Entrevista a Pilar Adón
–¿Le ha contado algo de esto a Elvira alguna vez? ¿Ha hablado con ella de este modo?
Gabriel Murtagh sonrió, ahora sí de una forma voluntaria, y negó con la cabeza.
–¡Jamás! Con Elvira sólo debo hablar de árboles y de flores y de la perfección de sol al atardecer. Ella no toleraría ningún otro comentario, ningún pensamiento lúgubre.
–¿Y yo sí?
Gabriel amplió su sonrisa enormemente y la mantuvo un instante. Casi parecía feliz.
–Claro. Usted… Puede afrontar estas cosas. Usted lee.
El anterior fragmento pertenece a uno de los relatos incluidos en El mes más cruel, de Pilar Adón, un título que no hace mucho tuve la oportunidad de leer y reseñar aquí. Pilar ha accedido a contestar algunas preguntas para Libros y Literatura, así que vamos a tratar de conocer mejor a esta escritora madrileña.
Pilar, imagino que eres una gran lectora, así que, como el personaje de tu relato, podrás afrontar cualquier clase de pregunta. Lo digo porque de árboles y flores entiendo poco…
En todo escritor ha de vivir un gran lector, y normalmente se trata de lector admirado ante lo que ve. Un lector que puede pasar horas analizando frases, barajando palabras, dejándose llevar por la musicalidad de un texto… Las palabras aisladas tienen una belleza propia, y unidas pasan a formar frases que suelen influir enormemente en el estado de ánimo de quien las lee. A veces nos olvidamos de ese inmenso poder. Por otro lado, los escritores no solemos ser, aunque a menudo se piense lo contrario, expertos en montones de temas, poseedores de una llave que explique el mundo, o incluso una parcela del mundo. La vida de un escritor es más aburrida y menos trepidante de lo que algunos creen. Pasamos mucho tiempo sentados, sin hacer otra cosa que teclear o mirar por la ventana o revolvernos en el asiento. Y casi siempre sin salir de una habitación. Ahí vivimos, y a eso dedicamos la mayor parte del día. Así que sucede con frecuencia que nuestras experiencias beben de lo que leemos. En los libros hay mundos riquísimos, seductores, un universo de ideas, un mundo elevado… Leer ordena la mente, asienta lo que consideramos que es la realidad.
Por lo que me dices, el estereotipo del escritor bohemio o del autor maniático y atormentado va cediendo ante la imagen de un profesional meticuloso y bien preparado. Para ti escribir ¿es un impulso creativo o un trabajo que requiere más disciplina que inspiración?
Ese estereotipo del que hablas es de una naturaleza romántica que me parece muy perjudicial. Hay que tener mucho cuidado con lo que se admira en los demás, porque lo normal es que intentemos emularlo. Muchas veces, sobre todo en la juventud, cuando las formas y un posicionamiento estético pesan casi más que lo que se escribe, admiramos a unos personajes de la literatura casi mártires, con biografías trágicas y finales generalmente espantosos (suicidios, alcoholismo, locura…), que escribieron a pesar de esas tendencias, y no gracias a ellas. Pero en ciertos momentos resulta difícil distinguir la locura o la marginalidad del genio, y se opina que hay que sufrir lo primero para disfrutar de lo segundo, sin advertir que lo primero es paralizante, doloroso y, con frecuencia, estéril. En realidad, escribir no tiene mucho que ver con ese estereotipo, aunque tampoco con la pretendida imagen funcionarial del escritor que trabaja de nueve a cinco, sin implicarse. Por lo general, la labor creativa no es una opción, sino una necesidad de expresar algo desde una perspectiva personal y diferenciada. A partir de ahí, hay que saber combinar la magia y el espanto con la profesionalidad y el control.
A pesar de todo, imagino que tienes alguna costumbre, alguna manía, algún lugar favorito a la hora de escribir.
