Reseña del libro “Enya Red y la diosa de las sombras”, de Tomás Medina
Que levante la mano quien no haya querido tener poderes alguna vez en su vida. Yo soñaba con poder conectar con la naturaleza, como hace el personaje de Aimar en Enya Red y la diosa de las sombras, de Mr. Momo juvenil. Recuerdo que los poderes de tierra eran los menos valorados en mi entorno: donde estuviese la pasión del fuego, la fuerza del agua y la rebeldía —o moderación— del viento, comunicarse con las plantas y los animales quedaba como algo trivial… para mí era lo mismo que decir que la vida no tenía importancia. ¡Y era lo que se intentaba salvar en la historia! —«En fin, la hipotenusa»—. De elementos primigenios y de vida y muerte es de lo que viene a narrar Tomás Medina en esta historia de aventuras ubicada en escenarios reales, inclusiva y con algunos de los personajes inspirados en gente a la que podrías saludar por la calle. Fantasía con los pies en la tierra.
Enya Red es una chica pelirroja de catorce años, con un pasado confuso en Irlanda, que ahora vive con su padre en el Valle de Trápaga-Trapagaran, una antigua zona minera de Bizkaia. Reconozco que este fue uno de los detalles que motivó mi lectura. El sentido de pertenencia y ese orgullo que florece cuando hablan bien de un lugar que se conoce y que se suele frecuentar, sobre todo uno con tanto encanto. Cualquier niño puede visitar esos lugares de la ficción y comprobar con asombro que las ilustraciones son fieles a la realidad. Como revivir la historia desde dentro del escenario. ¡Qué lector no ha soñado con meterse dentro de un libro! Enya Red, en cambio, sueña con un bosque en llamas y su familia huyendo de algo que cambiará su vida. Es la mayor de un grupo de cuatro niños que descubrirán lo especiales que pueden llegar a ser. Ella con el fuego, Aimar con la tierra, Elur con el agua y la pequeña Paula con el viento. Puedo imaginarme a niños y no tan niños sintiéndose representados por el cuarteto, imaginando que son ellos, danzando con sus poderes invisibles por todo el patio del colegio.
Los cuatro tendrán que prepararse para hacer frente a una antagonista de las que dan miedo de verdad. Pues aunque Morrigan adopte la apariencia humana de una mujer fina con bastante mal humor, su origen se remonta al principio de los tiempos. No es la típica demente a la que le ha ido mal en la vida y que por algún tipo de trauma carga contra niños y adultos por igual. Su estímulo es la misma vida, porque como diosa de los fantasmas, de la oscuridad, de las sombras… representa a la muerte. Una que, a pesar de tener todo el tiempo del mundo, se ha cansado de esperar y en su capricho toma la energía vital de quien se cruza en su camino. El resultado es un reto nada sencillo para cuatro jóvenes recién estrenados en el mundo de la magia y otro añadido para el escritor que maneja unos conceptos complicados de vencer. ¡Ah, pero a él le acompaña la magia de la literatura! Si ya sabía yo que existía.
Creo que, de entre todos, es importante destacar el personaje de Elur. Un niño de diez años de origen asiático que se mueve en silla de ruedas debido a una parálisis cerebral. Reconozco que en los últimos años, en los que las opiniones se disparan como si fuesen balas, me echo un poco a temblar cada vez que aparecen los mal encasillados como personajes inclusivos. No por el personaje en sí, sino por imaginarme la reacción de la gente en el momento en que, a juicio de la sociedad, se está metiendo la pata. Meter la pata para mí sería tratarlo como un ser de algodón; un caballito blanco, bueno y puro, al que casi no se puede tocar ni menos ofender. En este sentido me he quedado tranquila con Elur. Al margen de la limitación física, es un niño como otro cualquiera, que se puede portar mal y responder si viene al caso. Maneja una frustración interna que se libera cuando descubre que puede controlar el agua y moverse con ella. Una elección de poder muy acertada para un chico con madera para convertirse en héroe.
Enya Red y la diosa de las sombras contiene ilustraciones a color de todos los personajes dibujados por Vanessa A. Mata Da Silva y un tamaño de letra generoso. La historia está dividida en dos partes y estas a su vez en capítulos muy cortos que favorecen leer antes de irse a la cama sin quedarse a mitad de un párrafo. Aunque esta estructura también incita a continuar leyendo porque, total, un capitulito más no hace daño a nadie. Es una lectura ágil, con un vocabulario cercano y unos cuantos refranes útiles para aprender.
La sensación general que me queda tras terminarlo es que tiene mucho potencial para explotar en futuras aventuras. Tanto por lugares que conozco que podrían encajar bien, como por la manera de dar forma a esa relación entre los protagonistas y Morrigan. El enfoque es y será esencial, porque establece la diferencia con otras historias basadas también en jóvenes con poderes y un malvado al que hacer frente. Aquí el autor podría llegar hasta la metáfora si quisiera dar un doble sentido a lo que Morrigan representa. Un nombre fabuloso, por otra parte. Entre las piezas que la hacen diferente está el lugar, Elur, la parte más mística de la runa que Enya lleva al cuello, y la extraordinaria facultad que tienen de moverse por este mundo y de visitar otros para los que todavía me falta contexto, pero que dejan la puerta abierta para coquetear con la ciencia ficción, siempre que se quiera.
Ingredientes variados que pueden dar lugar a un montón de recetas diferentes. Enya Red y la diosa de las sombras deja buen sabor de boca y apetito de más. El futuro dirá si termina convirtiéndose en caramelo o, como esos dulces que explotan en la boca, exprimirá su potencial sorprendiendo con múltiples facetas. Dos cosas están claras: aquí hay aventura para valientes y el personaje de Aimar tiene los poderes más chulos del mundo. ¡Sacadme de mis trece si os atrevéis! ¡Sapos, ranas y culebras! ¡Mi legión de arañas os espera!