Nunca me he atrevido con los clásicos. Siempre he pensado, supongo que por sentir en el instituto que leía el Quijote antes de tiempo, que todavía no tenía la edad para leerlos. Reconozco que me dan respeto, e incluso miedo. No quiero que me desagraden. Esta es la parte mala. La parte buena es que, ya casi por cumplir los treinta, me he atrevido con varios, y no me han desagradado (alguno sí, para qué engañarnos). Voy intentándolo y creo que voy acertando. Por lo menos en el caso que aquí nos ocupa, porque vaya pedazo de libro es Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.
Normalmente, cuando me he atrevido con algún clásico ha sido porque he visto una nueva edición y, como soy del pensamiento de que los libros nos eligen y no nosotros a ellos, me he sentido en la obligación de comprarlo y leerlo. Aquí me pasó con la nueva edición de Minotauro que, leyendo un poco la letra pequeña antes de empezarlo, vi que estaba traducida por Francisco Abelenda, uno de los pseudónimos del fundador de la editorial. Como digo, esto estaba en la letra pequeña, y en ningún sitio más. ¿Por qué silenciar este argumento de venta así?
Pero bueno, aquí lo importante es el contenido, así que, a ello. Poco voy a descubrir que no se conozca de lo que envuelve a Fahrenheit 451. Guy Montag es un bombero que se dedica a quemar libros, básicamente. Su vida transcurre en esa labor mientras en su interior él acalla los pensamientos y sentimientos de angustia o desazón a base de extraños medicamentos, procedimientos externos y programas de entretenimiento de masas, además de un Sabueso Mecánico que lo vigila y controla todo ahí afuera. Hasta que un día (para nosotros, nada más empezar libro) aparece una niña, Clarisse McClellan, que hace que esos pensamientos rebosen, sobrepasen el interior controlado (¿y controlable?) de Montag. Y todo estalla.
A partir de ese momento, empezará una nueva vida para Guy Montag. Y será cuando nosotros entendamos qué está pasando. Su mujer, Mildred, y todas sus amigas, drogadas por programas, por el control de un gobierno que, como se dice en alguna parte del libro, no deja que la gente nazca libre e igual, sino que lucha desde el inicio de cada vida para que todos sean iguales. Pero, ¿qué pasa? Que en ese gobierno se han dado cuenta de que el gran adversario de esa labor de hacer a todos iguales es el libro. Y claro, lo prohíben. Y no solo lo prohíben, sino que amenazan con la quema de ellos a todo aquel que tenga uno. Pero entonces, ¿dónde está el conflicto? Pues en que Guy Montag quiere tener libros.
Será entonces cuando Montag, tras unas discusiones geniales (imposibles de no subrayar) con su jefe Beatty, pase a lo que podríamos llamar la resistencia, y conozca a Faber, un antiguo profesor, quien le guiará por el oscuro camino de los defensores del libro. Siempre con el Sabueso Mecánico al acecho, Montag tendrá que arreglárselas para sobrevivir en un mundo donde incluso pasear por la calle está mal visto. Y claro, él no tendrá que caminar, sino que tendrá que correr, que huir, que salvar los pocos libros que quedan. Son sorprendentemente pocas las páginas pero sorprendentemente muchas las ideas, las nociones con las que quedarse, con las que cerrar un momento el libro y darles una vuelta. O dos.
En definitiva, Fahrenheit 451 es un cuento más de aventuras de un héroe al que la sociedad que lo rodea se le vuelve contraria. Pero es que además es un canto a la literatura, a la defensa del libro como contenedor de ideas, como gran profesor, como herramienta indispensable en la formación de cualquier ser humano. Y qué más nos puedes gustar, que eso, a los amantes de los libros, ¿no? Lo que podría ser un mero ensayo de por qué el libro es y debería ser tan importante, Ray Bradbury supo convertirlo en una novela que cuenta con todos los motivos para etiquetarse de clásico, de indispensable, de lectura obligada. Porque lo es.
No quiero cerrar esta reseña sin añadir que el libro contiene un posfacio del propio autor donde habla un poco de cómo surgió la novela, de dónde se publicó por entregas antes (Hugh Hefner visionario), de lo poco que tardó en escribirla y del poco dinero que tenía cuando lo hizo. Y por si esto fuera poco, se cierra el libro con dos relatos. Por mi parte, y seguramente por ingenuidad y desconocimiento, sin una conexión clara con todo lo leído antes. Dos pinceladas con las que conocer un poco más la literatura de Bradbury. Que vale mucho la pena. Aunque quién soy yo para decirlo.