Se declara la protagonista de Entrañas groupie de Bukowski, lo que no solo le honra sino que en cierta manera explica muchas cosas, desde el propio título (siempre se ha dicho eso de que escribía “con las tripas”) hasta muchas de las reflexiones sobre el alcohol y el sexo que habitan la novela. Porque es una novela, el hecho de que esté repleta de reflexiones mayormente contundentes, con una voz muy particular al tiempo brillante y coloquial y siempre directa no implica que no cuente una historia y que lo haga francamente bien, de una forma original pero con mucho ritmo y manteniendo siempre el interés del lector.
Es una apuesta arriesgada en un mundo cateto como este en el que vivimos, y se agradece. Se agradece una voz femenina tan real, un personaje que se parece mucho más a las mujeres que conocemos que a las heroínas de los novelones románticos que se desmayaban si veían a un hombre con un botón desabrochado. La protagonista no es especialmente dada a las lipotimias, por decirlo de alguna manera. Su vida afectiva no es un prodigio de estabilidad, su relación con el alcohol no es especialmente edificante y su vida sexual aparentemente es más satisfactoria en un plano físico que emocional, pero es un personaje extraordinariamente interesante, de esos que uno se cree y con los que no le importaría hablar de vez en cuando para comprenderla un poco más.
Escribir desde las entrañas tiene sus riesgos, no me cabe duda de que muchos pasajes incomodarán a más de uno porque la protagonista no se muerde la lengua, llama a las cosas por su nombre con una sinceridad descarnada incluso cuando se miente, porque se engaña a si misma con tanta sinceridad que cuando lo hace se desmiente igual de honestamente en el párrafo siguiente o en una nota al final. Con lo que me gustan a mi las notas al pie y lo poco que me gustan al final. El principal de esos riesgos es no resultar creíble, que al lector le de la sensación de que en lugar de sinceridad lo que fundamenta el texto son las ganar de epatar, pero no es el caso. Al menos a mi no me lo ha parecido. Es claro, es directo, explícito, tiene algún momento escatológico, incluso, pero funciona.
Merece destacarse la proliferación de referencias, especialmente las musicales. Es de agradecer que una novela te descubra cosas, esta lo hace con un País Vasco joven que yo personalmente desconozco y a lo mejor ahora el cateto soy yo porque en realidad lo que descubre uno es que no es tan diferente de cualquier otro lugar (como por otra parte era perfectamente esperable), pero sí es desconocido ese universo musical que prometo explorar. Cuando se habla con algo con esa pasión es porque probablemente merezca la pena.
Dice la contraportada que Entrañas quizá sea una buena lectura para los hombres, para que de alguna manera comprendan mejor el punto de vista de la otra mitad de la humanidad. Coincido completamente con la primera parte, es una lectura recomendadísima para hombres (para mujeres también, por supuesto, no acostumbro yo a hacer diferencias) aunque es exagerado pretender que refleja la manera de pensar de todas las mujeres, por más que seguramente muchas de ellas se sientan identificadas. Es interesante para los hombres porque por alguna razón (por muchas en realidad) este tipo de voz tan descarnado que habla sin tapujos de la sexualidad, de los deseos, que no se preocupa si se expresa con rudeza o de si cae especialmente bien al lector, ha sido tradicionalmente un terreno narrativo masculino. El valor de la diferencia de Entrañas es que no hay tal diferencia, que con las particularidades que tiene cada cual, hombre o mujer, hay un territorio de sinceridad, no sé si es apropiado llamarlo monólogo interior, en el que no somos tan diferentes. Eso que nos decimos cuando no sentimos la necesidad de vestir nuestras emociones o nuestras reflexiones para que interpreten por nosotros el papel que nos hemos asignado.
La protagonista es una mujer joven que acaba de padecer una ruptura sentimental no especialmente amistosa y que repasa esa relación y las anteriores, las sentimentales y las familiares, mira a su vida y a la sociedad sin concesiones ni autocomplacencia y comparte con los lectores su intimidad en un momento en el que, como ella dice brillantemente para comenzar la novela, “las onomatopeyas se han apoderado del apartamento, ploc-ploc-ploc y tic-tac, el grifo que no se deja cerrar en el baño y el reloj de la pared de la cocina gotean uno detrás del otro sin esperanza de encontrarse jamás”.
Sería una lástima que la voz de Danele Sarriugarte (y no puedo olvidar el siempre difícil y nunca suficientemente reconocido papel de la traducción en este caso a cargo de Miren Iriarte) pasara desapercibida más allá de su territorio natal, merece ser leída, resulta sumamente gratificante hacerlo no solo porque sea original o por lo que de ilustrativo sobre las mujeres pueda tener, sino por sus valores literarios.
Andrés Barrero
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