Tras semejante parquedad y descripción en el título encontramos la adaptación al cómic de un relato del omnipresente Neil Gaiman, (el cual últimamente aparece en la sopa, en los cereales y en los popitos de bebé), escrito hace diez años, lo que en tiempo mortal viene a ser una década. Y lo cierto es que si tanta presencia tiene el escocés y tan bien y en tantos formatos se sabe vender, es porque su obra, más allá del nivel de calidad (que suele ser excelente), es extensa.
Gaiman parodia, empezando ya por el propio título, de forma ¿terrorífico-cómica? todas esas historias de mujeres corriendo semidesnudas por esa excelente pista de atletismo nocturna que es un cementerio con lápidas rotas; aquellas otras en las que en mitad de la noche la madera cruje como si fuera pisada por alguien cerca de tu cama (y tu suelo fuera de madera); esas otras en las que, por el motivo que sea, el protagonista se ve obligado a pedir auxilio en una mansión vieja y enorme en mitad de la nada y envuelta en una niebla heladora y, también, por supuesto, bien entrada la noche… Escenas todas ellas que nos son reconocibles porque las hemos visto cientos de veces en antiguas películas o leído en libros, y que, a pesar de todo, no nos importa seguir haciéndolo.
Como decía, Gaiman parodia, pero lo hace sin caer en la grosería o irrespetuosidad, esas manidas situaciones y para ello nos sitúa en una vieja abadía de esas en cuyo interior no hay luz eléctrica sino velas chorreantes de olorosa cera y candelabros fríos y oxidados en donde un autor, nuestro protagonista, intenta escribir algo de “realismo respetable”. Un autor para el que lo real es precisamente todo lo ya mencionado y que se va a ver interrumpido constantemente por un mayordomo un tanto siniestro, un duelo a muerte con alguien que creía ya muerto, o un cuervo con el que podrá mantener un diálogo más allá del famoso “nunca más” sobre su propia obra. Un autor que escribe una mezcla de fantasía y/o terror y que vive dentro de una historia de fantasía y/o terror. Por eso es realismo lo que escribe y para él la fantasía son las tarjetas de crédito, los impuestos, los anuncios de detergente, los huevos revueltos o pasados por agua…
Pero sin duda, el punto fuerte de Esposas prohibidas de siervos sin rostro en la mansión secreta de la noche del aciago deseo es el dibujo de Shane Oakley. Alternando entre el blanco y negro para la historia dentro de la historia, y el color para la realidad, el artista nos sorprende con un estilo gráfico que se ajusta como un guante a las características de este cómic y que merece ser revisado una vez leído el tomo, aunque solo sea para rememorar sus pinceles, porque, además, gana enteros en esa segunda lectura.
Esposas prohibidas de siervos sin rostro en la mansión secreta de la noche del aciago deseo choca por tener un título tan largo y resultar ser un caramelo tan breve. Y desde luego que es breve, pero, por otra parte, también es intenso.
Un cómic que se lee con placer, con la nostalgia propia de las lecturas y películas disfrutadas hace tiempo, con la impronta de Gaiman. Un tomo que todo amante y/o completista del escocés debe tener y que se disfrutará cada vez que se acuda a él.
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