¿Puede la literatura convertirse en un arma? Debe hacerlo. ¿Puede la literatura convertirse en venganza? En ocasiones, es la única solución posible. ¿Se esconden los escritores en sus libros para poder disparar a aquello que no se atreven en la vida real? No son pocas las veces que nos hemos encontrado frases, ideas, párrafos, argumentos, que tras la etiqueta de “ficción” dejan claro que los autores buscan cercenar alguna que otra cabeza. Herman Koch fue descubierto hace algunos años ya por su novela La cena que ponía al lector en una posición comprometida y reflexiva sobre qué habría hecho en las circunstancias en las que se desarrollaba la historia. Siguiendo esa estela, y con muchas más ganas de meter el dedo en la llaga, su Casa de verano con piscina fue un ejercicio mucho más polémico por lo real. ¿Nos volvemos a enfrentar a una posibilidad de leer algo que nos desarme por dentro? Sí y no, y en breve entenderéis por qué. Lo que sí tengo claro es que las novelas deben proporcionar al lector un espacio donde sus filias y fobias aparezcan representadas y ahí, en ese intervalo entre que leemos y nuestro cerebro termina por enfrentarse a lo leído, es donde un libro, una novela, un ensayo, cualquiera que sea el género, se la juega sin red sobre la que caer en su vuelo. Porque no nos olvidemos que, las novelas que recordamos, son las que han hecho que algo, sea lo que sea, haga saltar un resorte que creíamos dormido desde hacía mucho tiempo.
M. es un escritor de éxito por una novela: Ajuste de cuentas. Pero no será por eso por lo que le conoceremos sino por las cartas, anónimas, que su vecino le escribe mientras observa cada uno de sus movimientos. De esas cartas saldrá a la luz que la ficción muchas veces puede convertirse en la peor de las tumbas para alguien que, quizás, sea inocente de todo lo que se le acusa. ¿Quién es la víctima y quién el verdugo en el juego de la literatura?
Me gusta Herman Koch. Lo digo así, de primeras, para que nadie se lleve a engaño de lo que va a encontrar en la reseña. Me gusta como escribe, la posición en la que deja al lector, y que no se casa con nadie censurándose a sí mismo. Estimado señor M. es una novela con muchos más caminos que sus antecesoras, muchos más atajos por los que perderse y, por ello, quizás más compleja en cuanto que se exige poner los cinco sentidos en su lectura. No estamos ante una narración lineal. Los flashbacks, las referencias a un futuro posible o el cambio de voces, hace que nos encontremos con una tela de araña que se teje para confundir al lector y ponerle en evidencia. Ahí es donde el autor siempre me ha gustado. En ese afán por poner a los que leemos en una posición incómoda. Pero si por algo se define esta historia es por su ácida crítica al mundo editorial, a los escritores en concreto, a su comportamiento para con la realidad, con la ficción, a esa relación tan complicada entre contar la verdad o inventársela para vender, a las cifras, a los pocos escrúpulos, a la venganza y a los secretos que destrozan toda una vida. Puede que sea una novela más complicada en sus formas, pero en su fondo es un ejercicio mucho más valiente teniendo en cuenta que de las letras se vive y Herman Koch ha conseguido hacerlo a la perfección.
Aquí se nos dan unas cartas, las movemos a nuestro antojo, y después llegamos a la conclusión que creamos oportuna. ¿Puede haber más de una lectura? Siempre la hay. Me gusta especialmente que con Estimado señor M. coincidí con otra persona en su lectura y fuimos hablando de qué era lo que nos parecía. Ninguno de los dos compartíamos la visión de los protagonistas, de la acción, de lo que sucedía en la novela, y el debate se encendió bastante. Herman Koch contribuye siempre, y no me cansaré de repetirlo, a que sea el lector el que se forme una idea de lo que la literatura puede hacer con la vida de alguien. En este caso la pregunta sería: ¿destruir una vida vale la pena si con eso se gana mucho dinero? ¿si nos da la fama? ¿si podemos vivir de las rentas gracias a una mentira? El mundo editorial no deja de ser otro negocio más, eso todos lo sabemos. Y a veces es necesario que, sea quien sea, en este caso un escritor, consiga poner los puntos sobre las íes en algunos conceptos que los románticos habíamos olvidado. Una historia sobre lo que escondemos y sobre lo que está a punto de explotar por los aires.