Fachadas, de Eric Lundgren
Tenemos un modo subjetivo de vivir los espacios. De hacerlos nuestros y percibirlos a partir de nuestra propia experiencia. No importa lo lejos que vayamos. Los lugares, nuestros lugares, nos perseguirán, como el tiempo pasado, allá donde estemos. Algo así como esas palabras de Italo Calvino, que tan acertadamente rescata Eric Lundgren en Fachadas, que recuerdan que uno puede abandonar la ciudad, pero llegará a “otro Trude, exactamente igual, detalle por detalle“.
Precisamente Trude es también el nombre de este pintoresco lugar del Medio Oeste que se nos cuenta en esta novela. La ciudad donde la esposa de Sven Nordberg, una célebre mezzosoprano, desaparece una noche sin más mientras ensaya por última vez. Y después, lo que queda es el duelo, ya sea solo por la ausencia, que se expande a todo lo demás. A Kyle, el hijo adolescente de ambos, al entorno, a los recuerdos y al propio Sven, que vuelve una y otra vez sobre Molly y los extraños acontecimientos que ocurrieron en torno a su desaparición.
En su búsqueda de la verdad, el protagonista de Fachadas tendrá que lidiar con inquietantes personajes y acertijos que le llevarán siempre en varias direcciones. Hacia el presente pero también hacia el pasado. En esos momentos en que la novela te conquista cuando la lectura se vuelve siempre más literaria. Allí es donde se cuelgan los interrogantes que dejan tras de sí las personas que desaparecen. También la propia Molly, que por lo que sabemos podría estar, viva o muerta, en casi cualquier parte.
Sin embargo, más allá del suspense lo que Lundgren logra con bastante solvencia en su primera novela es crear un ambiente opresor que te envuelve y te arrastra entre las sombras, las calles, los ascensores, las bibliotecas, la ópera, su idílica residencia y los laberintos de esta ciudad utópica confeccionada detalladamente, por la que desfilan extraños y turbios personajes, a medio camino entre lo amenazante y satírico, difíciles de olvidar después.
Es Trude, por tanto, y no otra cosa, la verdadera historia de Fachadas. Y la ciudad es símbolo de la compleja mente de Bernhard, el arquitecto de origen centroeuropeo que la diseñó, pero también lo es de su protagonista. Una mente distorsionada y rota. Capas y capas de calles que se entrelazan entre sí y llevan hacia callejones sin salida o cambios bruscos de sentido. Su propio laberinto personal, una vorágine de edificios e historias, diálogos brillantes y enigmas por resolver, que le conducirán a digerir una complicada verdad.
Porque en el fondo, lo que nos cuenta la ópera prima de Eric Lundgren es la historia de Sven Nordberg, al que tal y como ocurre con esta ciudad ficticia a medida que avanza la lectura se le van viendo los defectos, sumido como está en el dolor.
De la mano de Malpaso, en una de sus maravillosas encuadernaciones, llega así esta interesante y original propuesta de este escritor novel, bibliotecario de profesión, al que habrá que seguirle los pasos allá a donde vaya su literatura. Aunque tal vez, quien sabe, acabemos entonces de nuevo en otro Trude.