Desde hace unos años Ediciones Gigamesh suele regalar un libro cada 23 de abril. En 2018 fue el título que ahora nos ocupa, pero yo me quedé con las ganas. Afortunadamente, este año ha sido la propia editorial la que ha decidido editarlo, y yo lo celebro.
Es innegable que un título tan descriptivo y coloquial como este Estamos todos de puta madre –me encanta que se haya traducido así del inglés–, aúna tanto gancho y gamberrismo en tan solo cinco palabras que es imposible rechazar la invitación a querer saber quiénes son todos esos que afirman estar tan putamente bien. Y lees la sinopsis y comprendes que el título es ironía pura. Que de estar bien, nanay. Cero. Que lo que realmente están es jodidamente hechos mierda. Piltrafas humanas. Todos destrozados en su interior y otros además, en su exterior. ¡Pues cojonudo! De primeras ya promete.
Tenemos ante nosotros un pequeño grupo de terapia compuesto por cinco personas traumatizadas a lo chungo, a lo realmente bestia, que se van a reunir semanalmente para intentar mejorar sus vidas y poder seguir adelante. Personas a los que otros psicoterapeutas no han querido ni escuchar, no les han creído, los han tomado por putos chiflados o simplemente les han ignorado, cosa que, por otra parte, es entendible, vistas las cosas que cuentan. Y es que algunos son supervivientes de hechos escalofriantes y relacionados con elementos sobrenaturales. O eso afirman.
“Harrison no iba a ir por ahí. Según Jan, todos eran supervivientes de traumas y habían pasado por experiencias parecidas. Si habían sufrido la mitad de lo que había sufrido él, tenían que estar pero que muy traumatizados”.
Esta corta novela comienza de la manera más realista y rutinaria posible, y es narrada desde varios puntos de vista alternos. A medida que avanzamos y que conocemos a cada uno de los personajes, de sus miedos y experiencias vividas, comprendemos que el mundo que creemos real tal vez no lo sea tanto. ¿Y si hay gente que puede ver cómo es de verdad nuestro mundo, nuestra realidad? Sea como sea, ellos lo ven o lo han visto, y ya no saben volver a “nuestro mundo” y hacer como si nada. Se sienten raros en él, no encajan. Sus amigos, sus familias, no se creen lo que les ha pasado, y este grupo les ayudará a entender que, al menos, no son los únicos, que hablar ayuda, blablablá…
“Cuando los reunió a todos en la misma sala, se preguntó qué demonios tenía en la cabeza. Los grupos pequeños eran como experimentos de química, y el procedimiento era siempre el mismo: juntar una serie de elementos volátiles, meterlos en un espacio reducido y agitarlos. Nunca se obtenía un compuesto estable, pero a veces se conseguía algo fuerte, como un veneno que mataba las células cancerosas. Otras veces salía una bomba”.
Con cada sesión vamos a ir descifrando un complejo puzle que no estará completo hasta que incrustemos la pieza final en el tablero sobre el que hemos ido desplegando traumas, miserias personales, recuerdos y terrores.
Estamos todos de puta madre, a pesar de su corta extensión no es ni mucho menos un libro menor. De hecho, ganó el premio Shirley Jackson en 2014, aunque lo de los premios es siempre lo de menos y debería sudárnosla.
En resumen, es una lectura muy currada, pero se hace corta y queda la sensación de que podíamos haber disfrutado mucho más si se hubiera ampliado la extensión. Con diálogos ágiles, que oscilan entre el humor y el horror con la misma facilidad que suceden en la vida, y que trata, en mi opinión, del estancamiento en el pasado o de la aceptación de este y el desafío del futuro, esté o no escrito.
Un libro que, en este caso, está de puta madre. Tenía que acabar así, no digáis que no lo veíais venir.