Me encantan las bandas sonoras. De siempre. Son como una navaja suiza. Las puedes usar para todo. De pequeño me las ponía de fondo para estudiar y aislar el ruido del exterior y poder concentrarme. En el gimnasio me ayudan dando ese empujoncito en la espalda en los momentos en los que estoy a punto de tirar la toalla. Cuando limpias la casa o cocinas también hacen su labor. Hay una banda sonora para cada momento y cada momento tiene su banda sonora. Y hay bandas sonoras que no son otra cosa sino arte.
Si me hicieran una de esas preguntas chorras del tipo “¿cuál es tu compositor o banda sonora favorita”? no podría quedarme con uno. Me gusta el rompedor Hans Zimmer con sus innovadoras partituras para la trilogía del Batman de Nolan, e Inception (y la de Gladiator, por supuesto, aunque luego se plagie a sí mismo en Piratas del Caribe); el melódico Howard Shore con su excelente trilogía para la saga de Tolkien; las composiciones de Danny Elfman para Tim Burton (indispensable esa Pesadilla antes de Navidad); la alegre Fantastic Mr. Fox de Desplat; Elliot Goldenthal y su preciosa Entrevista con el vampiro; Clint Mansell y la hipnótica creación para The Fountain; Michael Giacchino y sus Increibles y la serie Lost… Por supuesto no se puede dejar de mencionar a John “vaca sagrada” Williams. Pero hay tantos y tantos que sería imposible enumerarlos.
Ahora bien. De entre todos, hay uno que destaca por encima de todos por derecho propio: Ennio Morricone. Todo un talento, un innovador y un gurú. ¿Quién no ha silbado alguna vez alguna de sus canciones de la trilogía del dólar? Seguro que conocéis a alguien que tiene o ha tenido esa musiquilla como tono de llamada. A decir verdad, yo las confundo cuando las oigo. No sé cuál pertenece a El bueno, el feo y el malo, cual es de La muerte tenía un precio y cuál de Por un puñado de dólares (pero mientras leía En busca de aquel sonido, las he localizado y escuchado para poder entender bien de lo que me hablaban en cada momento).
Morricone ha compuesto más de quinientas bandas sonoras, muchísimas de ellas están tan ligadas a la historia del cine y a nuestra cultura popular, que no concebimos esas películas sin su música. ¿Qué sería de Cinema Paradiso, por ejemplo, sin su sonido? ¿O de La misión? Cintas cuya música es inherente a ellas y de una belleza pocas veces conseguida en el terreno audiovisual. No serían las mismas. Incluso, como el propio Morricone dice, las escenas podrían hasta cambiar de significado según la música con la que se acompañaran las imágenes. ¿Recordáis la Amapola de Érase una vez en América? ¿O Los intocables y la escena del carrito cayendo por las escaleras? ¿O Los ocho odiosos y otras cintas (Malditos bastardos, Kill Bill) en las que Tarantino ha cogido música ya creada por este genio? No serían películas tan grandes como lo son con el añadido de Morricone. Para nada.
Este libro es una biografía construida a base de conversaciones durante más de diez años entre Ennio y el compositor Alessandro De Rosa.
Este fue a una charla de Morricone y llegó cuando estaba a punto de acabar, pudiendo sólo oír la última pregunta:
–¿Qué piensa usted de los nuevos compositores?
–Depende, me mandan muchos cedés a casa, normalmente los escucho unos segundos y luego los tiro a la papelera.
De Rosa consiguió llegar hasta su ídolo para entregarle el cedé que llevaba, aunque al llegar a casa no confiaba que pasara nada más. Al día siguiente Morricone le llamó. Reconocía que tenía grandes dotes y que necesitaba encontrar un buen maestro; él no podía serlo pues no tenía tiempo.
Así empezó la relación entre los dos protagonistas de este libro.
Y en él descubriremos que Morricone primero quería ser médico y luego ajedrecista (una de sus grandes pasiones), pero que al ser su padre “trompista” (así se refiere el propio compositor), se vio obligado a dedicarse a la música:
“…más que de vocación, yo hablaría de adaptabilidad a la exigencia. El amor a mi trabajo fue llegando gradualmente.”
Conoceremos sus inicios como arreglista, sus comienzos en radio y televisión, sus trabajos como “negro” y, finalmente su salto al cine.
¿Cómo prepara Morricone sus composiciones? ¿Ve la película y toma notas o lee el guion, compone y modifica posteriormente? ¿Cómo se ha relacionado con directores de la talla de Bertolucci, Leone, Fellini, Eastwood, De Palma, Tornatore, Tarantino, Almodóvar, Oliver Stone? ¿Con cuál ha jugado más a ajedrez? ¿Qué opina de la música de hoy en día? ¿Qué es para él la música? ¿Cómo debe irrumpir en una determinada escena? ¿Por qué usar un instrumento y no otro? ¿Con qué directores se sentía más a gusto trabajando? ¿Cómo se siente cuando le rechazan algún trabajo o cuando ve que no han incluido alguna de sus creaciones en la película?
Un libro que permite un mayor acercamiento a la figura y pensamientos de este maestro entre maestros y que recomiendo leer con un ordenador cerca para localizar algunas de las canciones de las que se habla.
No puedo negar que en ocasiones la lectura de En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida, en muchos momentos es complicada si no tienes, como es mi caso, conocimientos musicales de un nivel mayor que el de mero escuchante o aficionado, pues se dan frases (y la que cito ahora no es de las más complejas) en las que todo me parece chino:
“…enseguida me gustó la idea de un pedal de quinto grado que baja sobre una nota melódicamente “errada”, sobre el cuarto grado de la tonalidad en Mi mayor. Se creaba una disonancia entre el Si de la melodía y el La en bajo que sostenía, precisamente, un acorde en La mayor.”
Y repito, esta no es la frase más técnica.
No obstante, es un gran libro para conocer por dentro al hombre más allá del músico/mito y la carrera desde la nada hasta lo más alto de toda una institución musical que se levanta a las cuatro de la mañana para luchar contra la pereza y seguir trabajando en su amada música.