Reseña del cómic “Flinch (edición integral)”, de VV. AA.
El terror es como los colores: cada uno tiene su preferido. Además muestra tantas formas como personas existen sobre la faz de la Tierra. Si bien es cierto que la base de algunos es común debido a esos miedos ancestrales que son parte del instinto de supervivencia y que mutan y evolucionan junto al ser humano. La edad es un factor relevante para esa especie de gusto adquirido a la fuerza para temer ciertas cosas o situaciones. La niñez, por ejemplo, es ese periodo para sentir escalofríos por los monstruos más clásicos. Y fue un poquito después de abandonarla, y un poco antes de pagar el peaje del acné y la pelusilla en lugares insospechados, cuando en mis manos cayó la revista Creepy. La revista que recopilaba historietas de terror contaba con profesionales del mundillo de la talla de Richard Corben, Esteban Maroto o Mike Ratera. Seres de pesadilla informes, gore a tutiplén, reinvenciones de las criaturas creadas por Mary Shelley o Bram Stoker y una pizca significante de erotismo fue para mí como una colleja propinada con fuerza que me sacudiría de pies a cabeza y me haría deshacerme de los restos de infancia que me quedaban. Desde entonces mi gusto por el terror ha evolucionado. Aunque ahora lo psicológico, aquello que solo se intuye y que la imaginación se encarga de enardecer, es siempre mi caballo ganador, no hago ascos a nada, motivo más que suficiente para acercarme a la antología de terror titulada Flinch y que la editorial Ecc ha publicado íntegramente en un solo tomo.
Flinch fue una serie de cómics de terror que contó con 16 números y que comenzó a publicarse en 1999 por la ya extinta Vertigo Comics. Cada número contaba con tres historietas de terror. Píldoras de miedo, mal rollo o humor negro. Cortas pero intensas. Ahora todas reunidas en un solo tomo y con una portada que es toda una declaración de intenciones. La carta de presentación, ese tipo enfermizo tratando de hacerse un lifting a sí mismo, es solo un aperitivo de todas las demás portadas: la mujer que viste un abrigo de piel perseguida por animales despellejados, la combustión espontánea de los espectadores de un cine o el tipo que tiene una cita romántica con un perro que presenta un rostro humano. Además de ser la fachada que nos da la bienvenida a esta casa del terror del noveno arte es también un ejemplo del talento que nos encontraremos en su interior, autores de renombre como Brian Azzarello, Garth Ennis, Greg Rucka, Phil Jimenez, Jim Lee, Cliff Chiang, Frank Quitely…
Una recopilación de terror sin Richard Corben sería como mínimo extraña, en el peor de los casos un insulto para el género. Un imprescindible del terror sin lugar a dudas. Su dibujo de índole grotesca forma parte de una de las primeras historietas: un pueblo de palurdos, obsesión por la religión, deseos sexuales reprimidos y un giro de guion en la última página da lugar al tipo de historia que esperas que alguien te cuente la noche de Halloween y que en esta antología vas a encontrar en abundancia. Pero para poner la piel de gallina no es necesario un dibujo oscuro ni que dé mal rollo, Pat McEown es capaz de producir turbación en el lector con un estilo cartoon de apariencia naíf en un relato que le da la vuelta al cliché machista de “mujer en la nevera”.
En Flinch hay terror para todos los gustos. Algunos abrazan con cierto vigor la ciencia ficción para ofrecernos un viaje que ni la droga psicotrópica más potente o que podrían ser la historia de orígenes de un superhéroe si todo hubiera salido mal. Otros optan por el humor negro, como Bill Willingham que, con ese estilo de retelling que ya utilizó en su obra magna Fábulas, nos muestra un negocio de alquiler de monstruos. Bruce Jones y Dave Taylor se inclinan por el cuento de Navidad en Prácticamente blanco. Incluso, y aunque parezca imposible, en esta antología existe también la crítica social. John Kuramoto relata en Los zapatos de loto, no sin antes darle un maquillaje fantástico, aunque nostálgico y triste, la bárbara y horripilante práctica de deformar los pies de las niñas chinas que pertenecían a la burguesía mediante vendajes porque era parte del canon de belleza de aquella época.
En una antología de este calibre, de tantísima variedad de talento y estilos, es normal encontrar ciertos altibajos, la mayoría producidos por unas expectativas muy altas o por un estilo que no casa con el gusto del lector, pero el cómputo final de Flinch resulta más que satisfactorio, ya que es una obra notable que gustará a cualquiera que disfrute con historias perturbadoras, macabras, de humor negro, de terror psicológico o con ese sabor a novela negra que en el último segundo realiza un giro de guion inesperado y te deja flipando en colores.