Entre mujeres solas, de Cesare Pavese
Un drama sobre mujeres que buscan su identidad en una sociedad mezquina y frívola.
Basta leer unas pocas páginas de este título para darse cuenta de que, a pesar del carácter duro, frío y egoísta de Clelia, su protagonista, Cesare Pavese debía sentir una gran simpatía por ella. Seguramente por eso es fácil que el lector también le tome cariño a Clelia y perciba de inmediato que bajo la coraza que ella misma se ha impuesto hay una mujer sensible y vital.
La carrera literaria de Pavese se desarrolló durante el régimen de Mussolini primero y la Guerra Mundial después. Fue perseguido y encarcelado a causa de sus ideas políticas y conoció los rigores de la guerra. Toda su vida se debatió entre la represión y la violencia de una época convulsa y su propio sufrimiento existencial, su soledad incurable, su fragilidad. En 1950, con tan sólo 41 años, ya había cosechado todos los éxitos imaginables como escritor. Pero no pudo afrontar un nuevo fracaso sentimental y, tras romper con la actriz Constance Dowling, a la que había dedicado su último poemario, “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, se suicidó.
Los conflictos propios y los de su entorno, la fragilidad y la desesperación que le acompañaron toda su vida están, de un modo u otro, presentes en la obra de Pavese; sin embargo, sus historias nos hablan de personas comunes, de asuntos cotidianos, aunque estén veladas por melancolía.
Clelia vuelve a su Turín natal con el encargo de poner en marcha un negocio de modas. Pese a su origen humilde, y un pasado que se intuye azaroso, ha prosperado como modista en Roma y allí se le ha encargado volver a Turín y abrir una tienda de alta costura. Gracias a algún contacto de su etapa romana, empieza a frecuentar a la alta burguesía turinesa, compaginando los actos sociales con los preparativos para la apertura de la tienda. La necesidad de ganarse la confianza de sus futuras clientas le lleva a relacionarse cada vez con más frecuencia con jóvenes adinerados; chicos y chicas que lo tienen todo, pero que no saben qué hacer con sus vidas. Así, rodeada de muchachos que “tienen los vicios de los viejos sin tener su experiencia”, Clelia se convierte en testigo de su hastío y su vacío moral.
“No es fácil huir de la gente desocupada”. Clelia se convierte en una atracción, en una novedad para el grupo y, a medida que pasan los días, la requieren con mayor insistencia: despierta su curiosidad y ella tiene que renunciar cada vez con más frecuencia a su buscada soledad y enredarse en una vida frívola y sin rumbo: alcohol, fiestas, exposiciones, actos sociales, juego, sexo, moda, suicidios.
Clelia es una mujer independiente y escéptica y, aunque sabe cuál es su objetivo y tiene claro qué está dispuesta a hacer para conseguirlo, la compañía de sus nuevos amigos le resulta insoportable. Siente que su esfuerzo para salir de los barrios humildes la coloca por encima de ellos, que la posición que se ha labrado es más valiosa que las fortunas heredadas: su vida es más digna, no por las cosas que ha conseguido, sino por el hecho de haberlas conseguido.
“Morelli dijo:
– ¿En serio hay esa gran diferencia entre no hacer nada porque uno es demasiado rico y no hacer nada porque es demasiado pobre?
– Pero alguien que llegue por sí solo…
– Eso es –dijo Morell–-, llegar. Un programa deportivo. –Torció apenas la boca–. El deporte significa renunciar y morir pronto. ¿Por qué, si alguien puede, no debería parase en el camino y disfrutar del día? ¿Es necesario siempre haber padecido y salir de un agujero?”
Pero Clelia no se da por satisfecha con haber salido de un agujero, no siente que ha triunfado, se pregunta si merece la pena “afanarse por llegar a donde había llegado, y no ser ya nada”. Al menos esos jóvenes con los que ahora se relaciona viven entre los suyos. En ese ambiente, Clelia se reprocha estar viviendo una vida que no es la suya. Pero ¿cuál es su vida?
Visita el barrio donde creció, reconoce calles y casas a pesar de las cicatrices que ha dejado la guerra y comprueba en rostros surgidos del pasado cómo podría haber sido su vida. Pero ella ya no pertenece a ese sitio, está perdida en algún lugar entre la miseria de las calles en las que jugaba de niña y el lujo de los salones de la alta burguesía.