El silencio es fundamental. Sobre todo en el momento de corregir y pulir. Marguerite Duras decía que un escritor debería ser capaz de escribir en cualquier lugar. Yo no puedo. Cuando hay ruido a mi alrededor tengo la impresión de que me está robando la concentración, de que no me permite trabajar al máximo, y de que está machacando a los personajes, empequeñeciéndolos. Podría escribir en un lugar cerrado, sin ventanas, sin paisajes, pero en el que haya silencio para que nada obstaculice el trabajo. Lo único que escucho, a veces, es música de piano. Si echo la vista atrás, me doy cuenta de que una parte importante de mi producción narrativa corta ha sido escrita en una serie de pequeños pueblos del Alto Ampurdán, junto al mar, donde suelo pasar temporadas desde hace años en busca de tranquilidad (ese bien tan escaso). Allí escribí mi libro anterior, “Viajes inocentes” y una parte importante de “El mes más cruel”. También es cierto que cumplo con el tópico, y siempre voy de acá para allá con un cuaderno donde anoto ideas, y no me importa escribir a mano una primera versión, que luego paso a ordenador y que reescribo, en ocasiones durante meses o años, hasta dar con el tono correcto. Así que muchos de mis relatos han sido escritos en escaleras de iglesias, vagones de tren, pequeños bancos en paseos marítimos, o en habitaciones de hotel. La labor de pulido, sin embargo, la hago en mi mesa, rodeada de mis cosas, y esa suele ser la labor más dura, con lo cual puede decirse que soy una escritora de sedes fijas.
¿Han pasado a mejor vida el papel y la pluma?
En mi caso, no. Cuando estoy fuera de casa sigo escribiendo en papel. Otra cosa es que las nuevas tecnologías (los ordenadores, los netbooks, Internet, los diccionarios en línea) hayan revolucionado el modo en que escribimos, sobre todo porque nos facilitan enormemente el trabajo de investigación, y nos hacen ahorrar tiempo. A la hora de documentarse para un relato, o para una novela, ya no hace falta dedicar largas horas a la búsqueda de datos fuera del propio lugar de trabajo. Por otro lado, la plasmación de la obra es más ágil, gracias a la posibilidad de corregir casi de modo ilimitado hasta prácticamente unos segundos antes de que el texto entre en imprenta. Cuando yo empecé a escribir “en serio”, a principios de los noventa, lo hacía a mano y luego lo pasaba todo a máquina, en una Olivetti. Eso hacía que mi forma de escribir, el procedimiento, fuera diferente: me impedía, de salida, pulir los textos del modo en que lo hago ahora, trasladar bloques enteros de un lado a otro, cambiar palabras sobre la marcha, buscar sinónimos a un término o corregir erratas de modo que el texto salga casi limpio. Supongo que habrá quien sienta nostalgia de la máquina de escribir, pero a mí me parece ahora, pasado el tiempo, que aquello era una odisea.
Has publicado novelas, relatos y poesía, ¿con qué género te sientes más cómoda?
Es difícil de decir. A veces se me achaca que mi poesía es muy narrativa (suelo contar historias, plantear escenas en una especie de “poesía con personaje”) y que mis novelas y relatos están poco apegados a la idea de lo que comúnmente se acepta como una “novela” o un “relato”, esto es, un texto con peripecias, con un argumento autoconclusivo, con un elemento de intriga, con un solo punto de vista… Por lo general me reconozco más en mi narrativa, porque, en mi caso, se trata de un género más planificado. Algunos de los relatos de “El mes más cruel” llevaban diez años escritos, y los he ido puliendo, afinando, hasta ofrecérselos al lector en la forma que he considerado por fin definitiva. No suelo hacer lo mismo con la poesía. Los impulsos al escribir un poema son más espontáneos. Aunque lo cierto es que reviso mil veces todo lo que escribo.
Con una producción tan variada, ¿escribes pensando en algún perfil de lector en especial?
No. Creo que nunca podría escribir con un “para” por delante y, de hecho, creo que casi siempre que me han encargado relatos con un tema determinado, para alguna antología, he acabado escribiendo un texto bastante alejado del tema inicial. He de enamorarme de lo que escribo. Si no, el asunto pierde toda la gracia para mí. Nunca me he planteado quiénes serán mis lectores o si les hará gracia o no lo que cuento. Con estar satisfecha con mi propio trabajo, me doy por contenta. Podría decirse que mi lectora soy yo misma.
Se te considera una de las más sólidas figuras de la “nueva narrativa española”. ¿Existe una nueva narrativa española?
