Epígrafe, de Gordon Lish
A través de las cartas enviadas a quienes le ayudaron durante la enfermedad de su mujer el lector es testigo del desmoronamiento de un hombre vencido por el dolor y la culpa.
La señora Lish ha fallecido después de una larga y penosa enfermedad que la ha tenido postrada durante años, incapaz ni tan siquiera de comunicarse. Durante ese tiempo su marido, Gordon Lish, recibió la ayuda desinteresada de una serie de damas —Personas Misericordiosas, las llama él— de las congregaciones de San Fermo y San Eustacio.
Ahora, cuando todo ha pasado, el señor Lish se sienta en el lecho de muerte de su esposa Barbara (un artilugio reclinable que le proporcionaron los miembros de las congregaciones religiosas a las que ella pertenecía) y comienza a escribir cartas de agradecimiento a todas aquellas personas que tanto hicieron por ayudarles a él y a su esposa en tan duro trance.
“Estimados miembros de la congregación de San Fermo:
Les participo que la Sra. Lish falleció el octavo día de este mes. Sucedió a primera hora de la noche y, como era su deseo, en casa. Confío en que cada uno de ustedes acepte mi ferviente agradecimiento por la bendición de sus constantes desvelos por Barbara y también por mí, sin olvidar su obsequio, este aparato con el que mi esposa estuvo obligada a vivir los últimos días de su vida. Finalmente, les pido se aseguren de que mis palabras de indescriptible gratitud lleguen a todas las Personas Misericordiosas que residieron en esta casa en el transcurso de la terrible experiencia de la Sra. Lish. Ninguno de ellos dejó de darle lo que ella necesitaba, en cada momento, sin reservas y con ánimo consecuente.
¡Qué maravillosa, maravillosa mujer majestuosa!
Gracias, gracias.
Reciban un cordial saludo,
Gordon Lish”
Epígrafe no es realmente una novela: Gordon Lish —el autor— se limita a transcribir las cartas escritas por Gordon Lish—el protagonista, no confundir con el anterior—. El lector desconoce el momento en que fue escrita cada una (aunque da la sensación de que están ordenadas cronológicamente) y la respuesta, si es que la hay. En contra de lo que se podría esperar de una obra más convencional, esas cartas no sirven para reconstruir la historia de Gordon y Barbara, ni para asistir al proceso de recuperación de un viudo que aprende poco a poco a vivir solo.
Pero los libros de Gordon Lish pueden ser cualquier cosa menos convencionales: el interés de Epígrafe no está en lo que dicen las cartas, sino en cómo lo dicen.
Desde el comienzo se intuye que algo va mal. La envarada prosa de Lish muestra ya desde las primeras cartas, a pesar de su empeño en agradecer los favores y atenciones recibidos, una inquietante tensión. Pronto sus buenas intenciones comienzan a resquebrajarse y a través de las fisuras afloran los primeros reproches. El desmoronamiento es cada vez más rápido y Lish pasa rápidamente de las acusaciones más grotescas a los insultos y al desvarío. ¿Delirio o fingimiento? El enajenamiento de Lish es tan teatral, tan grotesco, tan shakespeariano que no es fácil decidir si la suya es una locura real causada por el dolor o si se trata de una pantomima para poner en evidencia la hipocresía que quienes pretendían ayudar desinteresadamente a su mujer.
Auténtica o fingida, parece que la locura es la única forma que encuentra Lish para adentrarse en el horror, de superar la pérdida y de enfrentarse a la culpa. En todo caso, la expresión del dolor (sea cual sea su causa, sea o no sea impostado) sin cortapisas siempre resulta incómodo y, si me apuran, impúdico.
Esa sensación de incomodidad, junto con el progresivo deterioro mental de Lish, convierten a Epígrafe en un texto exigente que requiere la complicidad y participación del lector. “No es lo que le sucede a los personajes en la página; es lo que le sucede a un lector en su corazón y en su mente”, ha afirmado en alguna ocasión este autor, más conocido hasta ahora por ser redactor de varias revistas literarias avant garde, editor de Raymond Carver (con polémica incluida), Richard Ford y Don DeLillo, entre otros, y descubridor de nuevos talentos. Toda una vida dedicada a la literatura y, sin embargo, Gordon Lish comenzó a escribir con más de cincuenta años. De todos modos, a pesar de lo tardío y breve de su carrera como novelista le ha sobrado tiempo para llegar a ser considerado un autor de culto en su país, respetado por los más prestigiosos escritores y críticos norteamericanos.
Este reconocimiento lo debe a obras tan valientes y creativas como esta. Epígrafe es una lectura profundamente perturbadora, pero desde la primera página hasta la última es tan fascinante como sorprendente. Reconozcámoslo: por incómodo que resulte el espectáculo del dolor y la locura, nos resulta imposible sustraernos a la atracción que producen.