Pavese intenta hacer creer al lector que a Clelia no le importan nada ni nadie, pero ella es una mujer sensible y no tarda en ver que el frenesí con que esos jóvenes se entregan a la diversión no es más que otra expresión del miedo a la vida que sufre cualquier ser humano.
“Entre mujeres solas” nos regala una prosa sorprendente, concisa, veraz y a la vez tremendamente evocadora. Con un estilo cercano al neorrealismo, Pavese combina lo cotidiano y lo trascendente mientras nos guía por un Turín que conoce a la perfección. Con frases breves crea ambientes intensos: tres líneas y el lector ya pasea bajo los soportales de un Turín en pleno carnaval, con el frío de enero cortándole las mejillas.
Por sus capítulos muy cortos, se diría que el libro es un álbum de fotos tomadas al azar que han ido capturando distintos momentos de la vida de los personajes. Y todas esas instantáneas están enhebradas por el hilo conductor del intento de suicidio de Rosetta, del que Clelia es testigo accidental en su primera noche en el hotel, nada más llegar a Turín, y que está presente a lo largo de toda la novela. Produce escalofríos recordar que, un año después, el propio Pavese se suicidará en una habitación de hotel, en Turín.
“Entre mujeres solas” es exactamente lo que su título anuncia: un libro sobre mujeres; sobre mujeres fuertes e independientes que están solas por propia elección y sobre mujeres que lo tienen todo y que aún así se sienten solas; sobre mujeres frívolas o sacrificadas; sobre madres e hijas; sobre mujeres que intentan suicidarse sin que nadie se explique el porqué; sobre el precio que deben pagar todas ellas por sus decisiones. Un libro que explora la sensibilidad femenina con un acierto sorprendente para estar escrito por un hombre (aunque yo también soy un hombre, así que puede que me equivoque).
Javier BR
Impresionante reseña, Javier. Dan ganas de a la librería y lanzarse a los estantes a por la novela. Siempre le he tenido muchas ganas a este autor.
Uno de mis propósitos de 2010 es, tras haber acabado mi stock en casa, investigar nuevos autores que siempre se han ido quedando en el tintero. Tengo gracias a ti a Bartleby y ahora ésta 🙂
Por lo que mencionas del estilo conciso y cortante, ¿puede ser que Pavese se parezca en estilo a Sagan?
Pues no lo sé, Sergio, me temo que no he leído nada de esta autora. En la prosa de Pavese, a pesar de ser precisa y sencilla, se aprecia su faceta de poeta.
Si finalmente lees a Pavese y es similar a Sagan, coméntamelo y probaré con ella.
Saludos,
Javier
Me resulta gracioso releer ahora el comentario que te hice y comparar ahora el momento en que te lo dije con este minuto justo después de haber cerrado la novela: sí, definitivamente Pavese es parecido a Sagan. Pero yo diría que Pavese es una especie de Sagan a lo mediocre.
Lo siento, creo que no me gustó demasiado la novela, Javier, a pesar de tu reseña que tanto me animó a leerla. Pavese tiene una prosa cortante, pero no me resulta nada evocadora. Fuera del eje central (intento de suicidio de Rosetta), algo más “profundo” digamos, el resto me parece un continuo deambular de personajes ricachones que lo único que hacen es “posar”. Muchos diálogos son poses, algunos absurdos, otros sobrecargados. A veces uno tiene que hacer un enorme esfuerzo por entenderlos. Fuman, se divierten, pasan al día siguiente.
Ni siquiera, me temo, que le tomé simpatía a Clelia, vaya.
Sólo veo esa dejadez típica de los jóvenes franceses de antaño que todo les daba igual, y que a veces viene tan bien reflejado en las películas de la nouvelle vague…
Un auténtico tropezón con Pavese, sí… ¡pero sigo queriendo leer su poesía!
En realidad no te falta razón, Sergio: los personajes son completamente artificiales y los diálogos son poses tan forzadas hasta el punto que a veces cuesta seguirlos. Para mí, es la forma en que Pavese trata de reflejar el vacío infinito de las vidas de esa gente. Ni siquiera el suicidio de Rosetta es “profundo”; es completamente banal, otra pose.
Creo que el problema es precisamente no haber simpatizado con el personaje de Clelia. Sin ella, imagino que toda la novela se desmorona.
Ahora soy yo el que queda emplazado para leer a Sagan. Y la poesía de Pavese; alguien capaz de titular un poemario “Trabajar cansa” merece una oportunidad.
Un saludo, y gracias por tu comentario, Sergio.