Por ley natural, se produce de manera periódica una renovación de los escenarios en todas las disciplinas (y más en las artísticas). Por tanto, supongo que debe de existir una “nueva narrativa española”. Otra cosa es que los pretendidos integrantes de una generación seamos conscientes de que lo somos o estemos pensando constantemente en la existencia de esa generación o “nueva narrativa española”. Suelen ser los editores o los medios los que crean etiquetas a fin de categorizar las nuevas referencias y las nuevas figuras, con efectos prácticos. En mi caso, me dedico a escribir y a leer, sin pensar en absoluto en estos temas, pero sí sé que tengo más influencias de Bowles o de A. S. Byatt que de muchos de mis coetáneos. Lo cual no me impide reconocer que me gusta leer a Mercedes Cebrián, a Eloy Tizón, a Jon Bilbao, a Marta Sanz o a Julián Rodríguez.
En todo caso, aunque se te pueda incluir en una nueva generación de escritores, tu carrera es larga. Empezaste a escribir muy joven ¿no?
Sí. Me parece que escribo desde que tengo uso de razón. De hecho, es lo que más me ha gustado hacer desde siempre. Primero leer, y luego escribir. Mientras los demás jugaban en la calle, yo me escondía debajo de una mesa y escribía. Esto puede parecer exagerado e incluso buscado; una especie de imagen literaria ideal, pero lo cierto es que era así, con toda la magia que ahora pueda tener y toda la singularidad (por usar una palabra amable) que tenía entonces. Ahora, con 39 años, resulta muy fácil decirlo, e incluso me parece natural, pero por entonces no era ni fácil ni natural. La sensación de que había que “justificar” un comportamiento así era constante. En cualquier caso, para mí los libros siempre han sido un espacio de libertad; me lo he pasado siempre muy bien rodeada de ellos, leyendo y escribiendo.
¿Y que impulsa a alguien a escribir a tan tierna edad?
Quería “salir de aquí”, estar fuera, evadirme. Escribir te coloca en otro lugar, como leer.
¿Alguna lectura en especial te decidió a dedicarte a las letras?
Hubo un antes y un después tras la lectura (tendría diez u once años) de “Primer amor”, de Turgueniev. Me dejó fascinada. Puede que fuera mi primera lectura “adulta”. Uno de mis últimos relatos, “Los cien caminos de las hormigas”, incluido en “El mes más cruel”, es en cierto modo un homenaje expreso a ese relato. Aun así, me sorprende comprobar que con apenas once o doce años, se nos daba a leer a Faulkner, a Turgueniev, a George Sand, a Conrad, a London, con toda naturalidad. No se consideraban lecturas demasiado pesadas para los lectores jóvenes, y en ellas había pasiones, muerte, sexo entreverado… Fue más tarde, con dieciséis y diecisiete cuando en el colegio se nos comenzó a recomendar un tipo de lectura específica para jóvenes. Me parece muy curiosa esa evolución. Como si quisieran facilitarnos algo que ya es fácil.
Además de estas primeras lecturas, ¿cuáles son tus influencias?
Han sido muchas y sucesivas, y todas han dejado su rastro. Acumulativo. Podría empezar a enumerar muchos nombres a vuelapluma: Iris Murdoch por su concepción de la novela como un sistema de ideas, no reñida con la solidez argumental; Marguerite Duras por la sugerencia de ambientes, por el cosmopolitismo, y también por ella misma como personaje; Paul Bowles por su dimensión de exiliado cultural, transplantado a un mundo de raíces primitivas y con frecuencia demoledoras, y por cómo ahonda en el miedo, en la extrañeza, como motores narrativos; A. S. Byatt por las influencias estéticas; Virginia Woolf por el modo en que afronta la memoria, el recuerdo, la lucha entre la tradición y lo moderno; X. L. Méndez Ferrín por la pureza formal, por la musicalidad de las frases, por el sentido del relato como pieza de orfebrería; Jean Rhys, por su seriedad a la hora de reinterpretar iconos de la tradición; Katherine Mansfield, Carson McCullers…
¿Y cómo compaginas todas las facetas de tu relación con las letras? Porque además de escribir prosa y poesía, eres traductora, crítica literaria, colaboras con una editorial…
Creo que casi todas las labores son complementarias. Se trata de manejar textos, al fin y al cabo, tanto desde el punto de vista creativo, como de mediación (la traducción) o recomendación (edición o crítica). Todo va a confluir en la admiración por la palabra escrita. Todo forma parte de la misma idea.
