El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead, está en boca de todos porque ha sido galardonado con el premio Pulitzer 2017, el National Book Award 2016 y la Andrew Carnegie Medal of Excellence, un hito literario que contados libros han conseguido.
Los premios, y más si son de la categoría de los mencionados, hacen que el gran público se interese por estas obras, pero no siempre sus impresiones coinciden con las del jurado y la crítica. Los lectores tienen grandes expectativas con lo que se van a encontrar y, en consecuencia, estas son muy difíciles de cumplir. Eso me ha sucedido a mí con El ferrocarril subterráneo.
A parte de los galardones, las frases promocionales tuvieron la culpa. The Boston Globe decía: «Una obra maestra, una peculiar mezcla de historia y fantasía que permite compararla con Toni Morrison y García Márquez». Pero yo no he encontrado el realismo mágico que esperaba, tras esa comparación con dos de los referentes del género. Y la novelista Anne Tyler la describía como «una desgarradora saga sobre la esclavitud mágicamente elevada por el ferrocarril que le da título». Y tampoco esta historia tiene los elementos para considerarse saga, pues se habla de pasada de la madre y de la abuela de Cora, la protagonista, pero la única vida en la que nos adentramos es en la suya. Así que yo iba en busca de un tipo de libro y me encontré con otro totalmente distinto. Pero no merece esta historia que la juzgue por mis expectativas al acercarme a ella.
¿De qué va esta novela? El Ferrocarril Subterráneo fue una agrupación abolicionista clandestina del siglo XIX que ayudó a los esclavos a huir a estados libres, y Colson Whitehead ha imaginado cómo hubiesen sido esas huidas si literalmente hubiera habido un ferrocarril que recorriera el subsuelo del país. Esa pequeña transformación de la realidad le sirve como hilo conductor para contarnos la historia de Cora, una esclava que decide escapar de una plantación algodonera de Georgia junto a otro esclavo, Caesar. Para él, ella es su talismán de la suerte en la huida, pues se dice que su madre, Mabel, ha sido la única que ha logrado escapar. Tras ellos irá Rigdeway, un cazador de esclavos fugados, cuya única mancha en el expediente es que nunca atrapó a Mabel, por lo que cazar a Cora será también algo personal.
Pero El ferrocarril subterráneo es mucho más que la historia de una persecución. Es la recreación de un periodo histórico del que mucho se ha escrito y del que, sin embargo, nos queda tanto por saber. Colson Whitehead mantiene una narración más bien fría, sin afectaciones. Tampoco Cora es la clásica protagonista inocente en busca de una vida mejor a la que los lectores compadecen al instante, sino una mujer complicada e incluso egoísta, que hace lo que tiene que hacer, esté bien o mal, para sobrevivir. Y es que a Colson Whitehead no le hace falta utilizar los manidos recursos en este tipo de historias para conmovernos. Lo que nos retuerce el corazón es la crudeza de los hechos en sí mismos, ejecutados por una sociedad que se creyó con el derecho de comprar, vender, explotar y matar a otros seres humanos solo por tener un color de piel diferente. Estación tras estación, nos vamos impregnando de la desesperanza de sus protagonistas, que solo ven oscuridad tras las ventanas de ese ferrocarril que les promete la libertad.
Quienes se acerquen a este libro movidos por premios y frases promocionales, es posible que se creen una imagen equivocada y se decepcionen. En mi opinión, el esfuerzo que requiere su lectura no suele ser del gusto del gran público y hasta al lector avezado le costará entrar en la historia. Sin embargo, si dejamos a un lado las expectativas y nos dejamos llevar sin prisas por su contundente prosa, comprobaremos lo necesario que era hacer este viaje literario, aun sin saber si habrá luz al final de ese túnel construido por Colson Whitehead para mostrarnos el lado más infame del ser humano.