Reseña del libro “Filosofía felina”, de John Gray
Como a cualquiera, supongo, a veces me gustaría mandar todo a tomar viento. Por suerte, esta semana he tropezado con uno de esos libros que nos echan una mano en esta elogiable labor vital: Filosofía felina. John Gray, su autor, te ayuda a romper con esas creencias heredadas que te constriñen sin darte cuenta hasta quitarte el aliento, como ese sádico artilugio de la mente humana llamado “corsé” (o “zapatos de tacón de aguja”, que también vale) y te invita a hacer el tránsito a una nueva manera de ver y sentir la realidad, de okuparla –con “k”- y estar en ella de “otra” manera, véase como lo hacen los gatos.
Con estilo provocador, Filosofía felina te invita a romper con la mirada antropocéntrica, que pone al humano como medida de las cosas y propone que te fijes en los gatos para aprender de ellos: sobre el sentido de la vida, sobre la conducta moral, sobre nuestro lugar en el mundo y al final, acabas cuestionándotelo todo. Pero bueno, ¡eh!, leer es arriesgar la propia vida, ¿no? Como toparte con Sócrates, empezar Filosofía felina es verte convocado, interpelado, pero si continúas leyendo, abres la posibilidad de transformarte. Así que debes entrar en sus páginas dispuesta a todo. ¡Pero con cuidado! Si Nietzsche hacía “filosofía a martillazos”, como el genial crítico de la cultura que era, John Gray hace “filosofía a tortazos” y te puede caer alguna que otra galleta.
Primera galleta, directa a la cara: la conciencia está sobrevalorada y además es contraria a la felicidad. Gray suscribe lo que ya señaló Cioran, y antes de él, Nietzsche, que recordaba la terrible verdad de Sileno: “lo mejor es no haber nacido, pero una vez nacido, lo mejor es morir cuanto antes”.
Segunda galleta: no necesitas ser moral para alcanzar la “vida buena”, o sea, que uno puede vivir bien sin ser ningún ejemplo de ética y buena conducta. Además, ser moral no implica necesariamente ser altruista, de manera que todos los intentos de explicación de la moral en términos evolutivos, como el que hace Franz de Waal, están equivocados, por presuponer erróneamente que el ser humano tiende a ser altruista.
Tercera galleta: tu vida no vale más que la de ese suculento pescado del que disfrutaste en la cena el otro día. Gray insiste en que la vida humana no es superior a la del resto de animales. Solemos pensar que sí y que cuanto más se parezca a un ser humano, no solo en el físico, sino en sus capacidades, de razonar o hablar, más valor tendrá una vida. Por tanto, you know, los insectos son menos valiosos que los perros y mucho menos que los grandes simios. Pero éste es un antropocentrismo tan injustificado como cuando un menor piensa que a los demás nos gusta tirarnos en el barro solo porque a ella/él le gusta. Filosofía felina intenta resituarnos en una visión no-antropocéntrica recurriendo para ello al taoísmo y especialmente a Spinoza y su idea del conato: la tendencia a preservarse a sí mismo, como individuo.
Cuarta galleta. “Es esto lo que hace que unas cosas sean buenas y otras malas” y no un supuesto ser humano ideal (pensamiento puro) al que se presume que estamos dirigidos, como la aceituna se dirige y lucha por convertirse en olivo. Desde esta perspectiva, la ética cristiana es toda ella un profundo error, desde su raíz. ¿Quieres más?
Quita galleta: carecer de razón hace más libres a los gatos, porque así no son presos de las palabras y la visión del mundo asociada a ellas. Y con esto dice adiós a la civilización basada en el “supere aude” (atrévete a saber”).
Sexta galleta: al contrario de lo que defendía Sócrates, para quien “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”, Gray argumenta a favor de que se puede vivir bien sin preguntarse qué es eso de vivir bien. Es más, la vida hay que vivirla, no pensarla. ¿Qué dirá entonces el autor de Filosofía felina de John Stuart Mill y aquello de que “más vale un Sócrates insatisfecho que un cerdo feliz”?
Séptima y última galleta, pero no porque no haya más, sino porque lo que estás leyendo es una invitación a leer el libro completo, no un catálogo de datos para hablar de él como si lo hubieras leído como cualquier posmoderno de tres al cuarto: la Filosofía (con mayúscula) no es un remedio contra el mal que aqueja a los seres humanos modernos, angustiados de vivir, sino un síntoma de él que lo enmascara.