Este año me ha dado por leer filosofía. Comencé con Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger, que se centraba en los pensamientos de cuatro filósofos —Benjamin, Wittgenstein, Heidegger y Cassier— para entender por qué es cómo es nuestra sociedad actual, y seguí con El libro de los filósofos muertos, de Simon Critchley, que hacía un recorrido por la historia de la filosofía a través de la muerte de unos ciento noventa filósofos. Pero Filosofía en once frases, de Darío Sztajnszrajber, el que acabo de leer, no tiene nada que ver con los dos anteriores ni con ninguna obra que haya pasado por mis manos anteriormente, la verdad.
Filosofía en once frases es un libro curioso. ¿Es una novela? Sí. ¿Es un ensayo? También. ¿Es una clase magistral de filosofía? Por supuesto. Darío Sztajnszrajber ha llevado a cabo el difícil ejercicio de aunar estos tres tipos de narraciones.
Por un lado, tenemos la trama de ficción: un hombre va al metro de Buenos Aires (subte, por esos lares), pero este no llega y se origina un tumulto de pasajeros insatisfechos. Un joven guitarrista reclama la devolución de su dinero y acaba muerto. La televisión se hace eco, el gobierno exagera, la policía aprovecha y, en menos de veinticuatro horas, se interrumpe el Estado de derecho en nombre del derecho.
A partir de ahí, el hombre trata de descubrir las causas de lo que ha presenciado a partir del análisis de once frases célebres de filósofos. Y así es cómo introduce la parte que podemos denominar ensayo. Algunas de las frases las hemos oído todos, incluso los que nunca se han interesado por la filosofía: «Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río», de Heráclito; «Solo sé que no sé nada», de Sócrates; «El hombre es el lobo del hombre», de Hobbes; «Pienso, luego existo», de Descartes o «Dios ha muerto», de Nietsche. Pero también habla de otras menos populares, como «Oh, amigos, no hay amigos», de Aristóteles; «Ama y haz lo que quieras», de San Agustín; «Todo lo sólido se desvanece en el aire», de Marx; «Nada hay fuera del texto», de Derrida y «Donde hay poder, hay resistencia», de Foucault. Incluso hay un capítulo dedicado a una frase filosófica de Dios: «Soy el que soy». Y el propio autor también nos deja frases memorables, por ejemplo: «Si hay otro, hay poder», «El insulto es una pura experiencia del lenguaje. Tal vez más verdadero que la propia verdad» y «Muerta la verdad, tampoco nos quedan las apariencias». Entre medias de las reflexiones sobre las once frases, aparecen diálogos, como si se tratara de una clase de filosofía, donde unos alumnos preguntan sus dudas sobre lo expuesto.
El planteamiento de Filosofía en once frases me ha sorprendido, aunque reconozco que no ha sido una lectura sencilla, porque la filosofía nunca lo es. Darío Sztajnszrajber nos dice que la filosofía no admite nada ciegamente. Tiene la intención de desestabilizar toda comprensión inmediata, está en permanente movilidad conceptual y busca la fisura de cualquier verdad, hasta la radicalidad, sin ser condescendiente. Y cada vez que encuentra el sosiego de la certeza, vuelve a la carga. Y así, tal cual, es Filosofía en once frases, donde nada es lo que parece, ni en la trama de ficción ni en los conceptos filosóficos que analiza.
Todos hacemos filosofía cuando razonamos en nuestro día a día, aunque no nos demos cuenta, pero Filosofía en once frases no obliga a dar un paso más, lleva nuestro pensamiento al límite, deconstruyendo todas las certezas y creencias sobre las que sustentamos nuestra vida: el lenguaje, el amor, la amistad, la identidad sexual, la existencia de dios, la democracia… «Un libro para pensar sin ser subestimados», como bien reza su subtítulo. Filosofía en once frases es, por tanto, pura filosofía: compleja pero necesaria, para emancipar nuestro sentido común de la dirección unilateral que nos impone la sociedad.
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