Reseña del libro “Estás muerto, y tú lo sabes”, de Gregorio Casamayor
Hay en la última novela de Gregorio Casamayor, editada por Acantilado, un par de elementos en fondo y forma que destacan por encima de todos los demás: la certeza de que su protagonista va a morir y un aroma a clásico de las mejores novelas del género negro-criminal. Y eso, queridos lectores, me llevó a engancharme desde la primera página de Estás muerto, y tú lo sabes y a mantenerme en vilo hasta la última.
(También me llevó a encargarle a los Reyes Magos otras novelas de este autor, pero esa es otra historia de la que ya hablaremos en otro momento)
Casamayor me tuvo doscientas páginas anhelando que algo o alguien evitara lo inevitable, el terrible desenlace que ya me había advertido desde el propio título. Y eso que ese Pacho Heredia, expresidiario, maltratador, asesino, matón, pendenciero y borracho, no es precisamente un personaje con el que resulte fácil empatizar. Pero lo hice. Casamayor lo hizo.
Lo hizo con una prosa descarnada, directa, sin florituras ni figuras retóricas para su lucimiento. Con un escenario desconocido a la vez que reconocible: la Barcelona más chusca y poligonera, la de los bares sucios y oscuros en el entorno de la cárcel de la Modelo, la de los talleres ilegales de tuneo de coches robados, la de los patios traseros en los puedes comprar una nueva identidad, con todos sus papeles. Con un charco de sangre. Otro de orina. Y otro de arena.
Lo hizo construyendo unos personajes, además del protagonista, cuyas vidas merecerían novela propia. Me quedo con la chica vestida de novia que llega a la Modelo para casarse con un preso que sabe que no le conviene; con Visi, la prostituta borracha, demacrada y maltratada; y me quedo con su padre, Regino, en su día un cura obrero casado, hoy viudo, ciego de cataratas y confundido por el Alzheimer.
Lo hizo con una serie de recursos narrativos que, no por conocidos, resultan menos efectivos: la recompensa por los servicios/asesinatos prestados que Pacho está dispuesto a reclamar a toda costa; la misión desesperada que da el pistoletazo de salida a una angustiosa carrera contrarreloj; la enfermedad que Pacho se niega a asumir aunque lo someta de manera progresiva y agónica a un auténtico calvario; la imposible búsqueda de la felicidad en una caja de herramientas con la que espera ser perdonado y poder rehacer su vida en un cálido y utópico sur de España. Porque ese horizonte azul, diáfano, idílico, en el que Pacho cree contra viento y marea, el lector sabe de antemano que no va a poder ser, porque, como sucede en las grandes tragedias, el propio destino no se lo va a permitir.
Ya que hablamos del destino: no sólo está escrito en el título, también forma parte importante del pasado y de la personalidad de Pacho. El destino ha querido que haya nacido con un don que, para él es una maldición: le basta con tocar a una persona para ver, con una descarga eléctrica, dolorosa e involuntaria, el momento de la muerte de esa persona. Todo contacto físico en la obra está, por tanto, proscrito, tanto con los enemigos como, y aquí el mayor drama, con los amigos. Quizás por ello estos son tan escasos.
Y, ya que hablamos del destino, hablemos de Chejov y de su famoso principio dramático de la escopeta: “Elimina todo lo que no tenga relevancia en la historia. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo o tercero este debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí.” Pues bien, Casamayor introduce en la novela su propio rifle, una cajita cuyo contenido desconocemos hasta el final de la novela, pero que, en cuanto hace su aparición, en el capítulo dos, cuando Pacho sale de la cárcel, ya sabemos que le va a traer por la calle de la amargura. ¡Y vaya si lo hace!
Termino: queridos lectores, quizás alguno de ustedes piense que he hecho spoiler, pero no es así. Si lo es, también lo hace Gregorio Casamayor. Y no ha sido el primer autor (¿Recuerdan “Crónica de una muerte anunciada” del glorioso e irrepetible Gabo?). En cualquier caso, lean la novela y ya me dirán. Les prometo que no les defraudará.