Fábulas 4: Edición de lujo, de Varios Autores
Hay algo que me une a los personajes de los cuentos infantiles desde hace tiempo. Puede ser que la infancia fue la mejor época, que conocí por primera vez lo que era la fantasía (aunque yo no sabía ponerle ese nombre), que llenaron mis noches y mis días, en fin, una cantidad de razones que no podría enumerar en esta reseña. Por eso, alguien como yo, que controla el tiempo que dedica a sus lecturas lo mismo que controla sus horas de sueño, recae una y otra vez en la tentación de cualquier volumen de Fábulas que aparece en el mercado. Es así, no lo puedo evitar. Y como siempre caigo, como siempre me encuentro rodeado de personajes de los cuentos de mi infancia, ahora que soy adulto descubro mucho más de ellos en un tono mucho más real y, por qué no decirlo, mucho más divertido. Porque lo que nos contaron de pequeños era sólo parte de la historia, que era bonita y lúdica a más no poder, pero era la mitad y no el cuento entero, porque después de esos finales felices siempre había algo más que se nos escondía. ¿El qué? Eso es lo que tenéis que descubrir abriendo este libro, o cualquiera de los volúmenes anteriores, que son la prueba de por qué esta serie fue tan premiada y cómo un lector de novela gráfica, este que suscribe, disfruta con cada pase de página, con cada viñeta entintada, con cada diálogo que me lleva a otra época, pero de otra forma, a conocer de nuevo a los personajes con los que crecí y que ahora son adultos. Los personajes han cambiado, nosotros también lo hemos hecho, y esa unión de cambios consigue que nos sintamos tan llenos como divertidos.
Quizá sea este el volumen más extraño de los editados hasta ahora de Fábulas. Y digo extraño, que no malo. Y lo digo por la diferencia en el dibujo, por la diferencia en las historias, porque es un volumen que se lee con más lentitud, que es más denso en su historia (a pesar de que los primeros capítulos mantienen ese ritmo del que hacían gala los anteriores volúmenes). Pero a pesar de lo que pueda parecer por mis palabras, he disfrutado por igual este planteamiento, este nuevo relato, donde una Blancanieves ha dado a luz, donde el Príncipe Encantador es un político como los de hoy en día (que promete pero luego no cumple) y donde los secretos se puede oler por los pasadizos de Villa Fábula, en una suerte de novela gráfica que más que una novela es un mosaico de aquellos cuentos que nos hicieron vibrar, con ese toque de adulto del que hablaba antes y que tan imprescindible es para entender estas historias. ECC ha ocupado, desde ya (aunque en realidad lo lleva haciendo desde hace un tiempo, sólo que no lo había dicho hasta hora), uno de los puestos más altos en editoriales que editan aquellos títulos imprescindibles para todo buen amante de las novelas gráficas. Esto es así, y no está mal que yo proclame a los cuatro vientos que soy un seguidor acérrimo y que mataría a cualquiera que quisiera robarme uno de mis volúmenes. Con Fábulas lo han vuelto a hacer: me han devuelto a ese espacio en el que yo me pierdo sin contemplaciones y con el que consigo vivir historias que, de otra forma, no sería posible vivir.
La vida en Villa Fábula no es sencilla. Tramas, subtramas, secretos, más secretos, sombras, asesinatos, leyendas, el enemigo que no se nombra, en fin, una suerte de cuadro amplio, inmenso, monstruoso, donde un lector se pierde y no sabe con qué quedarse. Las Fábulas han cambiado mucho en todo este tiempo, y me da rabia haberme visto inmerso en este mundo demasiado tarde, porque siento haberme perdido una cosa tan buena que ahora no hay quien dé la vuelta al tiempo y me haga disfrutar de ello cuando yo estaba ávido de fantasía y sólo encontraba obligaciones lectoras del instituto. Ser una novela gráfica y que, con el tiempo, no se vea caduca ni pierda la fuerza, es difícil de conseguir. Esta lo consigue, se lo merece además, porque hay veces que nos encontramos, que nos topamos con esas historias tan agradables que precisamente por ello no podemos dejarlas de lado, que se convierten en clásicos, en clásicos que revisitan otros clásicos, que los transforman, que los remueven en una batidora y nos dan una nueva bebida que se convierte en el descubrimiento del año, del siglo, de toda una época. Yo lo descubrí tarde, pero hubo un cantante que dijo que nunca el tiempo es perdido, así que le haré caso, me sentaré en el sofá, y seguiré disfrutando de lo leído y lo vivido, como si no hubiera un pasado y mucho futuro por delante. ¡Que vivan las Fábulas! ¡Qué vivan!