En las adoquinadas calles que se cruzan, tras los muros almohadillados de sus palazzi, el arte, la vida bullente; en la solemnidad de sus iglesias, en los paseos a orillas del Arno, la historia, el amor; en la calmada contemplación desde el mirador de San Miniato al Monte o en el ascenso a Fiésole, una ciudad, la más bella de todas las flores: Florencia. Gratos recuerdos conservo de mis idas y venidas a este lugar, además del sabor de la última botella de vino rosso que abrí junto al Arno en queridísima compañía y con il Cupolone de Brunelleschi como testigo. Son muchos los intentos fallidos por regresar y parece que se me resiste. No obstante, siempre queda algo que, de un modo más contemplativo, nos acerque un pedazo de las sensaciones que evoca una ciudad como esta. Así lo testimonió en unos diarios el escritor estadounidense Henry James y que se ofrecen en este pequeño libro gigante llamado Florencia.
A medio camino entre narrativa de viajes y crítica de arte, los escritos de Henry James pretenden ofrecer la visión de un visitante extranjero, de aquellas emociones que le provocaron las calles de la ciudad, sus obras de arte, sus gentes. No resalta lo que en todos los compendios de historia del arte puedes comprobar por ti mismo, sino que prefiere centrarse en la anécdota, en el detalle que a veces escapa incluso al propio fiorentino, siempre con subjetividad acerca de la idea de arte. Así, el autor nos lleva de la mano, cual Virgilio con Dante, a pasear por la ciudad, de una punta a otra, ofreciéndonos un fantástico enfoque crítico de las obras pictóricas del Renacimiento al igual que de su arquitectura. Atravesando la Vía Roma se deja seducir por el acento toscano y la afectuosidad de sus gentes para observar de cerca el Baptisterio de Piazza San Giovanni. En su caminar, llama poderosamente su atención una de las obras cumbre y más elevadas de la ciudad: il Campanile de Giotto. Separada de la Catedral de Santa María dei Fiori, donde destaca la grandísima cúpula de Brunelleschi, la torre del campanario se convierte en objeto de deseo y admiración para Henry James.
No es de extrañar, pocos son los viajeros que visiten Florencia que no queden fascinados por cualesquiera de sus obras repartidas por toda la ciudad. En la Galleria degli Uffici, James se sorprende por la profusidad de cuadros que hay en su interior y el desconcierto con el que están ubicados. De todos, uno destaca: un marco negro envuelve la imagen de Tobías y un Ángel. Es una pintura de Sandro Botticelli, el pintor más admirado por este escritor, y en el que no sabe si alegrarse por pasar desapercibido o lamentar precisamente este hecho. Algo similar le ocurre con otras obras de Madonnas de Filippo Lippi, situadas casi al lado del cuarto de escobas. Fray Angélico o Ghirlandaio también serán protagonistas de su análisis. Estas anécdotas, acompañadas de escritos teóricos sobre el arte son la línea argumental del libro de Henry James para ofrecernos una perspectiva curiosa del Renacimiento artístico fiorentino.
Ya en la calle, bajo la atenta mirada de la escultura de Dante junto a la Iglesia de Santa Croce, nos permitirá recrearnos en la Florencia literaria. Lord Byron llegó a decir «ingrata Florencia» ante lo que del poeta toscano hizo, expulsándolo de la ciudad. Pero también podemos recordar los versos de Petrarca que decían «Il più bel fiore nè colse/Coge la flor más hermosa». Porque del texto de Henry James también nosotros nos vamos sumergiendo en la ciudad de la que tan bellamente habla él. Como bellas, qué digo, bellísimas son las vistas que nos describe de los Jardines de Boboli o la espectacular imagen que se ofrece desde la preciosa Fiésole a cuyos pies yace Florencia. Un pequeño libro gigante que nos transporta a una ciudad detenida en un marco histórico y artístico sin igual. Un pequeño libro bello que de lo bello trata.
«En la impresión que provoca la vieja Florencia predomina una felicidad persistente, una sensación de cordura, de algo humano y sensato, la sensación de un lugar propicio a la vida». (Henry James)