No parece fácil hacerse un hueco en el panorama literario ¿Cómo se las apaña uno para destacar entre tanto libro publicado y tantos autores consagrados?
Nunca me he preocupado por “abrirme paso”. Los libros se publican, y es el editor quien se las tiene que arreglar para hacer que lleguen a los lectores. Yo me dedico a escribir y a corregir lo que escribo hasta la extenuación, y creo que no es una labor prioritaria del escritor hacer que los libros lleguen a los lectores. Para eso están los editores, los libreros y los medios.
¿Ser mujer lo hace más difícil?
No me ha parecido jamás que ser mujer fuera un obstáculo para publicar ni para tener más o menos lectores. Habrá ámbitos en que la condición femenina sea más determinante. En el caso de la literatura, y al nivel en que yo me muevo, creo que es indiferente.
Y hablando del mundo editorial, tengo la impresión que el marketing impone su ley y las grandes editoriales se centran en unos poco autores consagrados y en productos de consumo no literarios. ¿Qué papel juegan las editoriales independientes?
Fundamental. En los últimos años ha habido un resurgimiento de la edición literaria, y los nuevos sellos apuestan por libros sólidos (algunos de los cuales, por cierto, funcionan muy bien) que están haciendo que el panorama cambie de manera radical. Desde hace unos cinco años, han ido surgiendo editoriales como Libros del Asteroide, Impedimenta, Nórdica, Sexto Piso, Periférica, Veintisiete Letras, Errata Naturae, y muchas otras, que están demostrando que es posible vender buenísima literatura a un lector que siempre ha estado esperándola. Algo que ya hicieron Anagrama, Tusquets o Pre-Textos en los setenta y ochenta, y que conoce ahora un nuevo impulso. Actualmente, un autor español de corte literario sabe que puede publicar perfectamente en una editorial literaria de tamaño mediano (por estética, por adecuación al tipo de lector, por cercanía) y que ya no es necesario perseguir la entrada en un gran grupo.
¿Qué futuro le ves al libro tal y como lo conocemos? ¿Acabaremos llevando en la mochila un libro electrónico con 1.000 títulos en la memoria?
Creo que acabaremos llevando en la mochila un libro electrónico donde haya 1.000 títulos, sí, pero específicamente creados para ese soporte. Para leer Moby Dick el soporte ya está inventado: es el libro en papel. Un soporte perfecto, manejable, duradero, transmisible, que no se borra, que puede personalizarse, que no se agota, y que convivirá con otro tipo de soportes, pero que no desaparecerá, sino que se depurará y tendrá que competir, quizá, en atractivo. Existen algunas clases de libros que tal vez sí que tengan que pasar por esa transformación (por ejemplo, el libro práctico, la guía de viajes, los códigos legales, los libros de texto), pero supongo que la novela, tal y como la conocemos, se seguirá haciendo en papel.
Como traductora, ¿qué libro te gustaría traducir?
Me encantaría traducir a A. S. Byatt, o a Iris Murdoch. Ahora voy a comenzar una novela de Penelope Fitzgerald, y me apetece muchísimo.
Javier Marías, otro escritor que se ha dedicado a la traducción, afirmaba que traducir un libro es algo más que trasladarlo de una lengua a otra; en la obra traducida hay mucho del traductor ¿pones mucho de tu cosecha en los libros que traduces?
No. Respeto al máximo el estilo del autor. Es cierto que toda traducción supone una reinvención, una “re-creación”, una adaptación a otras músicas, a otra manera de expresar las mismas cosas. En ese sentido, creo que el dominio de la lengua de destino es fundamental, no tanto el conocimiento experto (que también es importante) de la lengua de origen. Muchos de los mejores traductores que conozco son auténticos estilistas de la lengua de destino, y conocen la lengua original de un modo amplio, pero sin llegar a ser creadores en esa lengua. Pero hay que saber distinguir: cuando se crea, se es el dueño de la creación, y se hace lo que se quiere, y como se quiere; cuando se traduce, no.
¿No has sentido ganas alguna de vez de corregir al autor del original?
