Es normal que pase esto: defiendes el no hacer una cosa y acabas haciéndola. Te pasas todo el tiempo negando que tú puedas llegar a hacerlo, y lo haces. En mi caso ha sido releer un libro. Sí, siempre he negado la necesidad de la relectura, y básicamente ha sido por el pensamiento de que si vas a releer un libro lo más probable es que sea uno que te ha gustado, con lo que corres el riesgo de que te defraude, y de que ya no te guste, y de que cuestiones a tu yo del pasado, y de que dudes de tus gustos anteriores, y, quizá, de que ya no confíes en tu criterio. Vale, estoy exagerando, pero quizá no tanto. El problema de todo esto es que lo he hecho. He vuelto a leer un libro que me gustó (mucho, muchísimo). La primera vez que lo hago. Y ha sido por culpa de Borges. Y un poco también por culpa de Lumen. El libro en cuestión es Ficciones y hay una nueva edición en las librerías.
Descubrí a Borges en la facultad (¡bendito descubrimiento!). Nos mandaron leer alguno de sus relatos y yo tuve que buscar y leer todos los que había escrito. Digo «tuve» porque algo entró en mí y me obligó a hacerlo. Algo totalmente incontrolable que, por suerte, se detuvo cuando me leí todos sus relatos (imaginad si no… ¿qué hubiera pasado? ¿Hubiera tenido que convertirme en Borges y escribir nuevos?). Los leí todos y defendí sin miramientos que el mejor era El Aleph. Tenía duros contrincantes: La biblioteca de Babel, La lotería en Babilonia, Pierre Menard, autor del Quijote… Pero claro, ahí llega el momento de su relectura, cuando, unos años después, vuelves a coger el libro que tanto despertó en ti y tanto llenó de significado aquellos días pasados y te das cuenta de que los que te abrumaron quizá ahora no lo hacen tanto (aunque sí) y que los que pasaron por delante de tus ojos sin encender aviso alguno de genialidad ahora suben posiciones hasta el podio. Hablo por ejemplo de El milagro secreto.
Qué decir nuevo de Borges. Su hiperreferencialidad, sus juegos de espejos, su continuum inabarcable, sus estructuras laberínticas, sus pozos de espiral en los que te hundes mucho más allá que el número de páginas que conforme el relato. Todo eso y muchísimo más está en este libro, muchísimo más porque lo mejor de Borges es lo que escapa de tu capacidad de entendimiento. No entiendes algo que te está diciendo y te gusta, y posiblemente te ríes (a mí me pasa) porque sabes que en realidad está jugando contigo, quiere hacer que te pierdas porque es en la pérdida donde él explota su genialidad. Cuando más perdido estás es cuando más te encuentra Borges.
Poco más que decir. No veo necesario ni comentar el argumento de sus cuentos. Hay que leerlos. Y aquí encontrarás el libro perfecto con el que conocer su literatura. Suma de dos partes (El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios), Ficciones es ese libro al que acudir en esos momentos en los que, por alguna circunstancia, se dude de todo. Sobre todo, en relación con la literatura. Allí siempre hay alguna frase, algún texto, algún guiño con el que sentir que no estás solo, que hay alguien que ha pensado en ti (y que probablemente todavía piensa) para invitarte a jugar con lo que escribe. Ojalá todavía nunca hayas leído nada de él porque todavía estarás por descubrirlo. Si es así, cuánta envidia te tengo. Que lo disfrutes.
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