Ese instante de felicidad, de Federico Moccia
Hace tiempo (demasiado, quizás) viajé a la bella Italia, ciudad de amores trágicos, de rutas del café más exquisito, y de arte y cultura en cada una de las calles que sobrevolaban mis ojos de adolescente dramático. Quizá todo eso hubiera bastado para hacerme entender que aquella tierra, que aquel país, guardaba en su interior un corazón que latía demasiado fuerte y que influía, a su vez, en el corazón de aquellos que la pisábamos. Pero no fue así. Yo, que por aquellas épocas del amor romántico necesitaba sentir lo que era el amor, me enamoré perdidamente. Fue fugaz, fue una mirada casi absurda en una discoteca de las muchas que poblaban el lugar donde me había establecido, pero aun así me enamoré. De unos ojos marrones que casi parecían negros, de una nariz pequeña y una boca que parecía recién sacada de un anuncio de clínica dental. Fue un amor romano, con la pasión que se me permitió crear en los escasos cinco minutos que tuve para conocer a esa persona que, por ende, me hizo conocerme a mí mismo. Fue, por utilizar algo comparable a esta novela, Ese instante de felicidad que todos vivimos en contadas ocasiones alguna vez en la vida. Mi viaje terminó y volví a mi hogar. Pero nunca fue tal porque ese amor, que duró una simple semana, se convirtió en un amor que se perdió por las calles de un ciudad italiana que te hacía mirar al horizonte y perder tu vista intentando encontrar, sin conseguirlo, un pedazo del corazón que se había perdido en algún lugar desconocido.
Niccolò acaba de sufrir un desengaño amoroso. Su novia le ha dejado con dos simples palabras. “Lo siento”. Será entonces cuando recorra las calles italianas, en compañía de sus amigos, donde encontrará el amor de nuevo, en brazos de una chica española que apenas sabe nada del idioma. Un amor que, quizá, vaya mucho más allá de sus vacaciones.
Cuando yo viajé a Italia, una de las atracciones turísticas que todo aquel tenía que ver era la profusión de candados que aparecían por cualquier lugar debido a uno de los libros del autor Federico Moccia. ¿Marketing quizás? El caso es que muchas de las parejas que se habían formado en la vida italiana, y muchas otras de rincones bien distintos del planeta, señalaban así, con ese candado, el sello de su amor que sería eterno. No seré yo quien quite la ilusión a ese acto simbólico, teniendo en cuenta que soy un romántico empedernido. Lo que quiero demostrar con este pequeño comentario es que la literatura, en ocasiones, trasciende más allá de la ficción que encontramos en las páginas de una novela. Ese instante de felicidad, si tuviéramos que encontrar algún adjetivo que la pudiera describir adecuadamente sería una mezcla de sensibilidad y mala leche. Me sorprende, a mí que nunca había leído ninguna novela del autor, la capacidad de mezcla entre ideas que van más allá de un sentimiento tan universal como es el amor (llegan incluso a amilanar al más duro de los duros) e ideas que van encaminadas a hacer reír al lector con una mezcla de esa rebeldía que todos los jóvenes tenemos (o tuvimos) y que se traduce en creerse que el mundo es nuestro y que no hay consecuencias en nuestros actos. Sea como fuera, sorprende esta mezcla en una novela que parece destinada a aquellos jóvenes que quieren aprender a enamorarse.
Si alguno de nosotros intentara criticar Ese instante de felicidad con crudeza, quizá se encontrara con que aquellas palabras que creía obvias no lo son tanto. Y sí, lo reconozco. A través de los comentarios de algunos de mis compañeros de batallas, me decían que los libros de Federico Moccia no iban a ser de mi agrado, quizá porque ellos no entienden todavía que yo leo de todo y quiero aprender de todas mis lecturas. Pero hablando de este nueva novela diré que a pesar de las críticas, a pesar de las conversaciones que haya tenido sobre el autor, esta nueva historia de amor en las calles italianas me ha tocado de alguna forma, quizá porque hay revelaciones que, en instantes de tu vida, te recuerdan aquello que perdiste, aquello que viviste, y aquello que se quedó en el aire de un puente cualquiera, al abrigo de un beso que se da sin pretenderlo, una música que te recuerda, aunque haya pasado mucho tiempo, que el amor puede surgir en cualquier instante, con cualquier persona, en cualquier idioma, porque en realidad no hay idioma posible que no nos haga estremecer cuando las palabras que se proclaman es un “te quiero”, susurrado, a gritos, cuando lo que realmente importa es el silencio de después, acompañado de un beso o un abrazo, como la calidez de una novela que nos hará enamorarnos y descubrir que, en cualquier ciudad, podemos ser libres para amar.