Igual es un poco exagerado lo que voy a decir, pero tengo la impresión de que hoy en día, en algunos ambientes, queda feo reconocer que a uno le gusta el fútbol. Incluso en conversaciones coloquiales los seguidores de este deporte tenemos que andar a la defensiva, anteponiendo a nuestros comentarios expresiones exculpatorias como “me gusta, pero no soy forofo” o “sé que no me va la vida en ello, pero…”. Y es que es difícil defender desde la razón el interés que los futboleros prestamos a aspectos tan banales como el número de tarjetas amarillas que saca de media un árbitro de la liga portuguesa, el enfado que nos provoca no haber podido fichar al jugador que queríamos en el Comunio o las horas muertas que pasamos delante de un videojuego que nos permite ser los directores deportivos, o directamente, los futbolistas de nuestro equipo favorito.
No obstante, tampoco entiendo el rechazo extremo que provoca en algunos este deporte; como periodista, he conocido a compañeros que directamente repudiaban cualquier pieza, fuese de la calidad que fuese, que se hubiese hecho en torno a un tema deportivo. Son los mismos que creen que el fútbol son solamente 22 millonarios musculados tratando de meter un trozo de plástico hinchado entre tres palos. En el fondo les admiro: hay que ser muy fuerte para mantenerse inmune ante esa bendita enfermedad.
El filósofo inglés Simon Critchley también es consciente de que su pasión por el Liverpool F. C. no proviene de un profundo proceso reflexivo ni le ayuda a construir su soñado teatro de la memoria. Pero eso no le impide buscar (y encontrar) ideas atrayentes en torno al balón y a los seres que lo rodean. Por eso, en En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, tras recalcar la escasa importancia real de este juego, Critchley deja los prejuicios a un lado para ofrecer interesantes reflexiones, muy apegadas a su disciplina. Así, en este pequeño libro el autor lanza proclamas tan interesantes como que el fútbol es un deporte con alma socialista, por tratarse de un juego en el que sus partes trabajan para el colectivo y con un objetivo común, pero con un cuerpo profundamente capitalista.
A lo largo de los capítulos, Critchley mezcla la divagación filosófica con sus experiencias personales como aficionado red, así como con numerosos ejemplos de jugadas y eventos del mundo futbolístico, la mayoría muy recientes y conocidas por el gran público (la expulsión de Zidane en la final del Mundial de 2006, el polémico nombramiento de Qatar como país anfitrión de este mismo evento para el invierno de 2022, el teatro de Pepe en la final de la Champions de 2016….).
En sus reflexiones, de no más de tres o cuatro páginas, oxigenadas con fotografías de instantes icónicos de este deporte, el británico hace un esfuerzo divulgativo para acercar sus afirmaciones más complejas al público que, como yo, no tiene unos grandes conocimientos de filosofía. Por ejemplo, dedica bastante espacio a desgranar su idea de que el fútbol es un acto que se mueve entre los mundos de la objetividad y la subjetividad (os prometo que se acaba entendiendo).
Una de las ideas que más se defiende en este libro es la que he comentado al comienzo de esta reseña: la de que un acto que mueve tantas pasiones, sentimientos tan distintos y que trastoca en muchos casos la lógica de nuestros países, lo queramos o no, es mucho más que un deporte. Y, reconociendo, como hace Critchley, que el fútbol no deja de ser un entretenimiento banal, que aporta poco o nada a nivel intelectual y que, en numerosas ocasiones, transmite valores muy poco positivos, el rechazo al mismo no deja de ser algo mucho más necio, ya que significa dar la espalda a una parte de lo que somos.
En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, publicado en España por Sexto Piso, contiene muchas frases que merece la pena subrayar, pero me he quedado con una en especial, ya que transmite perfectamente ese vínculo irracional del que tan difícil me resulta escapar: “lo que te mata del fútbol no es la decepción, sino la esperanza constantemente renovada”. Porque, después de otro curso amargo, estoy seguro de que la próxima temporada es en la que la Unión Deportiva Logroñés va a ascender a Segunda División, después de diez años intentándolo. Y voy a ir ahorrando dinero para poder comprar el FIFA para entonces.