A primera vista, con esa portada, podría parecer que este es otro de esos libros de perros. De esos en los que chico encuentra perro, perro se convierte en amigo inseparable de chico, chico y perro van juntos de birras, chico y perro duermen juntos, viven aventuras, ligan juntos, comen perritos y comida no apropiada para perros, duermen juntos, van al veterinario y, con el paso del tiempo, perro muere de forma incruenta o es sacrificado para que no sufra.
¡Pues no! Ni de lejos. Este no es uno de esos libros de mejores amigos. Es un libro poco convencional. “Una historia de amor entre un hombre y sus libros”, dice la contraportada. Pues que quieres que te diga. Tampoco, la verdad. No lo veo como una oda a los libros. El tío lee, y se nota que sabe cosas, pero son sobre todo nombres de pájaros.
Es un libro acerca de un hombre del que al principio no sabemos su edad, aunque joven no es, que decide adoptar a un perro. Un perro algo agresivo, y además tuerto.
Todo el libro es una descripción, una narración de las cosas que el hombre hace, contadas por él hacia su perro. En ocasiones el hombre parece algo retrasado, no le gusta el contacto con la gente, parece que teme a la comunidad y se retrotrae en su mundo, que no es otro que la casa en la que hasta hace poco vivía con su padre. Es un dejado, un tío muy pasivo, es incluso algo peor que el famoso Nota, de esa obra maestra de los Coen que es El gran Lebowski, es alguien que deja que las cosas pasen:
“No soy una de esas personas capaces de hacer cosas, ¿te lo he dicho ya? Me tumbo y espero a que la vida deje su huella en mí.”
Y aún así, quieres seguir leyendo y ver a dónde te llevará esta historia. Porque está claro que va a algún sitio, y, de este modo, buceando entre recuerdos de infancia y madurez y alternándolos con el día a día y el monólogo interior con Tuerto (así, en un derroche de originalidad nomenclatora, llamará al perro) vamos conociendo a este hombre sin nombre y la opinión que al principio se ha formado uno de él no es que dé un vuelco, pero sí cambia. No, espera, también da un vuelco en un determinado aspecto, uno muy serio, casi lo olvido… y todo por una salchicha… ahí lo dejo.
Bien. No sé qué más contar porque en el fondo es un poco como una road movie. Una road movie raruna sin mayor objetivo ni destino que una huida hacia adelante, como vulgares criminales. Una huida provocada por el miedo a una separación forzosa.
Una cosa que no puedo obviar sobre este libro es que por regla general, no me gustan las descripciones. Ya lo he comentado alguna vez. Me aburren soberanamente las descripciones, sobre todo las largas, que ralentizan la historia, que hacen que el ritmo baje y no recuerdes ya por donde iba la acción principal… En Florido granado caduco marchito las descripciones abundan pero no son largas, son precisas y originales, hasta diría que, ¡ojo!, deliciosas, y no cargan el texto de forma que te hagan perder el hilo, al contrario, son intensificadoras y clarificadoras de la idea que Sara Baume pretende transmitir en cada momento.
Florido granado caduco marchito es un libro difícil de catalogar, fácil de leer y cuya lectura proporciona una sensación final de paz y reordenamiento interior que no he conseguido con muchos libros.
Posiblemente no me haya hecho entender con la frase final, pero no importa. Yo ya me entiendo.
Pasarán días hasta que deje de preguntarme qué estarán haciendo hombre y perro.
Un libro entrañable.