Una de las cosas que más me gusta en este mundo es escribir. No hay día en el que no escriba. Bien una de estas reseñas, algún que otro artículo o bien, dependiendo de mi grado de inspiración, un trocito de mi novela o un poema. Me gusta escribir porque me puedo desahogar, porque hay días en los que todo lo que se me ha quedado acumulado dentro sale como una cascada por mis manos para convertirse en letras y letras. Que a veces tienen más sentido que otras, dependiendo del número de sentimientos que se alborotan dentro de mí, pero que, al fin y al cabo, son mi mejor vía de escape.
Escribir es algo que hago desde que tenía unos seis años. Aprendí a leer muy pronto y los cuentos me fascinaban, así que decidí inventar los míos propios. Así, llenaba hojas y hojas con unas letras grandes e irregulares que después leía una y otra vez. A los ocho años nació la idea de una novela con la que hoy en día continúo. No tengo prisa, se nota, pero me basta con acudir a ella de vez en cuando para plasmar todo lo que siento.
Escribir sobre mí misma me resulta tremendamente fácil, porque sé lo que pienso y sé cómo lo quiero transmitir. Y, por supuesto, también me parece muy fácil escribir una historia inventada en la que yo soy la que dirige las vidas y los diálogos de mis personajes, como si fueran pequeñas marionetas bailando a mi gusto. Pero si tuviera que escribir sobre la vida de alguien… no creo que pudiera hacerlo. Imagino coger a alguien de mi entorno, mi madre, por ejemplo. Analizar su vida y plasmarlo en un papel. Sería sencillo contar su historia, sí, nació tal día, estudió tal cosa, se casó, me tuvo a mí, blablablá. Pero eso no le interesa a nadie. La gente querría leer cómo fue su vida y cómo ella la vivió. Cómo fue para ella haber superado un derrame cerebral, cómo se sentía cuando tenía que ir por la calle con la cabeza rapada únicamente adornada por dos grandes hileras de puntos todavía sin curar. Cómo fue para ella saber que tenía cáncer de útero y cómo superó la operación con éxito. Cómo fue para ella divorciarse y quedarse con una hija de unos cinco años, sin trabajo y con una hipoteca por pagar. En fin, lo bonito sería poder estar en su piel, entender qué pensaba cuando la vida pasaba por ella y después plasmarlo en un papel.
Yo no sería capaz de hacerlo, por eso he admirado tanto la obra de Richard Ford de la que vengo hoy a hablar. Entre ellos es un pequeño libro que se compone de dos partes, escritas con casi treinta años de diferencia. La primera parte fue escrita hace muy poco tiempo y está dedicada a su padre, Parker, un viajante de comercio y al que Ford casi no conoció por haber muerto cuando él era un adolescente. La segunda parte fue escrita después de la muerte de su madre, a principios de los años ochenta, en la que la protagonista es precisamente ella, Edna, una mujer valiente y adelantada a su época. A través de las hojas de ese libro conoceremos la vida de estas dos personas que estaban destinadas a estar juntas.
Cuando empecé Entre ellos lo que más me sorprendió fue el inicio del mismo, donde hay una nota del escritor que dice que ya sabe que este libro no es perfecto, porque directamente no quería hacer un libro perfecto. Quería sinceridad y sabía que si lo repasaba mil veces acabaría perdiéndola por el camino. Así que decidió hacerlo de una forma diferente: sin pensar, solo sintiendo y trasmitiendo todo lo que en su ser se escondía desde hacía mucho tiempo.
Al principio decía que yo no sería capaz de escribir un libro así. Y es cierto, porque no sé si sería capaz de hacer que la historia que narra Ford traspasara con tanta facilidad el papel. No solo nos cuenta la vida de sus padres, nos adentra en ella. Y hay que observar lo difícil que resulta conseguir esto cuando los protagonistas son personas que tú conoces o que crees conocer. Porque un escritor sabe lo que hay dentro de su mente; también sabe lo que hay en la cabeza de los personajes que crea. Pero, ¿atreverse a narrar una historia desde la perspectiva de sus propios padres? Y todo esto sin olvidar que el propio Ford también se desnuda para dejarnos ver su lado más personal y sus impresiones sobre las historias que sus padres vivieron. A mí me resulta del todo complicado.
Siempre es un placer que un escritor de la altura de Richard Ford, que cuenta con grandes obras como Rock springs o Canadá, nos desvele aspectos de su vida tan íntimos como los que destapa en esta obra que podríamos denominar autobiográfica. Porque, aunque los protagonistas sean sus padres, él, como inocente narrador, no puede evitar sacar a la luz sus pensamientos.
No soy muy dada a las novelas biográficas por eso precisamente, porque no me gusta que me narren algo sin más, una vida de alguien en concreto. Quiero meterme en la piel de esa persona, quiero ser ese personaje durante unas horas, saber qué piensa, qué siente, qué quiere. Y este libro lo ha conseguir, y yo me alegro enormemente de haber pasado las últimas horas siendo Parker y Edna.