Las obras que he traducido hasta el momento han tenido siempre una muy alta calidad literaria. Han sido libros con los que yo he querido trabajar, y que ya me gustaban antes de que me los encargaran. Es difícil enmendarle la plana a Edith Wharton, a Henry James, a Joan Lindsay o a Christina Rossetti.
Publicar un libro implica estar expuesto a todo tipo de críticas y opiniones, como hacemos en LyL, por ejemplo. Ahora es tu oportunidad de “vengarte”. ¿Qué opinas de la crítica? ¿Le prestas atención?
Tengo mucho respeto a la crítica, y leo lo que se publica en los suplementos literarios, entre otras cosas porque creo que es una buena manera de conocer lo que se está escribiendo en este momento en el mundo, y de comparar literaturas. Yo misma he hecho crítica y sé que es una labor muy seria, que exige mucha dedicación y un importante conocimiento de aquello de lo que se está hablando. En cualquier caso, y tal vez también porque he hecho crítica, creo que no hay que tomarse las opiniones de los críticos como verdades incuestionables. Como con casi todo, supongo que lo mejor es leerlas, entenderlas, y situarlas en su contexto. Relativizar.
¿Lees reseñas en Internet, en blogs como LyL? ¿Te sirven para elegir tus lecturas?
Leo algunos blogs y algunas páginas de Internet, y de otros, en cambio, no quiero saber nada. No se puede generalizar y creer que Internet es la panacea, el remedio para la dictadura del papel, y esas cosas que se dicen en determinados foros. Cualquiera puede tener un blog y decir barbaridades, y quedarse tan ancho. No me interesan las opiniones que expresan en televisión los vecinos de un asesino, que siempre van a decir que el susodicho era una excelente persona, entre otras cosas, porque no entiendo qué puede aportar una declaración así. De la misma manera, tampoco me interesa la opinión de muchos que se amparan en el anonimato de Internet para soltar improperios.
Completamente de acuerdo. En cualquier caso, todo este mundo que se ha formado en la red alrededor de la literatura, ¿crees que acerca a los lectores y a los escritores, que fomenta la lectura?
Es evidente que hace que las cosas sean más fáciles, y también más inmediatas. Antes resultaba muy complicado que se produjera el contacto entre un lector y un autor, a no ser en firmas de libros, en presentaciones, etc. Ahora es posible entrar en contacto con los autores de un modo más directo, y conocer lo que hacen casi de forma inmediata. Muchos llevamos blogs (o los hemos llevado), tenemos página web, participamos en foros… La cercanía es mayor, al menos de una manera “externa”.
Y volviendo al diálogo de Flora y Gabriel con el que arrancaba la entrevista, ¿crees, como Gabriel, que leer nos prepara para entender mejor el mundo que nos rodea?
La lectura (pero no sólo la lectura, sino la transmisión del conocimiento por cualquier medio, que no ha de ser necesariamente el libro o el material impreso) nos ayuda a ordenar nuestras percepciones, a comprender lo que vemos y lo que intuimos, y nos amplía el panorama de lo real. Conocer y aprender nos hace humanos, nos vincula con nuestra propia naturaleza. Y la lectura nos ayuda a conocer y a aprender. Hubo un tiempo en que no concebía que hubiera alguien que no leyera. Evidentemente, se trata de una perspectiva reduccionista, pero lo que sigo sin concebir es que alguien no viva para conocer, para descubrir. La lectura es una de las maneras que tenemos de conocer, pero no la única. Es la que yo prefiero. Aun así, hay gente que no lee y que se busca otras maneras de interpretar el mundo, y me parecen igualmente válidas.
Parece un contrasentido, ya que leer es un acto solitario en el que alimentamos el alma, o la mente, con ficciones.
Ficciones que nos ponen en contacto con nosotros mismos, con nuestras ideas y nuestros anhelos, y que nos proveen de material para interpretar la realidad que nos rodea. El poder alegórico de la ficción o de la poesía es tremendo. Nos amuebla la cabeza para que lo que nos entra por los ojos o por los oídos cobre sentido y trascienda.
¿Leer nos hace débiles, como afirma Marta Sanz en el prólogo de “El mes más cruel”?
