcla de admiración y envidia que algunos llaman amor. Que la riqueza de Lotto le esquive durante la mayoría de las páginas se lo debe, en parte, a Mathilde Yoder, su jovencísima esposa cuando empezamos a saber de ella, la mano de hierro detrás del artista, la mujer de hielo a la que casi nadie tiene acceso. Solamente nosotros, privilegiados lectores que vamos observando sus destellos a través de las páginas y que llegamos a odiarla con toda nuestra alma en algún momento (tal es el magnetismo de su marido).
Tras unos años dubitativos, Lotto se desarrolla artísticamente pero, como en todo escenario, cuanto más luce de cara al público el personaje principal, más oscura es su sombra detrás, en este caso Mathilde. Y nos damos de bruces aquí (ya lo habíamos hecho con Perdida) con una de las eternas dudas de los matrimonios: ¿cuánto conocemos a quien duerme a nuestro lado? Lauren Groff, eso sí, da una vuelta más a la pregunta y plantea si los secretos, las incógnitas dentro de la pareja, no serán imprescindibles para que se mantenga el entramado matrimonial. Que todo detrás entre bambalinas funcione para que en el escenario no se noten las cuerdas de los titiriteros, la mano temblorosa del director, los olvidos de los actores.
Hago referencia a las tablas porque otra cosa que tiene En manos de las Furias es mucho teatro. Los dos personajes lo respiran, lo destilan, abusan de él. Sus amigos hablan de teatro, y por el texto desfilan desde Shakespeare hasta Antígona, en ramalazos que nos llevan incluso a la ópera. Ahí, lo reconozco, me he sentido pequeño, ignorante. Lauren Groff tampoco abusa del discurso teatral pero sus referencias están a años luz de las mías.
Más allá de este ligero desencuentro, algunos párrafos del libro son atronadoramente buenos. Lauren Groff se deja llevar en volandas por la belleza de sus dos protagonistas y brilla sobre todo en las primeras cien páginas, que se recorren hasta quedar sin aliento como si estuviéramos en una montaña rusa. Después guarda un poco más las formas y en la fiesta del matrimonio de Lotto y Mathilde se van apagando las luces y comienza el insomnio. Un insomnio desigual, productivo y desesperante a partes iguales, que lleva a una parte intermedia irregular, en mi opinión, y un tanto vacía. El famoso y temido momento en el que se abandonan los libros está presente también aquí, no se puede negar.
Sin embargo hay una característica que me ha encantado del libro y me ha dejado pegado a él. El hecho de que, cada vez que toma una decisión narrativa, Groff escoge la difícil, la menos obvia. Cuando uno cree que alguien se va a suicidar, sale del trance, cuando cree que dos personajes van a acostarse, no lo hacen (o viceversa). Este afán por dejar que la historia se desarrolle por sí misma y no circule por los derroteros habituales de otras obras es deslumbrador y la llena de imprevistos. Volvemos a las primeras frases: el matrimonio puede parecer estático y monótono, pero cuando se aplica sobre él la lupa de la literatura de la manera en la que se hace aquí, es todo lo contrario.
Que estas y otras razones hayan llevado al Time y al Washington Post a incluirlo entre sus mejores libros del año no me extraña. Lo que me ha resultado más raro es que fuera el libro favorito de 2015 de Barack Obama. ¿Nos querrá decir algo el bueno de Barack sobre quién toma realmente las decisiones en la Casa Blanca?
En manos de las Furias, de Lauren Groff
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