Estaba hace un rato terminando el libro y pensando en cómo iba a empezar la reseña y de repente, pasando las últimas páginas, se han empezado a despegar las hojas de papel del pliego que las mantenía unidas y me he quedado con los dos o tres últimos relatos en la mano. Y claro, cómo no decirlo. Aunque eso sí, imagino (o por lo menos espero) que ha sido algo que solo ha pasado con mi ejemplar. En todo caso, como ninguna culpa de todo esto tiene Hemingway y mucha de lo que hay dentro escrito, mejor centrémonos en ello. Esto es En nuestro tiempo, el primer libro publicado por Ernest Hemingway, que publicó con solo 26 años y que todavía ninguna editorial española se había lanzado a ello. Ahora sí, y ha sido Lumen.
Quería empezar diciendo que, como bien se podría esperar quien ya haya leído al Nobel americano, Hemingway marca todo el libro con su sello más característico. Para dar un ejemplo: empieza hablando de bebés muertos y acaba con whiskey. ¿Qué hay más marca Hemingway que la sangre y el alcohol? ¿Guerra? ¿Toros? Tranquilos, también lo hay. Como decía, Hemingway tenía 26 años cuando publicó estos relatos, pero por la manera en que escribe y, sobre todo, por los temas a tratar, se nota que el foco del nacido en Illinois estuvo siempre clavado en un mismo punto. Con prólogo de Ricardo Piglia, quien cuenta de manera emotiva cómo se encontró con escasos 18 años con un ejemplar de esta obra por pura casualidad y notó que algo le cambiaba por dentro, En nuestro tiempo es un añadido para todos aquellos amantes de la obra de Hemingway. O quizá una entradilla, quién sabe. A mí, por ejemplo, me ha resultado gracioso, teniendo en mi biblioteca como tengo el famoso París era una fiesta, que aquí se puedan leer comentarios como «París era una ciudad enorme y fea» o «La ciudad», refiriéndose a París, «no es gran cosa». Lo digo en broma, claro. Aunque aparece.
El libro, traducido por Rolando Costa Picazo, se estructura en 17 relatos, todos acompañados por una especie de microrrelato en cursiva que crea una línea temporal con los que le siguen, en los que siempre (o casi siempre) nos encontramos con historias que le suceden a Nick Adams. El tipo de escritura ya nos lo podemos imaginar: sobrio, seco, sin aspavientos ni florituras, directo al grano y resaltando, sobre todo, por lo que deja de decir más que por lo que dice. Relatos cortos o «historias mínimas», como dice Piglia, quien también comenta muy acertadamente que «Lo importante de Hemingway, y de Beckett, es que no describían lo que veían, sino que se describían a sí mismos en el acto de ver». Por cierto, este libro es también un homenaje al escritor argentino, quien luchó por su publicación en España antes de su muerte en 2017.
Justo hace unos días, al mismo tiempo que leía el libro, me topé con un escrito de Julian Barnes en el que decía algo que me pareció muy acertado para los que disfrutamos de la escritura de Hemingway (aunque, aclarémoslo, estemos alejados de su modo de entender y “disfrutar” la vida). Decía que: «Necesité ver mucha pintura antes de comprender que el realismo, lejos de constituir el campamento base para aquellos que se aventurasen a mayores alturas, podía ser igual de auténtico e incluso igual de raro; que también requería determinada elección, organización e imaginación, así que, a su manera, podía ser igual de transformador». Hemingway puede ser igual de transformador. Que se lo pregunten allí arriba a Ricardo Piglia. Ya tenemos aquí abajo y para siempre (ojalá) En nuestro tiempo.
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