Puede que sí, en el sentido de que nos aísla, de que nos puede afectar profundamente, y planta en nosotros, en muchas ocasiones, semillas que germinan y que nunca se sabe por dónde van a crecer. Pero, por otro lado, leer también nos enriquece: nos hace conocer, madurar, nos obliga a pensar, nos completa en cierto modo.
En casi todos, puede que en todos los relatos de El mes más cruel, aparece alguien leyendo…
Créeme que no lo hice a propósito. Leer me parece una actividad de lo más natural, que hago cada día. Además, admiro a la gente que lee, me gusta su imagen, y me inspira. Fue Marta Sanz, en el prólogo, quien me hizo notar esa circunstancia, pero yo no me había dado cuenta de que era así. Mi casa está llena de libros, y su presencia en mis relatos me parece normal.
Hablando de leer, ¿qué libro estás leyendo ahora?
Estoy leyendo a Elizabeth Gaskell. Cuando empiezo con una autora procuro leer todo lo que cae en mis manos.
¿Escuchas música cuando lees?
A veces escucho música cuando leo y también cuando escribo, muy baja. Clásica sobre todo: Bach, Chopin, música de piano en general.
¿Qué música le va bien a tus libros?
Supongo que la misma que escucho. Aunque eso tendrán que decidirlo los lectores.
Tu último libro, El mes más cruel, es un libro de relatos. Cada vez más autores escriben relatos que parecen novelas breves, pero los tuyos tienen ese aire entre inocente y terrible de los cuentos clásicos…
En “El mes más cruel” hay un homenaje no del todo inconsciente a los relatos infantiles, los cuentos clásicos de los Grimm o de Andersen, esas historias llenas de crueldad en las que todo aquel que se aventurara por el bosque merecía un castigo. La búsqueda del placer y la desobediencia siempre tenían consecuencias trágicas, y existía cierto fatalismo en todo, que se nos disfrazaba de normalidad. Eso crea unos valores asentados sobre el miedo, sobre la sumisión, sobre la obediencia. En mis relatos unos personajes se someten a otros. Hay un juego sutil de rendimiento y dependencia, pero también un deseo constante de evasión. Todo esto tiene que ver con los relatos primigenios, con quién domina a quién.
Me han sorprendido muchos aspectos de El mes más cruel. Estos cuentos se ambientan en épocas y lugares muy diferentes; algunos son realistas y otros fantásticos; unos narran acontecimientos históricos y otros son trocitos de la vida de personajes anónimos. ¿Tenías un interés especial en ofrecer tal variedad de registros o simplemente las historias surgieron así?
En realidad sí que hay una serie de motivos recurrentes en ellos: la soledad, buscada o no; las relaciones de dominación y de sumisión; la huida; el miedo… La verdad es que me divierto más creando atmósferas que concibiendo tramas. Me gusta observar, descubrir gestos en el rostro de los demás cuando creen que nadie les mira, captar sonrisas o vacilaciones pasajeras…
De todos modos, a pesar de lo distintas que son las historias, se aprecian varios hilos conductores. A lo largo de los distintos relatos vas enfocando desde múltiples perspectivas las formas que adoptan las relaciones entre las personas: sumisión, dependencia, sobreprotección… ¿Tan complicado es mantener una relación equilibrada?
El equilibrio es un lujo que en mis relatos se encuentra en un peligro constante. Para algunos es ahí, en esa inestabilidad, donde residen la alegría y el misterio de la existencia. Pero mis personajes pretenden alcanzar la serenidad y quedarse en ella, lo que les resulta muy complicado. En sus relaciones hay vencedores y vencidos. No se relacionan con los demás en un plano de igualdad. Siempre hay alguien que da más. A mí, como narradora me gusta centrarme en los chantajes emocionales y en las relaciones de poder y dominación, casi de anulación, que se dan entre estos personajes. Muchos de mis relatos tienen como escenario el de la familia porque es uno de los ambientes en que podemos encontrar este tipo de relaciones de sometimiento y abandono con más nitidez. Ambos temas me parecen centrales, y me apetece indagar en ellos; en esa dominación sutil, tan rica en chantajes tácitos, en obediencias calladas, en relaciones irracionales y contradictorias.
