Los genios de la literatura tenemos que estar preparados para lidiar con el rechazo y la incomprensión. En los casos más trágicos, como, sin ir más lejos, el mío, tenemos que ser conscientes de que, por culpa de la falta de talento y la ceguera de editores y miembros de jurados en concursos literarios, vamos a ser genios inéditos toda nuestra vida.
Y por si fuera poco, a diferencia de escritores como John Fante, Charles Bukowski, o nuestro nuevo héroe Fante Bukowski, servidor no empina el codo, no tiene problemas económicos y está felizmente casado y con hijos. Así que, ¿de qué coño voy a escribir y a quién le va a interesar? Eso sí, por intentarlo no quedará. Mi gran novela ha sido rechazada por todos los editores de España (salvo uno, que me invitó a autoeditarme) y ha sido concienzudamente destruida después del fallo del jurado del concurso literario de Villamota de la Encina. Y todos los demás.
Por lo tanto, sé perfectamente cómo se siente el protagonista de Fante Bukowski, título epónimo de esta novela amarga y, al mismo tiempo, la mar de divertida, de Noah Van Sciver. Fante Bukowski, cuyo nombre real es mucho más gris, es un joven barbudo y sudoroso, de familia acomodada, al que un día le da por dejar el bufete de su padre para cumplir su ambición: convertirse en un escritor de renombre. Y la verdad es que da todos los pasos que se supone que hay que dar en ese mundillo. Alquila un cuarto y se aísla del mundo, envía su obra a editoriales, se presenta a concursos, asiste a charlas de escritores reconocidos e intenta entablar amistad con agentes literarios. Sin embargo, su torpeza, su arrogancia, su mala suerte y, a juzgar por un breve poema intercalado en la historia, su discutible talento, le mantienen en su cuartucho, le obligan a pedir dinero a sus papis para llegar a fin de mes, y le rodean de perdedores y colgados. Pero la ironía, trágica como todas las ironías, es que esos perdedores son infinitamente más interesantes que la gente guapa con la que quiere codearse, aunque el tonto de Fante no quiera enterarse.
La novela, con personajes dolorosamente reales y un trazo eficazmente desgarbado, está estructurada en breves episodios encabezados por citas tanto de personajes históricos como de los autores de cabecera de Fante. “Bebo para hacer más interesantes a los demás”, decía Hemingway. “Escribe. Reescribe. Cuando no escribas o reescribas, lee. No conozco ningún atajo”, aconsejaba Larry L. King. El autor ha escogido cuidadosamente todas y cada una de sus citas, pero lo interesante es la evolución que se observa en ellas y que tan bien acompaña al relato. Así, tras la obsesión por escribir y, sobre todo, por triunfar, nuestro héroe va poco a poco encontrando su camino, que, por supuesto, irá mucho más allá de la literatura. “Primero debes encontrarte a ti mismo. Lo demás vendrá a continuación”, dice Charles de Lint.
No obstante, como autor frustrado y como lector disfrutante de esta joyita, de entre tantas palabras sabias servidor se queda con las del abuelo, confidente de barra de bar de nuestro amigo:
“Tu problema es que tienes ambición. Déjalo estar. Deberías hacer como yo. Sencillamente di ‘que le den’, y olvídate”.
Pues eso. Hay un pequeño Fante Bukowski en mí que dice ¡que les den! a los editores. Y quien quiera, que me busque bajo las estrellas.