Espíritu festivo: cuentos de fantasmas, de Robertson Davies
Fantasma. Dícese, según la RAE, algo con lo que yo no estoy muy de acuerdo, que dicha palabra significa: imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos. Si todo fuera tan sencillo yo no estaría hablando de Espíritu festivo ni vosotros pensando que a ver con qué nos va a aparecer éste ahora, que ya está con sus intrigas. Bien, lo diré claramente: estamos aquí para hablar de fantasmas. Y si vosotros pensáis que aquellos espíritus que, en un principio, arrastran cadenas y nos producen escalofríos por las noches son sólo lo que aparecen en los relatos de terror, estáis equivocados de medio a medio. ¿Un fantasma puede hacernos reír? Pero no me refiero a una risa idiota de esas que se reflejan en personajes medio bobalicones que aparecen en relatos poco menos que insultantes, no. De lo que yo os hablo es de una risa con sustancia, de esas que sólo te dan las buenas historias – o los buenos espíritus – y que te llevan a no querer bajarte del transporte por el que te llevan sus andanzas. Bien, si vosotros sois de los que hoy en día queréis descubrir lo que de verdad puede llegar a ofrecer un fantasma, un espíritu, una aparición, en definitiva, alguien que está muerto pero que ojalá estuviera vivo, abrid este libro sin mayor dilación. ¿Que por qué? Eso es demasiado complicado para decirlo en esta introducción, a sabiendas de que si yo lo dijera, ¿dónde quedaría el misterio? ¿Acaso me habéis visto cara de no saber de lo que hablo? Sí, estoy hablando de fantasmas, pero también de uno de los libros con los que más me he reído de los últimos tiempos. Estáis a punto de saber por qué, no seais impacientes. Las mejores historias tienen su principio, su desarrollo y su final. Aquí va el comienzo.
Que Robertson Davies es un autor ya reconocido no es ningún dato nuevo y, además, estaría cayendo en uno de esos lugares comunes que tanto odio a la hora de hablar de un libro. Que si el autor es maravilloso, que si escribe como los ángeles, que si sentiremos algo rayando el orgasmo al acercarnos a su libro. Cosas así, ya me entendéis. Lo verdaderamente importante de Espíritu festivo es ese alarde del autor por contar historias que en un principio debieran estremecer por tratarse de fantasmas, rodeándolas con un surrealismo tan irreverente y tan lleno de carcajada, que es indispensable leer uno tras otro para darse cuenta que lo que estamos leyendo va mucho más allá de una narración, de un simple cuento. Lo que aquí hay es una maravilla, de esas que te dejan agotado de lo bien que lo estás viviendo, porque de eso se trata aquí: de verte inmerso en un relato y sentirlo como si fuera el mismo autor, frente a nosotros, el que nos lo está contando. Como en cualquier libro de relatos, suelo hacer especial hincapié en alguno que me haya llamado la atención – por aquello de quedarme siempre con esa sensación de disfrute eterno – y he de decir que me debato entre Cuando Satán vuelva a casa por Navidad (que es, sin lugar a dudas, el mejor relato que he leído en mucho tiempo, tremendo, completo, desternillante, hilarante, irónico, y sin ningún pudor en tratar con el mismísimo Diablo como protagonista), y El gato que fue a Trinity (que recrea perfectamente el universo de Frankestein disfrazándolo de risa y de auténtico placer para todos los sentidos). Y no es que los demás sean menores, pero si yo tuviera que irme de juerga con alguno de ellos, serían esos dos.
Robertson Davies contribuye a la risa, al desencajarse las mandíbulas y a alargar nuestra vida unos cuantos años más cada vez que se pone frente a su público y recita sus cuentos fantasmales que en Espíritu festivo han sido traducidos con la maestría a la que nos tiene acostumbrados la editorial. ¿Cuál es el precio que se paga por leer un libro como este? Podríamos empezar a discutir sobre el precio o algo parecido, pero no es mi cometido. Porque la sensación que deja este libro no tiene una cantidad fijada, por mucho que la ley se imponga. Lo que hace vivir este libro va mucho más allá de lo cotidiano, de la rutina que ejerce la presión sobre las personas que viajan en el transporte público cada día, los que trabajan mecánicamente, del sol que sale y se pone porque, al fin y al cabo, de lo que aquí estamos hablando es de fantasmas ¿no? Pues de eso se trata lectores, de traspasar la frontera que une la realidad y el otro lado para tomarnos un café, quién sabe, con algunas de las personalidades que aparecen aquí, en alguno de los relatos, y disfrutar con ellos de una historia que, de ser otro autor, no hubiera sido contada con tanta pasión.