Ya hemos comentado que en casi todos los cuentos aparece alguien leyendo. También tenemos a muchos personajes huyendo o intentando huir de alguien o de algo…
Huyen sobre todo de sí mismos, pero no son demasiado conscientes de ello. No aceptan su naturaleza. Uno de los personajes, la nodriza del relato “El fumigador”, explica que un día se dio cuenta de que lo que creía ser no tenía nada que ver con lo que era realmente. A partir de entonces, al comprender que no había nada que aparentar, decidió comportarse como de verdad quería comportarse, y dejó de intentar agradar a todas horas; de actuar como se suponía que los demás deseaban que actuara. De una manera u otra, todos llevamos puesta esa coraza para no asumir la realidad. Los personajes de mis relatos, además, tienden a escapar de lo molesto: del frío, del ruido, de las voces y los gritos de los demás. Por eso se encierran en sus casas o se ocultan detrás de los libros que leen. Al leer nos vamos del aquí y el ahora, y eso es una manera de evadirse, de escaparse.
Del mismo modo que los personajes parecen huir, o vivir prisioneros, en estos relatos se presiente algo terrible que puede suceder en cualquier momento o que ya ha sucedido sin que el lector haya tenido noticia. Pero nada es explícito, siempre dejas una buena parte de la historia a la imaginación del lector. ¿Buscas intencionadamente más implicación por parte del lector, un lector activo en lugar de un espectador?
Sin duda. Lo que busco es provocar en el lector un descubrimiento, una revelación. Prefiero lo sutil a lo evidente, sugerir antes que presentar. Los relatos de este libro, si bien son legibles de un modo superficial (quedándose en la propia peripecia de los personajes: las amigas que se pierden en el bosque; el explorador que regresa a su hogar en Inglaterra; la chica polaca que recorre Europa; los dos hermanos que se aíslan en su duelo tras la pérdida de sus seres queridos), creo que ganan mucho cuando se profundiza en ellos y se ve más allá de lo elemental. Y ahí es donde entran los lectores que interpretan, que rellenan huecos, que se quedan con una sensación más que con una solución. De hecho, prefiero que no haya nada que solucionar.
¿Y eso no casa mal con los tiempos que corren?
Yo creo que los tiempos que corren son precisamente más proclives a la participación del lector, del que está al otro lado. Las nuevas tecnologías nos han acostumbrado a tomar partido ante todo, a que nuestra voz se escuche. No asumimos que el creador tenga el monopolio de la verdad, en ningún sentido. Creo que preferimos que nos sugieran a que nos dicten.
Leyendo los relatos de El mes más cruel se alcanza una gran intimidad con sus personajes. Sin embargo se trata de relatos muy breves ¿Cómo puedes acercarte tanto a un personaje y abandonarlo una decena de páginas después?
No los abandono nunca. Se suele decir que un escritor siempre escribe sobre lo mismo, y creo que mis personajes son también siempre los mismos. Así que los conozco bien, y vuelven a aparecer una y otra vez. Sé cómo son, cómo visten, cómo se mueven, cómo sienten. Casi todos ellos piensan que la felicidad está en otro lugar, y esperan que alguien llegue para decirles lo que han de hacer y cómo lo han de hacer. Así evitan cualquier responsabilidad y cualquier posible castigo o sensación de culpa. Por lo general, lo que me interesa a la hora de escribir es colocar a esos personajes en una situación, en un escenario, y moverlos en ese espacio tan breve. Provocar en el lector una respuesta: tristeza, extrañeza, melancolía, alegría…
Como sabes, en LyL nos dedicamos a reseñar y recomendar libros. ¿Nos recomiendas uno para terminar la entrevista?
Recomendaría la que para mí es una relectura constante: “Nueve cuentos”, de Jerome David Salinger. Cuando Salinger murió, releí “Franny y Zoey”, lo que me llevó de nuevo, de manera natural, a los “Nueve cuentos”.
¿Te animas a reseñarlo brevemente?
Más bien hablaré sobre la impresión que me ha dejado su relectura. Salinger fue un narrador privilegiado, por mucho que su gran predicamento lo haya convertido en moneda de cambio. Frente a su celebérrima obra, “El guardián entre el centeno”, que leí hace muchos años, creo que cuando realmente plasmó su genialidad fue a la hora de glosar las miserias y las grandezas de la saga de los Glass, familia de superdotados neoyorquinos, neuróticos y sofisticados, cuyos ecos se escuchan en el relato que inaugura “Nueve cuentos”, el genial “Un día perfecto para el pez plátano”. Las virtudes que adornaban a los Glass, su brillantez y su excentricidad, su sutil ánimo iconoclasta, es lo que hace que los personajes de Salinger me parezcan tan irresistibles.
Muchas gracias, Pilar, por el tiempo que nos has dedicado. Eres bienvenida siempre en Libros y Literatura, donde esperamos seguir disfrutando de tus libros.
Gracias a vosotros.
Libros y Literatura
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Pilar Adón nació en Madrid el 12 de octubre de 1971. Es escritora y traductora del inglés. Además de El mes más cruel (Impedimenta, 2010), por el que ha sido nombrada Nuevo Talento Fnac, ha publicado otro libro de relatos, Viajes inocentes (Páginas de Espuma, 2005), por el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa, así como las novelas Las hijas de Sara (Alianza, 2003 / Puzzle (bolsillo), 2007) y El hombre de espaldas, I Premio Ópera Prima de Nuevos Narradores, 1999. Sus relatos también han sido incluidos en diversos volúmenes colectivos.
En 2006 publicó el poemario Con nubes y animales y fantasmas (EH Editores). También podemos encontrar poemas suyos en numerosas antologías poéticas: El poder del cuerpo (Castalia, 2009); Los jueves poéticos (Hiperión, 2007); La voz y la escritura (Sial, 2006); Hilanderas (Amargord, 2006) y Todo es poesía menos la poesía (Eneida, 2004).
Por si fuera poco, ha traducido, de Edith Wharton, el libro de artículos Francia combatiente (Impedimenta, 2009) y la novela Santuario (Impedimenta, 2007); el libro de relatos de Christina Rossetti Parecidos razonables, y la novela de Henry James El mentiroso.
Gran entrevista, Javier.
Nos brindas la oportunidad de profundizar en la personalidad y el oficio de Pilar Adón, una gran escritora a la que sigo y admiro desde hace tiempo.
Gracias por tu comentario, Coco.
Que Pilar es una escritora tremendamente lúcida es algo que ya había comprobado en sus libros, pero la entrevista me ha dado la oportunidad de descubrir además a un persona encantadora.
Un saludo.
Qué entrevista tan interesante, Javier. Fíjate, he pasado por delante de ese libro (“El mes más cruel”) un montón de veces, pero siempre acababa llevándome otros libros. Creo que por fin voy a leerlo. Eso sí, disiento en un par de matices: la lectura no creo que nunca nos haga débiles, y pienso que siempre enriquece. Un saludo!
“El mes más cruel” es un libro muy recomendable, espero que si lo lees vuelvas por aquí a dejarnos tu opinión. Eso de que leer nos hace débiles es en realidad una frase con algo de trampa. Marta Sanz lo afirma en el prólogo en el sentido de que nos hace más abiertos, más sensibles, aunque también más vulnerables. Se refiere no a la debilidad como rasgo negativo del carácter sino como opuesto a la coraza que nos hace insensibles a lo que nos rodea, bueno y malo.
Gracias por tu comentario, Susana.
Javier:
¡excelente entrevista! he pasado un rato fabuloso leyéndola ¡gracias por este regalo! ¡que preguntas tan interesantes le hiciste! me interesó especialmente sus manías para escribir: que debe haber silencio a su alrededor, que siempre lleva una libreta y que a veces escucha piano. No sabía que en su libro de relatos aparecieran en casi todos personajes leyendo y me parece interesante que la autora diga que no lo hizo a propósito sino que como a ella le parece tan natural esta actvidad así se “coló”.
Un gran aplauso para tí, y gracias a Pilar por acceder a la entrevista.
Gracias por tu comentario, Ale. La verdad es que Pilar se volcó con Libros y Literatura mucho más allá de lo que cabría esperar y el resultado ha sido el que habéis podido leer.
El hecho es que en casi todos (puede que en todos) los relatos de “El mes más cruel” aparece alguien leyendo, pero está hecho con tal naturalidad que no te das cuenta hasta que llevas muchos cuentos leídos.